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Conversaciones mayores

Hay una sabiduría especial que parece llegar solo con los años

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Conversaciones mayores
Las conversaciones con personas mayores tienen sazón y sustancia, y te dejan el corazón lleno. (LUIGGY MORALES)

Por falta de tiempo y por grandes y sentidas ausencias, he dejado de lado uno de mis mayores placeres: conversar con personas mayores.  Abrevar de su sapiencia, reírme de sus ocurrencias, maravillarme de sus experiencias vitales son insumos que llenan mi alma. Y es que hay una sabiduría especial que parece llegar solo con los años.

Hay culturas donde los ancianos son venerados y tratados con increíble respeto. En otras, no saben qué hacer con ellos, condenándolos a morir en soledad, alejados de sus familias.

He tenido la suerte de convivir y trabajar con ancianos sabios. Podía sentarme con ellos largo tiempo y tratar de entender, a través de sus palabras, las razones que los motivaron a tomar decisiones personales y profesionales que impactaron sus vidas y la de sus familias por generaciones.

En algunas de esas conversaciones me permitieron ver a través de sus ojos grandes alegrías y grandes penas. En otros casos orgullo, satisfacción y vergüenza. Conocí algunos para los cuales la edad no fue obstáculo para lograr sus sueños. Sabían que sus días se acortaban, pero no su entusiasmo por vivir. Varios decidieron enmendar errores para no irse con cargas, mientras otros prefirieron llevar sus secretos a la tumba. Todos ellos me compartieron grandiosas lecciones de vida.

Recuerdo damas muy entradas en edad que nunca perdieron su coquetería y conocían todos los trucos para mantener a sus hombres felices y sus familias unidas sin importar los tiempos y las adversidades. De ellas intenté aprender el arte de la prudencia, que hay que cuidarse sin exagerar y que la parte física siempre será importante en un matrimonio, aunque los años pasen y la pasión merme. 

También conocí altas ejecutivas que se mantuvieron activas hasta asegurarse que habían dado lo mejor de sí mismas. En épocas donde no había mucho espacio para que las mujeres subieran las escaleras del éxito, pelearon contra los prejuicios y ganaron a pulso el respeto, el reconocimiento y el agradecimiento de todos.  Al final de sus carreras profesionales habían dejado un legado impresionante y unos zapatos muy grandes que llenar. 

Atesoro en mi baúl de historias preciosas haber conocido al Dr. Héctor Mateo, eminente cardiólogo, humanista y filántropo dominicano, fallecido hace unos años, lleno de años y sabiduría.  Con una sonrisa permanente, era una persona entrañable y un ente de moderación y compromiso en todas las actividades en la que se desempeñaba.  Su visión y propósito vital lo hacían parecer una persona predestinada. 

Se ha quedado en mi memoria su discurso de despedida de una de las Juntas de Directores de las que formaba parte. Decía muy emocionado que antes de acostarse cada noche se aseguraba de haber aprendido algo nuevo, conocido alguien nuevo y haber sonreído. De esa manera sentía que el día había valido la pena. Yo añado que, si todos tuviéramos esa misma actitud ante la vida, fuéramos mejores personas y seguramente más empáticas y mejor instruidas.

Tuve la dicha de disfrutar de mis abuelos hasta que fui adulta. Los dos que me tocaron fueron hombres excepcionales, cada uno en su campo y con sus personalidades.  Don Julio César De Peña Guzmán fue abogado y juez de larga data en la judicatura dominicana, vertical en todas sus decisiones. En sus ratos libres, amante declarado de la luna y la poesía 

Don Miguel Tejada, por otro lado, era el epítome del mocano de libro: “seco, sacudío y medío con buen cajón”. De pocas palabras y de pocas sonrisas, guardaba la ternura para sus nietos a quienes prodigaba con pequeños, grandes gestos.  Sentarse a conversar con cualquiera de ellos dos, de cualquier tema, eran ocasiones memorables, aportando una visión distinta, pero matizada por la prudencia y la experiencia.

Si me lees hoy, no desaproveches la oportunidad de conversar con gente mayor y tener conversaciones mayores, de esas que tienen sazón y sustancia y te dejan el corazón lleno. Atesora el tiempo con los ancianos de tu familia y no permitas que su memoria perezca con su ausencia física. En algunos años, si Dios nos concede el privilegio de llegar a la ancianidad, nosotros estaremos del otro lado con miles de historias y experiencias que contar. Ojalá aparezcan oídos que quieran escucharlas.

TEMAS -

Comunicación corporativa y relaciones internacionales. Amo la vida, mi familia y contar historias.