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Doña Mary, la multiplicadora de esperanzas

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Doña Mary, la multiplicadora de esperanzas
Doña Mary con una de las pacientes del área de terapia infantil de la Asociación Dominicana de Rehabilitación. (FOTO: MARVIN DEL CID)

Por Yinett Santelises

Cuando vio a su hijo de cuatro años caerse frecuentemente al caminar, Mary debió sentir como si una niebla densa invadiera su mundo. Había estado leyendo sobre un virus temible y poco conocido en la República Dominicana de 1956, cuya presencia se manifestaba en debilidad muscular y que podía provocar parálisis o incluso la muerte.

¿Indicaría este cuadro que su primogénito tenía poliomielitis, esa monstruosa enfermedad que invadía el sistema nervioso?

-Olvídate de eso que esa no es una enfermedad tropical-, le aseguró el pediatra.

Pero el instinto de una madre puede ser más certero que el diagnóstico precipitado de un médico que al notar su error no volvió a atender al niño, quizá influido por el miedo a contagiarse o por la vergüenza de un dictamen errado que podía ser letal.

Sin pediatra de cabecera, la salud del niño empeoraba, presentaba fiebre alta y problemas para orinar y respirar -entre el 5% y el 10% de los afectados muere por parálisis en los músculos respiratorios, según la Organización Mundial de la Salud-.

El doctor Jaime Jorge celebraba su cumpleaños número 45 el día que lo llamaron para que atendiera la emergencia. Fue Jorge -hoy considerado como el precursor de la pediatría dominicana- quien se lo arrebató a la muerte.

Pero la polio le había dejado una parálisis al pequeño paciente y a Mary y Constantino, el padre, tenacidad para buscar la rehabilitación de ese primer retoño que ahora debían cuidar y sostener en brazos como cuando era un bebé.

Cuando el niño enfermó aun no se habían detectado epidemias de la enfermedad en el país -los primeros registros del poliovirus en República Dominicana datan de 1940, con seis casos ese año, pero hasta 1959, cuando al menos 200 niños fueron afectados, no supuso alarma-.

Como no había ningún centro de rehabilitación aquí, la pareja tuvo que peregrinar por hospitales lejanos, en Nueva York y Miniapolis, buscando dónde pudieran devolverle movilidad al crío. Y hasta allí viajaban sin grandes mejorías hasta que Papá Jorge, como le llamaban al médico, les contó que había sabido de un hospital especial para rehabilitar pacientes afectados por la poliomielitis. Era el Georgia Warm Spring Foundation creado en 1927 por Franklin Delano Roosevelt, quien había sufrido polio a los 39 años, antes de gobernar los Estados Unidos por más de una década.

Mary Pérez de Marranzini tenía 32 años, había estudiado secretariado y se dedicaba a atender a sus dos hijos. Entonces, envuelta en la incertidumbre, no podía imaginar que ese día en que enfermó Celso José, el mayor, marcaría su vida, la de su familia y -durante varias generaciones- la de millares de personas afectadas por algún tipo de discapacidad que han encontrado en la Asociación Dominicana de Rehabilitación (ADR) la recuperación física y habilidades para llevar una vida productiva.

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Doña Mary visita el área de terapia física de adultos con Yenifer Moronta, quien le acompaña en todas sus actividades desde hace unos seis años. (FOTO: MARVIN DEL CID)

A media mañana del lunes santo, doña Mary -90 años, seis meses y 21 días- está subiendo un escalón para llegar a su oficina, como suele hacer cada jornada desde hace más de medio siglo. Ivelisse Brea, quien ha sido su asistente por unas tres décadas, la saluda y le dice que está bonita vistiendo esa blusa azul turquesa mientras la ayuda a llegar a su escritorio con actitud protectora.

-Lo dices porque me quieres-, le responde, como quien está consciente de que la vida devuelve el cariño que se da.

Es menuda, tiene el pelo castaño oscuro, sonrisa bondadosa y ojos de miel. Al sentarse saca de su cartera el estuche de los lentes que lleva puestos, un iPhone y tres bolígrafos y los coloca con la agenda en fila sobre el escritorio. Allí, en perfecto orden, la esperaban papeles, portalápices, algunas tazas vistosas y Jesucristo en una pequeña cruz. Y en la repisa de su derecha, variados reconocimientos y fotos de sus hijos y nietos.

A las 10:59 de la mañana, el director de la Asociación, Arturo Pérez Gaviño, sale de la oficina contigua y pide a doña Mary que le acompañe. Varios representantes de la Iglesia de los Santos de los Últimos Días quieren conocerla.

Más de cinco décadas de constante entrega a quienes han padecido alguna discapacidad han hecho que admirarla y reconocerla sea fácil: tiene más de 40 distinciones nacionales e internacionales, entre ellas la Orden de San Silvestre que le otorgó el Papa Juan Pablo II en 1997 y la Orden de Duarte, Sánchez y Mella del gobierno dominicano en 1986.

El de los mormones fue un saludo breve que tenía agendado -anota todo, desde actividades laborales hasta encuentros familiares o visitas de sus hijos-. Con 90 años, llevar una agenda detallada ayuda a mantener la organización de siempre.

Ahora, cómoda en su sillón, doña Mary recuerda que en Georgia Warm Springs aprendió los procesos de rehabilitación para poder tratar a su hijo y también que un centro de este tipo debía incluir, además de la terapia física, la ocupacional y del lenguaje. La adversidad se había convertido en filantropía y el 28 de junio de 1959, cuando habló de su experiencia como madre de un niño afectado por la polio ante los miembros del Club Rotario de Santo Domingo, no se limitó a la recuperación física.

