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Ráfagas de nostalgia

Esta ciudad es testigo de mi vida, en ella voy dejando mis huellas que, como todas las huellas, se borrarán con el tiempo

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Ráfagas de nostalgia
Nací en esta vieja ciudad de Santo Domingo, la caminé de niño, crecí en ella y me es imposible escapar de tantos recuerdos. (SHUTTERSTOCK)

¿Serán los años o esta incapacidad de acabar de entender que soy un anciano que se rodea de recuerdos y, a veces, le cuesta entender este presente tan convulso que vivimos? Todos los días me traslado a Casa de Teatro, que queda en el mismísimo corazón de la zona colonial. Cada mañana hago para evitar el trastorno que me provoca la selva de autos que salvajemente se disputan el espacio en la ciudad, un ejercicio de pensamiento donde voy fraguando planes culturales, estrategias, llamadas pendientes, reuniones sobre sueños y utopías…. cada mañana hago ejercicios de alegría e invento sueños que alimenten de alguna manera el quehacer cultural en que vivo. Cada mañana me engaño y me digo que viviré para siempre y que el cielo, si llega, llegará de repente sin esperarlo y cuando se me hayan agotado los sueños.

El trayecto, dependiendo de los tapones, es siempre el mismo, rara vez lo cambio, a menos que tenga que hacer alguna parada en ruta.

A veces converso conmigo, ensayo propuestas, me hago críticas o pongo en manos del todopoderoso el futuro proyecto.

Desde que voy conduciendo las casas, calles y edificios me van contando sus historias, me inundan de anécdotas y los recuerdos me asaltan sin esperarlo, algunos son reincidentes, aquí una vez conocí a alguien que me ayudó a vencer los miedos, en esa escalera me rompí el brazo al caer, en esa casa se escondió mi amigo escapando de una persecución implacable, en ese parque jugué a policías y bandidos con mis primeros amigos de infancia, aquí estaba la librería donde venía a comprar obras de teatro español a 30 centavos la edición, aquí la vi por primera vez en una procesión y me enamoré de inmediato, era tan parecida a la Virgen que llevaban cargada, era mi virgen, y luego al fin nos hicimos novios y aprendimos a besar juntos.

Nací en esta vieja ciudad de Santo Domingo, la caminé de niño, crecí en ella y me es imposible  escapar de tantos recuerdos. Algunos felices otros muy dolorosos, como aquellos en que en plena revolución me tocó contar cadáveres en el hospital Padre Billini y la sangre inundaba los pisos y las monjitas no daban abasto curando a los heridos.

Esta ciudad es testigo de mi vida, en ella voy dejando mis huellas que, como todas las huellas, se borrarán con el tiempo, me inundan los recuerdos y cada mañana, sin poder evitarlo, surgen nuevos que se van tejiendo con las nuevas experiencias vividas en mi Casa de Teatro.

Desde que tomé conciencia de que uno se muere decidí no tomarme muy en serio esto de vivir.

Supe que el tiempo era corto y que la mejor manera de pasarlo bien y feliz era primero aprendiendo a reírme de mí mismo y luego aceptando muchas de las cosas que jamás podría cambiar. Cada mañana, y perdonen, trato de ser mejor ser humano, hacer todo el bien posible y, claro, me reinvento y me divierto.

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Freddy Ginebra Giudicelli es un contador de anécdotas cuyo mayor deseo es contagiar su alegría y llenar de esperanza a todos aquellos que leen sus entrañables historias.