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Entrevista
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Daniel Beltré: “Mi mayor preocupación siempre ha sido la crisis del lenguaje”

El autor ganó recientemente el Premio Anual de Poesía Salomé Ureña de Henríquez

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Daniel Beltré: “Mi mayor preocupación siempre ha sido la crisis del lenguaje”
Daniel Beltré, escritor dominicano. (FOTO: FUENTE EXTERNA.)

Daniel Beltré, discreto autor de esmerada expresión, suele mantenerse al margen del candelero literario, en el que se le ha nombrado bastante a propósito de que fuera el reciente ganador del Premio Anual de Poesía Salomé Henríquez Ureña, concedido por el Ministerio de Cultura, hecho que lo ha proyectado mucho más en un área que ha cultivado sin disonancias desde hace décadas.

Abogado, académico y político, el escritor dominicano reconoce la determinante influencia que tuvo en su vida intelectual el reputado escritor y político Juan Bosch, con quien compartió mucho y del que guarda valiosas reflexiones.

El autor respondió varias preguntas de Diario Libre sobre el premio recibido y otros aspectos literarios relacionados con su distintiva donosura.

Recién acaba de ganar el Premio Anual de Poesía. ¿Qué le ha hecho pensar este galardón?

Que nos podemos levantar un día y darnos cuenta de que alguien está dispuesto a defender el canto; a reafirmar sus bondades: todos los muchachos de mi barrio que alguna vez memorizaron unos versos y acogieron un perro en casa terminaron por ser personas adorables. Nunca pensé en medallas o galardones. Me sentí premiado desde el momento que descubrí que la penca de un cactus, el tronco de una gina o los confines de mi libreta de lenguaje hacían lugar para mis impresiones sobre el amor o las mariposas.

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De su libro ganador, “No es un soplo la vida”, se destaca la estética de los versos y la hondura del contenido. ¿Fue esto un objetivo alcanzado?

Mi mayor preocupación siempre ha sido la crisis del lenguaje como vehículo del catálogo de signos que usamos para construir los corredores de la convivencia. La poesía no viene a resolver esta vicisitud existencial; pero la denuncia, la advierte. Para mí la mayor atención al escribir queda resumida en la defensa de la lengua. Lógicamente, un verso desprovisto de pensamiento, de belleza, será siempre un verso vacío.

En la obra, trabaja mucho con los recuerdos, las impresiones y las sensaciones. ¿Suele apelar a estos recursos para escribir sus poemas?

Decididamente. La memoria va llena de aromas y abalorios, de túmulos y rostros; de humedales, piedras, sonrisas; de besos y flores que nos acreditaron -más allá de los apuros de la ciencia- como seres vivos y viables.

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Daniel Beltré, escritor dominicano.

¿Recuerda cuándo se dio cuenta de que se le daba bien la poesía?

No.

¿Y quiénes fueron los primeros poetas que le ayudaron a afinar el pulso?

Yo llegué a la literatura atrapado por el teatro. Hice de Cristóbal Colón en la obra El Descubrimiento, para octubre de 1967. Había cumplido 10 años. La actividad cultural en Villa Duarte era escasa. Pronto descubrí que celebrar como clérigo no estaba tan lejos de mi angustia: la liturgia requería de un hermoso montaje. No volveré a hacer teatro hasta 1975; sería la última vez. Mucho antes, en la víspera de la Navidad de 1969, un librero ambulante, me pondría en contacto, a crédito, con un tesoro que aún conservo: Agua Grande de Boris Gorbátov, El Cortesano del Sol de Charles Haldeman, Los Buenos Negocios de Gabriel Celaya y los Relatos de los mares del Sur de Jack London. Luego llegarían Cervantes, Bosch, Isaac, Galdós, Delfoe, Montalvo, entre otros. Mi mundo era la narrativa. Tendría unos catorce años cuando conocí a Darío, Bécquer, Safo, y después a los poetas líricos de la lengua castellana. Leería más tarde a Vallejo, Guillén y Whitman. Mi contacto con los poetas nacionales lo adeudo fundamentalmente a Carmelo Cuello, cuya librería frecuentaba de tarde en tarde; también, comencé a leer la poesía de la posguerra gracias a un joven poeta a quien he extrañado desde el año 1973: Eddy Hidalgo.

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Daniel Beltré, en Cartagena de Indias, Colombia. (FOTO: FUENTE EXTERNA.)

