“En un mundo donde reina la sordera, las palabras pierden sentido”
Mucho se ha dicho acerca de la salud mental
Desde el inicio del Covid-19, las redes sociales se han saturado de frases, explicaciones, charlas y toda una amalgama de análisis sobre la necesidad e importancia de la gestión emocional y su equilibrio con lo racional, en un intento de despertar la conciencia (y la libertad) ante la experiencia global profunda de finitud, ansiedad y tristeza que generan las más absurdas, tristes y diversas manifestaciones de la conducta individual y colectiva humana.
La psicología como diciplina orientada a la salud mental tiene la autoridad, la competencia, pero sobre todo las responsabilidad ética y científica de ser la voz que guie en esta aparente confusión en el que la salud mental parece constantemente amenazada o del todo inalcanzable.
¿Qué es la salud mental entonces? La OMS define: «La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades», la salud es pues un equilibrio entre aquello que es “saludable” y aquello otro que para nosotros representa “bienestar”, por ejemplo un deportista de triatlón que se prepara para una competencia de Ironman debe entrenar durísimo, quien vaya al Pico Duarte debe prepararse para lo extenuante del trayecto pero si ellos únicamente entrenan para estar en forma y “saludables” solo valorando el entrenamiento y la meta, descuidando su trabajo, descanso, espacios de familia y diversión, entonces ya deja de representar un” bienestar” e inclusive aquello que sería “saludable” deja de serlo porque los vuelve disfuncionales para el resto de sus actividades habituales.
Por lo tanto, la salud entonces es equilibrio, balance, homeostasis, estado en el que la persona puede hacer frente a las realidades cotidianas, trabajar y aportar de forma productiva, desarrollándose según sus propias capacidades y recursos emocionales, cognitivos sin hacer daño a los demás. De forma llana Freud definió la salud mental como “la capacidad de amar, trabajar y jugar”.
Estas dimensiones resumen prácticamente todas las actividades que hacemos en nuestra vida; el trabajo se refiere a la posibilidad de sentirnos productivos y de acceder a aquellos bienes materiales, profesionales, académicos, médicos etc., sentir que tiene sentido lo que hacemos y que generamos una huella positiva en nuestro entorno, en definitiva, realizarnos profesional y económicamente, sintiendo cierta satisfacción en las labores que uno desempeña.
La capacidad de jugar es el disfrute de la actividad simbólica, al nivel que sea, y de poder hacerlo con quienes son importantes para nosotros o generar la posibilidad de encuentro, vínculo, competitividad y aprendizaje en ese tipo de actividades, es el espacio de ocio, autocuidado que, si bien podrían no tener remuneración, nos hacen sentido porque desarrolla nuestra creatividad, actividad física y nos da sentido de pertenencia y alegría.
Amar como tanto se ha dicho, es vincularnos de forma auténtica, sin miedo; más allá de relaciones sentimentales y de formar familia, se extiende a amigos, compañeros de trabajo, colegas, ex compañeros de ´promo´ del colegio, son las personas y espacios donde ejercemos y crecemos en apego tanto por la forma de relacionarnos con ellos, en que manejamos los conflictos entre nosotros y de cómo continuamos nuestra vida cuando han partido, o sea la elaboración del duelo.
Es por ello que cuando aparece el conflicto en cualquiera de estas dimensiones, sentimos que hay una pérdida de equilibrio, de control, de sentido y reaccionamos según estas mismas experiencias a veces sin ningún resultado y donde aparecen las preguntas más básicas y existenciales ¿Quién soy y para qué vivo?, ¿De qué me sirve el éxito y el dinero si mis padres no me reconocen? ¿Como es posible que mis hijos no vean lo que he hecho por ellos, en qué me he equivocado? ¿Por qué tuve que cambiar de trabajo? Parejas que ya no sienten la chispa inicial del enamoramiento o que se sienten utilizados en una relación, que la intimidad les resulta monótona o hasta grotesca e insípida. ¿Como se logra perdonar o perdonarse? ¿Como puedo dejar estas conductas autodestructivas?
En definitiva, buscamos quien nos ame, entendiendo que tenemos derecho a equivocarnos, buscamos ser felices y aprender a manejar los momentos de crisis sin perder el control ni experimentar tanta ansiedad, sin embargo, nadie nace feliz o infeliz, hasta ahora no hay un gen de la felicidad, no se hereda, hay que trabajarla a través de la vida y es algo complejo.
Aquí es cuando aparece la necesidad de hacer cambios importantes y definitivos, es donde aparece la ayuda terapéutica para descubrir las herramientas que tenemos para afrontar estas situaciones que nos marcan y ante las que no tenemos respuestas; pero esto no aparece de la nada, regularmente siempre hay pequeñas alertas, pequeños signos que nos van diciendo que algo no anda bien.
Es como la alerta del antivirus de la computadora, nunca hacemos caso hasta que no enciende o sale la pantalla azul o como la luz del motor del vehículo, que entendemos que es un sensor, hasta que nos quedamos en la carretera. Estas señales es lo que llamamos “síntoma”, es la punta del iceberg que nos dice que algo no anda bien y necesitamos prestarle atención.
¿Por qué hacemos esto? nosotros tenemos una capacidad de resiliencia especifica, una especie de “tolerancia al conflicto” que nos permite funcionar sin dificultades por cierto tiempo o que nos ayuda a trabajar estas pequeñas dificultades, a veces oyendo un podcast, viendo un live, asistiendo a un taller, alguna frase o explicación que vemos en redes sociales, nos impulsa o alerta y durante un tiempo con eso parecería bastarnos, es como podar la rama de un árbol que impide que llegue la luz y siga creciendo o es como el mantenimiento regular que limpia el motor y el sensor se apaga.
No obstante, eliminar el síntoma no siempre elimina el conflicto, el problema real que está en la raíz y donde ya no nos vale un podcast, leer o a quien sigamos en redes sociales, sino aceptar la invitación que estos elementos siempre han sido y serán: una llamada al imperativo de actuar y tener el valor -como dijo Churchill- de sentarnos y escuchar, escuchar a otro y sobre todo escucharnos a nosotros mismos nombrar la realidad que nos visita y darnos cuenta de esa verdad que quiere surgir, que el síntoma nos alerta y que a veces queremos silenciar.
De ahí que no siempre es fácil lograr un equilibrio entre salud y bienestar, mas no es inalcanzable ni utópico. Es un trayecto de ensayo y error y de experiencias intimas que nos van configurando y mediante las que vamos estableciendo nuestros propios criterios y estilos de vinculo.
A veces somos sordos a nosotros mismos y estamos llenos de ruidos que nos ensordecen y enmudecen nuestra propia voz, preferimos estar enfermos en la pretensión de ser perfectos que sanar por la aceptación de no serlo cuando lo valioso es en quienes nos vamos convirtiendo en el camino hacia la plenitud y la felicidad, a quienes vamos liberando y haciendo felices mientras construimos nuestra propia felicidad porque en definitiva sanar es reconciliarse con la realidad.
por Oom BlancoNeuropsicólogo/ Terapeuta