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Faride y las manadas

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Faride y las manadas

No se produce este texto por las acciones delictivas de La manada, ese grupo de impiedosos jóvenes que saltó “a la fama” en España por haber abusado sexualmente de una chica de 18 años durante las celebraciones de San Fermín en 2016.

Aunque el caso ha tenido mucha repercusión mediática en España, por el comportamiento de los sujetos y el cuestionable trato que les ha dado la justicia, se me ocurrió porque observo desde hace tiempo la obsesión que tiene mucha gente por presionar a personas de su entorno para lograr uniformizar pensamientos y comportamientos sociales, casi siempre, debatibles y para evitar que algunas personas “desentonen” con las conductas (o inconductas) de muchos.

La necesidad de estandarizar convicciones y conductas siempre ha estado presente en las sociedades y sigue vigente en pleno siglo XXI, en la era de la ¡posmodernidad!, en todos los estadios de la vida social y hasta en ámbitos laborales y familiares.

Desde hace ya un buen tiempo las presiones se ejercen también en los espacios cibernéticos, donde son frecuentes los acosos, sobre todo a los que parecen distintos o más débiles, y la práctica se mantiene a pesar de que se sabe que ese tipo de presiones, en casos extremos, causan crisis existenciales y hasta suicidios en quienes las padecen y no pueden enfrentar tales manifestaciones de intolerancia y desprecio por la otredad.

En muchas ocasiones quienes ejercen el papel de “verdugos” de sus congéneres ni siquiera se detienen a pensar que lo están siendo y continúan presionando para que el otro o los otros asuman comportamientos que desarmonizan con sus preferencias y deseos más recónditos.

Tristemente hay que reconocer que la contemporaneidad es también un tiempo de barbarie, aunque por todos lados asomen los rasgos de esta era posmoderna fascinante, pero a la vez desalmada, intolerante y preñada de incertidumbres y desafíos.

Mucho tiene que ver con este macro y nebuloso panorama el episodio que hemos vivido en el país con la embestida que ha padecido la diputada perremeístas Faride Raful, por atreverse a defender la libertad de elección religiosa y el Estado laico consagrado en la Constitución, pues lo que se espera de una persona como ella, influyente en la esfera legislativa y en la política, que es que siga sin chistar a la manada y que no ose expresar libremente su pensamiento. Y eso que vivimos en una “democracia”.

¡Oh, Dios!

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