Vitamina D3: el puente roto entre sol, salud y corazón
Su falta crónica debilita la inmunidad, favorece la inflamación sistémica y altera múltiples sistemas metabólicos

La vitamina D, especialmente la vitamina D3, es mucho más que una simple vitamina: actúa como una hormona esteroidea que participa en miles de procesos celulares.
Nuestro cuerpo la produce cuando la piel recibe rayos solares UVB, y una pequeña parte proviene de alimentos como pescados grasos, huevos y lácteos fortificados. Existen dos formas: D2, procedente de fuentes vegetales, y D3, sintetizada en la piel.
La D3 se transforma primero en 25-OH-vitamina D (el marcador que medimos en sangre para conocer nuestras reservas) y luego en 1,25-(OH)2-D, su forma activa. Esta hormona se une al receptor VDR, presente en múltiples tejidos, regulando inflamación, inmunidad, metabolismo, salud ósea y expresión génica. Por eso su impacto fisiológico es tan amplio.
Cuando el ser humano migró desde África hacia regiones con menor exposición solar, ocurrió una presión evolutiva que favoreció pieles más claras, capaces de absorber más radiación UVB y sintetizar suficiente vitamina D.
La excepción fueron los inuit del Ártico: mantuvieron la piel oscura porque su dieta rica en pescados grasos, foca y aceites marinos aportaba grandes cantidades de vitamina D.
En la actualidad, las personas con piel más oscura que viven en latitudes altas necesitan mayor exposición solar para producir la misma cantidad de vitamina D, y factores como pobreza urbana, contaminación, edificios altos y trabajo bajo techo aumentan el riesgo de deficiencia.
¿Vitamina D3 sin K2 es un riesgo?
Una carencia de larga data
En los siglos XVIII y XIX, Europa y Estados Unidos vivieron una crisis de salud causada por la falta de sol —la llamada “epidemia de las sombras”— debido a la contaminación industrial, el hacinamiento y un urbanismo que bloqueaba la luz.
Los niños sufrían raquitismo, las madres desarrollaban pelvis estrechas y aumentó dramáticamente la mortalidad materno-infantil.
A finales del siglo XIX, el uso de aceite de hígado de bacalao y, más tarde, la fortificación alimentaria, cambiaron el curso de esta epidemia.
La deficiencia de vitamina D3 es muy común: afecta al 30-50 % de la población mundial, en todas las edades y etnias.
Su falta crónica debilita la inmunidad, favorece la inflamación sistémica y altera múltiples sistemas metabólicos. Los niveles de 25-OH-vitamina D se clasifican así:
- <10 ng/ml: deficiencia severa
- <20 ng/ml: deficiencia
- 21-29 ng/ml: insuficiencia
- 30-50 ng/ml: rango óptimo para la salud cardiometabólica y musculoesquelética
Riesgos asociados a su carencia
La deficiencia de vitamina D3 aumenta el riesgo cardiovascular al modular vías centrales de la biología del corazón y los vasos sanguíneos. Su déficit provoca:
- Inflamación crónica, favoreciendo resistencia a la insulina y diabetes tipo 2.
- Activación del sistema renina-angiotensina-aldosterona (RAAS), generando hipertensión arterial, rigidez vascular, hipertrofia miocárdica y disfunción diastólica.
- Disfunción endotelial, facilitando aterosclerosis y formación de placa.
- Estado protrombótico, aumentando la agregación plaquetaria y el riesgo de infarto, ACV y mortalidad cardiovascular.
En la obesidad (IMC >30), el tejido adiposo captura y retiene vitamina D3, reduciendo su disponibilidad metabólica; es decir, la “secuestra”. A esto se suma la inflamación propia de la obesidad, que agrava el riesgo cardiometabólico.
Los grandes metaanálisis en población general no han demostrado un beneficio claro de la suplementación universal en prevención cardiovascular primaria.
Sin embargo, sí se observan beneficios en personas deficientes, adultos mayores y grupos de alto riesgo. El nuevo estudio TARGET-D (AHA 2025), con 630 pacientes con síndrome coronario agudo previo, evaluó suplementación individualizada para mantener niveles de 40-80 ng/ml. La mitad de los participantes requirió 5,000 UI/día.
El hallazgo clave fue una reducción del 52 % en el riesgo de un segundo infarto en comparación con la atención estándar, aunque sin disminución de otros eventos cardiovasculares mayores.
El estudio sugiere que corregir la deficiencia —y no suplementar de forma genérica— puede ser crucial en prevención secundaria.
En la República Dominicana, pese a la abundancia de sol, varios factores pueden generar deficiencia significativa: desigualdad social, urbanización acelerada, contaminación, pigmentación elevada en la población y dietas pobres en vitamina D.
Promover el consumo de pescados grasos como sardinas, huevos y suplementos en grupos vulnerables puede mejorar la salud cardiometabólica.

Roberto Fernández de Castro T.
Roberto Fernández de Castro T.