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Aquella guerra fría cultural desconocida

Uno nunca podrá saber cómo -y quiénes- elaboraban las listas de beneficiarios del programa intelectual de la guerra fría cultural en nuestro país

La guerra fría, iniciada en 1945 al finalizar la Segunda Guerra Mundial, no solo fue una disputa colosal entre Estados Unidos y la entonces Unión Soviética en el aspecto ideológico, político, económico, militar, informativo, sino que también abarcó a la cultura

No habíamos nacido aún cuando inició la guerra fría y cuando Estados Unidos creó la OTAN. Estábamos dando los primeros pasos cuando la Unión Soviética respondió con el Pacto de Varsovia.  Éramos adolescentes cuando este proceso estaba en su mayor apogeo, aunque la gran mayoría -nosotros incluidos- desconocía los pormenores de esa etapa de tensiones que permitió que no se llegara nunca al uso de las armas ni de los arsenales nucleares que fueron creciendo a la sombra de las dos potencias. Fue muchos años después que conocimos los detalles del suceso que se extendió por 45 años y que concluyó en 1989 con el derrumbe de la URSS y el colapso de la Europa del Este (Algunos estudiosos estiman que la guerra fría concluye con la Cumbre de Malta, en la cual se reunieron los líderes soviético y norteamericano Mijaíl Gorbachov y George H. W. Bush).

Uno de los episodios más ignorados y desconocidos de la guerra fría, y tal vez el de mayor alcance a nivel informativo y propagandístico de parte de Estados Unidos, ocurrió entre los años 1950 y 1967, o sea durante diecisiete años. Cuando iniciaba la década de los cincuenta, el gobierno norteamericano decidió invertir enormes recursos en un programa secreto de propaganda cultural, dirigido originalmente a Europa occidental, pero extendido luego a América Latina, sobre todo después del triunfo de la Revolución cubana.  Como el propósito era que no se supiese de la existencia de este amplio programa, el gobierno estadounidense encomendó la tarea a especialistas previamente entrenados de la Agencia Central de Inteligencia. Un agente de la CIA, Michael Josselson, fue quien dirigió la operación, comenzando con la organización del Congreso por la Libertad Cultural, que estableció oficinas en 35 países, contrató a numerosos intelectuales y artistas (aunque la mayoría desconociese el propósito principal), publicó más de veinte revistas en diferentes idiomas, contrató centenares de articulistas y periodistas para servicios de prensa y redacción de columnas de opinión, organizó espectáculos y exposiciones de arte, celebró conferencias internacionales con expositores de alto nivel intelectual y creó premios para músicos y artistas. En definitiva, se acumuló un arsenal impresionante de armas culturales: periódicos, revistas, libros, conferencias, seminarios, exposiciones, conciertos, premios. Asegura Frances Stonor Saunders que la misión de ese proyecto “consistía en apartar sutilmente a la intelectualidad de Europa occidental de su prolongada fascinación por el marxismo y el comunismo, a favor de una forma de ver el mundo más de acuerdo con el American way”.

Esta guerra fría de la cultura contó con el respaldo, “tanto si les gustaba como si no, si lo sabían como si no, de escritores, poetas, artistas, historiadores, científicos, periodistas, directores de diarios, críticos de arte y de literatura, creando un frente cultural complejo y muy bien dotado económicamente. Se afirma que en la Europa de posguerra fueron pocos los intelectuales que no quedaron enrolados en esta misión encubierta, sin que la mayoría de ellos lo supiesen. 

Con los años, el entramado cultural se extendió a los países de América Latina, para contrarrestar los efectos que la Revolución cubana había creado entre escritores y artistas del continente, donde se había generado una corriente de simpatía, e incluso de militancia activa, a los postulados que se esparcían desde La Habana. Se estableció la misma escuela de propaganda subterránea y las finalidades del Congreso por la Libertad Cultural se hicieron presentes más allá de Europa occidental para arribar por nuestros lares. Se fundaron y contrataron editoras en Argentina y México, principalmente, para imprimir libros, se realizaron cursos intensivos sobre temas culturales y se crearon redes de periodistas, escritores y artistas para impulsar acciones literarias y promover la lectura de los valores de la nación estadounidense, fomentar el arte y crear opinión pública.

