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Cine

Viva, una película muy humana, que rompe esquemas de nacionalidad

El director, guionista y productor de cine Rolando Díaz hace un acercamiento lúcido y sin prejuicios acerca de una película que está dando mucho de qué hablar

Rolando Díaz

SANTO DOMINGO. “Viva” es una película conmovedora. Me consta que para muchos; cubana. Pude apreciarla recientemente como parte de una programación exquisita en el Festival Internacional de Cine de Fine Arts, que se celebra anualmente en Santo Domingo, República Dominicana, donde incluso una parte del público consideraba, como de alguna manera es lógico, que iba a ver una película que estuvo a punto de representar a Cuba en los Premios Oscar del 2015. Error, representó a Irlanda (después de su excelente acogida en Sundance) y quedó a un paso de ser nominada: sexto lugar entre las cinco clasificadas.

Cuando la vi, llevaba tiempo persiguiéndola, quedé complacido ante una película que derrama cubanía, siendo irlandesa. Esa misteriosa sensación, me trajo a la memoria una discrepancia que sostuve en 2005 con Jonathan Miller, el distribuidor norteamericano del docudrama que dirigí en 1999: “Si me comprendieras”.

El enfrentamiento de criterios se produjo a partir de una disputa sobre el documental Buena Vista Social Club. En aquella polémica yo defendí la estrecha idea de cuestionar el porqué tenía que ir a Cuba a “hablar” de música cubana (algo tan vital para nuestra cultura) el alemán Wim Wenders cuando debería ser la obra de un director de cine cubano. Jonathan defendía la postura de que el director podría ser de la Conchinchina, si conseguía entrarle a la historia con el alma.

Mi ataque de nacionalismo, a la distancia y tras unos cuántos años, se me antoja ridículo. Y no me apena decir que en 2005 no era un muchachito; sabía perfectamente que desde hacía siglos otros muchos artistas miraban con peculiaridad creativa más allá de sus fronteras. Y el cine, desde su invento, no era ajeno a esa experiencia de artistas realizando obras sobre temas diversos que supuestamente no les incumbían.

Hoy, con la cabeza fría, puedo analizar que lo que me costaba trabajo entender era el cómo operaban la censura y la autocensura en mi psiquis en tanto director de cine que vivió y realizó en Cuba una buena parte de sus filmes. Con seguridad me animaba también el saber que si a algún director cubano de aquel entonces, 1996, fecha en la que se filmó Buena Vista Social Club, se le hubiera ocurrido contar que algunas glorias musicales del pasado andaban olvidadas, deambulando de una manera u otra por calles de La Habana y de alguna capital de provincia, le hubieran negado rodar el proyecto. Ese juicio me llenaba de ira y me hacía observar con dureza crítica a cualquiera, aunque este “cualquiera” llevara sobre sus espaldas la imprescindible “París-Texas”, por cierto, rodada por un alemán en Estados Unidos... Pero, ¿porqué él sí y los nacionales no? Intereses económicos al margen, eso fue lo que me hizo asumir una postura tan intransigente.

Lo curioso es que esas películas rodadas por extranjeros en Cuba, se dejaban filmar y después no se exhibían comercialmente en el país. Pero al menos podían rodarlas, podían existir y cosechar éxitos en otras latitudes.

Lo nuevo es que con el pasar de los años, a día de hoy y por razones muy complejas que no corresponden exponer en este trabajo, sí podría un director cubano rodar una película como “Viva”, aunque tampoco se exhibiría en la Isla, o se haría de manera muy limitada. Sólo necesitamos saber que en el país apenas hay salas de cine. Las películas extranjeras con temática cubana y las cubanas con temáticas incómodas, se exhiben en Cuba (las que lo consiguen) en el Festival de La Habana y su mejor destino es el llamado “Paquete Semanal” (una selección de filmes y programas de televisión que circula semiclandestino de mano en mano por el país entero- Nota del Editor). Están demasiado cerca las tristes experiencias de la censura a la hispano-dominicana “El Rey de La Habana” (ni siquiera se rodó en la Isla) a la francesa “Regreso a Itaca”, a la propia “Viva”, aun no estrenada en salas comerciales... Y por cierto, a la tampoco estrenada “Buena Vista Social Club”.

Otro tanto ha sucedido con varios de los mejores filmes recientes de la producción nacional. Los tiempos en que millones de espectadores asaltaban las salas para ver cine cubano, quedaron atrás hace mucho tiempo y no es porque los cubanos se hayan cansado de ver su cine.

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Infografía
Héctor Medina, caracterizado (PRODUCCIÓN DEL FILME)

Una película irlandesa muy cubana

Pero el caso de “Viva”, la película que ha inspirado esta meditación, implica un enigma especial que no tiene que ver con su exhibición o censura y es que la película no sólo no es cubana, sino que es muy irlandesa. El guión es de Mark O´Halloran, la dirección de Paddy Breathnach, la producción del puertorriqueño Benicio del Toro (única excepción caribeña) y la dirección de fotografía, la música, la edición y los decorados son también de artistas y técnicos irlandeses. Este grupo de europeos, sin apenas hablar castellano, grabó en Cuba una película profundamente cubana, hablada en nuestro idioma, interpretada por actores (esos sí) cubanos y a su vez, de una universalidad incuestionable.

