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Amanecí contento

Desde hace días estoy pidiendo otra pandemia, pero de pura alegría y felicidad. No pierdo la esperanza. ¿Será la Navidad?

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Amanecí contento
Hoy amanecí tan contento que doy vergüenza. (LUIGGY MORALES)

Hoy amanecí tan contento que doy vergüenza. Desde que abrí el ojo izquierdo supe que algo extraño pasaba, sentí unas tremendas ganas de bailar en la cama, y cantar Mesita de noche. No estoy loco. Es simplemente alegría desbordada y no entiendo por qué. A veces no es bueno hacerse preguntas sino aceptar lo que sentimos sin buscar explicaciones.

Hoy me siento comprometido a contagiar a todos los que se me acerquen e inocularles este virus tan valioso que puede transformar la dura realidad que vivimos. Voy al baño, me observo en el espejo, el mismo viejo y arrugado rostro. No hay cambios. Me cepillo los dientes con cuidado, no vaya a espantar esta sensación de euforia donde intuyo al mundo modelo de humanidad, de que nos amamos todos, de que no hay diferencias, esta sensación de solidaridad que siento debe primar entre hombres y mujeres, entre países, la pasta de dientes casi me atora… La ducha me acecha, me enjabono siguiendo el ritual de siempre, hasta la espuma contribuye a mi gozo, me seco, me visto poniéndome los viejos pantalones azules y la camisa que heredé de Vitico, las sandalias gastadas que me regaló Carlos, de las cuales no me separo, corro hacia la estufa, preparo el café, abro la puerta del apartamento por si mi hijo, que vive al frente, quiere cruzar, compartirlo, o si mi nuera uruguaya insiste en contarme lo último de su país. Mi nuera es política en potencia y se ha confesado de derechas, a mí y a mis amigos nos llama bolcheviques porque algunos sentimos tener un corazón con sístoles y diástoles socialistas.

Hace un sol radiante, riego las matas del balcón, ellas me sonríen, principalmente las Trinitarias que me regalo el cura Tomás, esas vigilan mi comportamiento discretamente y bendicen el hogar en que vivo; luego desayuno algo, una tostada, quizás un huevo y salgo a la calle. En el ascensor saludo quizás con demasiado acento de contentura a algún vecino que me mira extraño, intento no decir más que “feliz día” para no escandalizar, pero estuve a punto de abrazarlo, su máscara de pandemia me recordó que estamos en peste, me limité a sonreír con la mirada.

Estoy tan alegre que soy peligroso, gente como yo no debería salir a la calle, si algún marciano me observara creería que todos los pobladores de esta tierra somos así de contentos y conquistarían la tierra. El sol me da de lleno en el rostro y tengo deseos de arrodillarme y rezar al Dios que tantas veces se me pierde… Lo hago mentalmente y pido por tantos seres tristes y amargos que no tienen la suerte de amanecer un día por lo menos en sus vidas como el día que estoy viviendo yo.

Ojalá escuche mi oración, estoy desde hace días pidiendo otra pandemia, pero de pura alegría y felicidad. No pierdo la esperanza. ¿Será la Navidad?

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Freddy Ginebra Giudicelli es un contador de anécdotas cuyo mayor deseo es contagiar su alegría y llenar de esperanza a todos aquellos que leen sus entrañables historias.