Uno nunca podrá saber cómo -y quiénes- elaboraban las listas de beneficiarios del programa intelectual de la guerra fría cultural en nuestro país, específicamente. Pero, cuando apenas tenía diecisiete años de edad, y viviendo aún en mi pueblo nativo, comenzaron a llegar por correo a mi casa libros de literatura que todavía conservo y que terminaron siendo fundamentales en mi formación sobre las letras norteamericanas. Llegaban con una tarjeta del agregado cultural de la embajada de Estados Unidos en Santo Domingo, que se llamaba Ainslie B. Minor, quien se hizo famoso organizando actividades culturales que eran ampliamente reseñadas en la prensa de la época. El primer libro, y creo que el que mejor contribución hizo a mi interés, desde entonces, por la poesía y los poetas norteamericanos, me llegó en abril de 1967 con una nota de Minor que decía, y sigue diciendo: “Para José Rafael Lantigua, en reconocimiento a su meritoria labor estudiantil con motivo del Día del Libro”.  La obra es una estupenda antología de la “poesía norteamericana contemporánea”, al cual debo mi introducción a las letras de esa nación y, en especial, a sus grandes poetas. Ha llovido mucho después de la llegada a mis manos de este obsequio, que ignoraba, como debe suponerse, que cumplía una misión de evangelización cultural a favor del pensamiento y los valores de Norteamérica, y que en aquel momento ha de haber constituido una distinción que recibía con obvia sorpresa. Seguirían llegando otros libros, sobre la vida en Estados Unidos, su historia y sus fundamentos constitucionales, los valores de la democracia, biografías de Lincoln y Washington, pero nunca llegó ni uno que descalificara a los “contrarios”, o sea contra el marxismo y los países socialistas. Era una promoción subrepticia, si se quiere, para sembrar los valores en las letras y el arte, y en especial, la democracia norteamericana.

Todos fueron buenos libros, bien editados, pero el que mayor impacto me produjo fue el de poesía que ya mencioné. Se trata de una reunión de 38 poetas norteamericanos que, para entonces, tenían ya su nombre bien ganado, aunque algunos apenas comenzaban su trayectoria. Observemos que esta edición tiene 55 años.  Todos estos poetas eran para mí desconocidos. Se inicia con Robert Frost -poeta que aún releo con admiración-, y por supuesto están allí los que ya tenían sello de clásicos de la literatura norteamericana: Carl Sandburg (de quien, al conocer su biografía, llamé en mi primer libro que se publicaría nueve años después, el Domingo Moreno Jimenes de Estados Unidos, dado que al igual que nuestro poeta mayor hizo una labor misionera para promocionar su poesía, organizaba recitales y conciertos -y Moreno, concursos de belleza en cada provincia que visitaba-, y hacía uso de vocablos provenientes del habla cotidiana. Sandburg y Frost fueron, en su época, los poetas más populares de Estados Unidos, los llamados poetas del “common man”, del hombre común); Ezra Pound y T. S. Elliot, poetas del siglo diecinueve y autoexiliados en Italia y Gran Bretaña; William Carlos Williams, el poeta de New Jersey que era además médico; Wallace Stevens, abogado de profesión y quien trabajó gran parte de su vida en una compañía de seguros; E.E. Cummings, pintor, “enemigo implacable de las letras mayúsculas”;  Elizabeth Bishop, para entonces ya poeta laureada y ganadora de un Pulitzer, quien con su primer libro entró de inmediato en la consagración; y Robert Lowell, poeta católico, que hubo de cumplir condena por negarse a ir a la guerra. Luego de estos, una parte no alcanzó las glorias de sus predecesores y otros todavía eran considerados jóvenes y autodidactas, como los de la generación beat, Gregory Corso, Lawrence Ferlinghetti (rebelde contra el American way of life), Jack Kerouac, líder de los beatniks, quien se hizo más célebre por sus novelas y quien para 1966 apenas había publicado un poemario, Mexico City Blues; Allen Ginsberg, quien ya tenía diez años de haber dado a conocer Howl (Aullido) y se vanagloriaba de ser el poeta más importante de la beat generation.