Y lo que casi me obsesiona es que el “misterio” (palabra tomada al actor Luis Alberto García en una opinión sobre “Viva”) es muy difícil de desentrañar. Implica intentar entender cómo la mirada de “extraños” o ajenos al día a día de cualquier nación, ha logrado captar las esencias de un país pasando por encima de estereotipos que a veces y sin percatarse, exponen los mismos creadores nacionales en determinadas obras. Evidentemente la observación desde la distancia de los hechos que se cuentan, aporta un gran valor a la subjetividad de los “ajenos”.

Visto así, sólo tendremos que pensar en cuántas películas realizadas por extranjeros han roto las estrechas barreras de lo estrictamente patrio, para consagrarse en obras de valor realmente universal. Pensando sólo en cine las miras estrechas del nacionalismo hubieran impedido a Chaplin, a Iñárritu, a Kieslowski o a Raúl Ruíz, hacer películas en universos “ajenos” que lograron sorprendernos por su autenticidad y diversidad expresiva. Sin ánimo de comparar al cineasta irlandés Paddy Breathnach con otros directores, aplaudo la sencillez y la autenticidad de lo conseguido en “Viva”.

Lo más sorprendente para mí, es que el guión de “Viva” posee una estructura clásica de melodrama y podría haber sido, en otras manos, una débil película, estos son sus planteamientos: Chico gay que trabaja restaurando pelucas en un ‘night club’ habanero donde varios travestis “interpretan” (doblan) apasionados boleros. El joven admira y sueña con interpretar como “ellas” hasta que una noche, cuando finalmente lo consigue, se acerca a un cincuentón asistente al espectáculo que resulta ser un ex convicto y para más “Inri”, su desconocido Padre.

De aquí en adelante es fácil imaginar lo que sigue: Prohibición paterna de participar en el espectáculo musical por profundos prejuicios machistas, que continúan en una etapa de enfrentamiento, hasta que el personaje protagonista se entera que su padre tiene un cáncer terminal y él debe optar entre complacer a su progenitor en sus últimos días, o su realización personal. El final “feliz” de tolerancia generalizada (el padre comprende al hijo antes de morir y asiste a uno de sus espectáculos) concluye el relato... Pero, Viva es mucho más que eso.

Mirando un poco más hacia adentro

Una especialísima mirada de su director hacia esa supuesta realidad “desconocida”, interpretada con sutileza y talento conjugan fotografía, música y un reparto actoral de lujo para ofrecernos un film que llega mucho más allá de lo que propone la historia. La primera sorpresa llega de un actor ya consagrado a pesar de su juventud; Héctor Medina, que nos entrega un personaje de una calidez y una diversidad gestual regida por una gran economía de medios expresivos, que van desde el movimiento de sus manos, pasando por las posturas del cuerpo y la intensidad emotiva e íntima de su particular arsenal de miradas, de aliento poco comunes. La interiorización en el desencantado mundo del personaje es admirable y su búsqueda de la esperanza en condiciones tan adversas, un inusual logro.

Le acompaña un Luis Alberto García que nos sorprende en lo que para mi caracteriza la brillantez de un actor; su desdoblamiento. Acostumbrado a asumir a este brillante intérprete como el macho de una buena parte del cine cubano, verlo ahora sacando su “lado femenino” desde zonas realmente inexploradas por él frente a las cámaras, me deslumbra. Por su parte Jorge Perugorría con un conseguido aspecto físico de borracho cincuentón, que en la arrancada no logró convencerme (cosas del montaje) se va metiendo en la piel de un alcohólico implacable, que termina por sacar adelante una difícil, pausada y creíble ternura. Y eso, no es nada fácil de conseguir.

El resto del reparto es muy convincente, sin fisuras, coherente y convincente. La frescura es un don muy notable en Viva, que a pesar de ser una película que describe una realidad dura, nos trasmite con claridad meridiana lo importante que es para el ser humano el sentido de pertenencia.

La música, incidental, lejana de clichés habituales se integra a la trama con naturalidad. Los aires de sonoridades irlandesas (país musical donde los haya) integrados a formas musicales lejanamente cubanas, están ahí, brillantemente ejecutados. La fotografía cálida, entre el habitual desconche habanero, pero que con una sutileza en el tratamiento de la luz, admirable.

Es evidente que “Viva” me gustó. Es de esas películas que encuentran la sencillez como su gran virtud. Apoyada en una puesta en escena y una dirección de actores nada pretenciosa, lo que la convierte en una película conseguida. Nada es burdo en Viva, es un film sin costuras, no sentí el estereotipo del diferente, sino que conviví con seres humanos capaces de dialogar con cualquier heterosexual que lleve la cabeza sobre los hombros.

Desplacemos los nacionalismos simplistas (en todos los órdenes); abramos la cabeza al mundo y aprendamos de una vez por todas que desde la peculiar mirada de Kalatósov en “Soy Cuba” (1964) bendecida por el extraordinario talento de Urusevski y el redescubrimiento de Scorsese y Coppola en 1995. O la ganadora del Oscar “Dersu Urzala” (1996) Kurosawa rodando en la Siberia, o en la reconocida “Viridiana” (1961) película de un Buñuel mexicano y universal, están partes de las claves que permiten reconocernos como seres humanos, en menoscabo de las limitadas miradas del nacionalismo ramplón.

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