¿Ha encontrado espacios y motivos para la escritura durante la pandemia?

En estos días he logrado reescribir algunos versos de juventud, ha sido una verdadera labor de salvamento. Pero la verdad es que en este tiempo mi mayor atención la ha ganado el dolor y el espanto.

¿Tiene en proyecto o trabaja alguna obra literaria en la actualidad? En caso positivo, ¿cuál es el desafío?

En este momento releo sin prisa un poemario intitulado “Nunca fue bueno tanto olvido”. Espero publicarlo oportunamente. Otros trabajos demandan mi atención; es el caso de mi libro de cuentos “Noche en vela”. Me gustaría que estas entregas no demoren.

Se le reconoce como abogado y político, pero hay gente que desconoce su faceta poética. ¿Por qué no se ha proyectado más? ¿Hubo piedras en el camino?

En absoluto. Aun cuando el derecho, la política, se alzaron con mi agenda, no he dejado de escribir; solo que exageré la sentencia servida por el poeta Eddy Hidalgo, condenando la proclividad a publicar cuando aun no había secado bien la tinta.

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¿Qué impacto tuvo en su vida intelectual y en su vocación de escritor su relación con el profesor Juan Bosch?

Bosch fue determinante. Conocí su discurso político muy temprano; también su obra literaria. Solía preguntarme sobre cómo alcancé lo que él reputaba buen dominio de la lengua. Siempre le respondí sin reparos: “Oyéndolo y leyéndolo a usted”. Sonreía acompañado de unos gestos que parecían negar mi confesión. Manuel Rueda, en algunas ocasiones, me sorprendió con la misma pregunta, pero siempre aceptó los fundamentos de mi respuesta.

¿Recuerda algún consejo que le haya dado Bosch u otro escritor?

He referido la advertencia del poeta Eddy Hidalgo, a quien desafortunadamente no volví a ver desde 1973. De Bosch guardo muchas reflexiones. En el año 1976 fui invitado a un pequeño acto en honor a un joven cuentista, Ángel Cruz Diloné, cuyo cuento “L´aijorrá” acababa de ser galardonado. Bosch tendría las palabras centrales. Había adelantado su llegada. Yo también. Félix Alburquerque me acercó, no solo como compañero de partido, sino como joven interesado en el cuento, en la poesía. Bosch me recibió -así será siempre- con mucha generosidad. Luego de contarme la historia de Milón de Crotonas me dijo: “Se aprende a escribir escribiendo...y leyendo. Se podrá dejar de escribir un día, pero hay que leer todos los días”.

¿Qué opina sobre la poesía dominicana contemporánea?

La contemporaneidad de la poesía dominicana es básicamente la historia de múltiples sociedades culturales, movimientos, generaciones y voces independientes que han dotado a la poesía de un singular esplendor. El canto ha sido movido permanentemente por la fuerza de la dialéctica, que ha venido a servirnos una poesía de hondo aliento, dominada por una resuelta defensa del hombre, por un profundo pensamiento sobre el alma de las cosas, por un lenguaje curado en el que la imaginación, la originalidad y el vanguardismo hacen presencia. Estos rasgos, igual, alcanzan materialidad en una buena parte de los versos que nos llegan en estos días obrados por admirables exponentes. Podría hacerme a la identificación de muchas de esas voces, pero prefiero que sean sus cantos los que testimonien el maravilloso destino que incuban.

¿Se ha sentido seriamente tentado por otros géneros literarios?

Por años he cultivado el ensayo. Como he dicho, estoy animado a publicar una selección de cuentos en los que narro hechos -un hecho por cada cuento- registrados en el ocaso de la tiranía de Trujillo, con posterioridad a la tiranía, durante la guerra de abril de 1965 y luego de esta conflagración.

¿En qué momento existencial se encuentra?

Por fortuna no tengo un yo ideal; es decir, un yo en el que piense, un yo al que aspire. Siempre he sabido que la humanidad está dividida como si dijésemos en dos partes: los que aman las cosas y los que aman al hombre. Conozco muy bien la parte a la que pertenezco. Las perturbaciones me llegan de los otros. Los que sacrifican sin asombro la oportunidad de la trascendencia a cambio de miserables banalidades.

¿Se pregunta a dónde más quiere llegar como escritor?

Sería suficiente poder decir cosas, escribir cosas, que hagan feliz a alguien.

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