La guerra fría cultural nos legó algunos libros que abrieron caminos en el andar por la gran poesía norteamericana, estudio y valoración que ampliaríamos en los cursos que, celebrados en el Instituto Dominico-Americano en los ochenta, patrocinaba el Servicio Informativo y Cultural de la embajada de Estados Unidos (USIS) y de los cuales participamos en dos: uno sobre poesía y otro sobre pintura norteamericana, en 1983 y 1984, dictados por profesores de la universidad de Miami. La guerra fría concluiría su intrincado laberinto de diplomacia de salón y política de tocador y afeites cinco años después, en 1989. Hasta su final, la guerra fría cultural continuó su andadura de historia secreta. El poeta modernista norteamericano Archibald MacLeish escribió: “La historia es como una sala de conciertos mal construida, con puntos muertos en los que no se puede escuchar la música”. 

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    William  Shand y Alberto Girri<br>Bibliográfica Omeba, Buenos Aires, 1966<br>237 págs.<br><br>Observar que el libro es firmado por dos renombrados poetas argentinos.<br>
    POESÍA NORTEAMERICANA CONTEMPORÁNEA

    William Shand y Alberto GirriBibliográfica Omeba, Buenos Aires, 1966237 págs.Observar que el libro es firmado por dos renombrados poetas argentinos.

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    Luis Alberto Ambroggio<br>Vaso roto, 2019<br>544 págs.<br><br>Los 48 poetas que recibieron el título de Consultores de Poesía de la Biblioteca del Congreso o Poetas Laureados, de 1937 a 2018.
    ANTOLOGÍA DE POETAS LAUREADOS ESTADOUNIDENSES

    Luis Alberto AmbroggioVaso roto, 2019544 págs.Los 48 poetas que recibieron el título de Consultores de Poesía de la Biblioteca del Congreso o Poetas Laureados, de 1937 a 2018.

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    Gonzalo Torné<br>Alba, 2020<br>554 págs.<br><br>Los poetas de Manhattan: John Ashbery, Barbara Guest, Kenneth Koch, Frank O’Hara y James Schuyler.<br>
    LA ESCUELA POÉTICA DE NUEVA YORK

    Gonzalo TornéAlba, 2020554 págs.Los poetas de Manhattan: John Ashbery, Barbara Guest, Kenneth Koch, Frank O’Hara y James Schuyler.

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    Alberto Manzano<br>Hiperión, 2015<br>659 págs.<br><br>Los grandes poetas del rock: de Leonard Cohen y Bob Dylan a Suzanne Vega y Elliott Murphy.<br>
    ANTOLOGÍA POÉTICA DEL ROCK

    Alberto ManzanoHiperión, 2015659 págs.Los grandes poetas del rock: de Leonard Cohen y Bob Dylan a Suzanne Vega y Elliott Murphy.

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    <div>Frances Stonor Saunders<br></div>Círculo de Lectores, 2001<br>540 págs.<br><br>Un libro que revela una historia enterrada bajo toneladas de documentos.<br>
    LA CIA Y LA GUERRA FRÍA CULTURAL

    Frances Stonor Saunders
    Círculo de Lectores, 2001540 págs.Un libro que revela una historia enterrada bajo toneladas de documentos.

TEMAS -

José Rafael Lantigua, escritor, con más de veinte libros publicados. Fundador de la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española. De 2004 a 2012 fue ministro de Cultura.