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Mary de Marranzini en Rehabilitación. (FOTO: FUENTE EXTERNA)

-Es, pues, la labor de un centro de rehabilitación no sólo restaurar cuerpos sino preparar las mentes, estimular las aptitudes e infundirles el coraje y la determinación necesarios para que ellos puedan vivir y trabajar normalmente en el mundo de los no incapacitados-, dijo entonces en la charla “Hacia un mundo mejor para los físicamente impedidos”.

Ese día quedó formado el Comité Organizador, que se centró en la redacción de los estatutos, pero la situación política en la etapa final de la tiranía de Rafael Leonidas Trujillo retrasó la creación del centro, como relata Mu-Kien Adriana Sang en el libro Una Obra de Amor y Solidaridad, sobre los primeros 50 años de la Asociación.

Sang reproduce un discurso sin fechar de Constantino Marranzini ante los Rotarios, que pudiera ser de 1962, en el que habla de la persecución y apresamiento de personas y miembros del Club que los apoyaban.

Así, la Asociación Pro Rehabilitación de Lisiados tuvo que esperar que ajusticiaran a Trujillo y que Juan Bosch ganara las primeras elecciones post dictadura para constituirse, lo que ocurrió con el decreto 126 del 30 de abril de 1963.

54 años después, la Asociación Dominicana de Rehabilitación -nombre que mantiene desde 1977- tiene 32 filiales, cubriendo casi todas las provincias. En 2016 ofreció 1,087,185 servicios y modalidades de tratamientos, de los que el 78.71% corresponden a rehabilitación y el 10.36% al programa de educación especial para población en edad escolar con discapacidad intelectual y físico-motora. El resto de servicios fue de aditamentos ortopédicos, intervención temprana, asistencia psicológica y formación e inserción laboral.

-Yo siempre digo que nadie por sí solo es capaz de alcanzar un gran logro. Yo he tenido mucha colaboración y por eso ha crecido la institución y la forma en que está hoy día, con servicios en casi todo el país-, dice doña Mary luego de contar que fue en casa de Vicenta de Peignand, fallecida en febrero de 2015, donde a principios de los 60 empezaron a dar las terapias y que Olaf Hansen, un experto de Naciones Unidas, inició el taller ortopédico y formó a estudiantes.

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Arturo Pérez Gaviño, Mary Pérez de Marranzini e Isabel Meyreles en la ADR. (FOTO: FUENTE EXTERNA)

La Asociación Dominicana de Rehabilitación abrió en octubre de 1963 en un pequeño local cedido por la Secretaría de Estado de Salud Pública en la Avenida Duarte esquina Padre Castellanos. El 25 de octubre de ese año pasaban balance a los primeros 13 días de servicio: habían atendido a 127 pacientes, aunque no todos eran víctimas de la polio.

El compromiso de la institución con la rehabilitación de los niños con discapacidades -sin limitarse a las víctimas de polio- permitió que empezara las terapias una pequeña de nueve años a quien una bala perdida había dejado inmóvil en 1964. Desde entonces doña Mary ha sido la mayor inspiración de Cristina Francisco, quien se integró muy joven a los reclamos por un trato igualitario y desde hace casi 20 años se ha centrado en la lucha por los derechos de las mujeres con discapacidad.

-Recuerdo que ella estaba allá personalmente en Rehabilitación cuando comenzó... recibiendo los niños. Ella me recibía, me abrazaba, me daba cariño. Por eso se mantiene ese afecto, porque desde esa vez yo la recuerdo... Trascendía de lo que era un compromiso a lo que era el afecto, el cariño-, comenta Cristina.

Dos años después de la apertura la realidad política del país motivó a que ampliaran los servicios para asistir a las víctimas de la Guerra de Abril de 1965, que buscaba el retorno del gobierno de Juan Bosch, derrocado en septiembre de 1963.

Entre los esfuerzos por llegar a más personas, formar técnicos y encontrar fondos, la institución fue creciendo y en 1967 inauguraba su local, construido con aportes de la Iglesia Católica, la Central Evangélica Alemana, la Unión Panamericana de la Organización de Estados Americanos, de donantes privados y del Estado -que facilitó los terrenos, en la calle San Francisco de Macorís esquina Avenida Leopoldo Navarro, en el ensanche Miraflores-.

Arturo Pérez Gaviño, quien ha dirigido la institución por 27 años en dos períodos: de 1970 a 1985 y desde 2005 a la actualidad, dice que en esa época se consiguieron becas y que uno de los beneficiarios fue el doctor Alfredo Contreras, “que es el padre de la medicina física y rehabilitación del país”.

Como el objetivo de doña Mary no era atender solo a determinados segmentos de la población que necesitaba rehabilitarse, en 1967 empezaron a tratar incapacidades por accidentes cerebro vasculares, defectos congénitos y otras lesiones que afectaran la movilidad de las personas, como consta en Una Obra de Amor y Solidaridad.

En 1969 abrieron la Escuela de Educación Especial -construida con fondos locales y de la Fundación Kennedy y en cuyo logro influyó mucho la persistencia del doctor Jordi Brossa- y el programa de Terapia Ocupacional, coordinado por Juanita viuda Olmo y la terapista Margot Rodríguez.

En uno de los viajes a Estados Unidos a tratarse las secuelas de la polio, Celso Marranzini recuerda que sólo iban tres pasajeros en el vuelo de Dominicana de Aviación: doña Mary, Constantino y él.

Constantino -relata Celso- había estudiado con un hijo de Julieta Trujillo de Saviñón, hermana del dictador, y por ese contacto pudo lograr que el régimen le diera pasaportes, que debían entregar en el aeropuerto al regresar al país. Era una época distinta, pero no todo era restrictivo... En ese vuelo en el que eran los únicos pasajeros, Celso pasó todo el tiempo en la cabina del piloto y congeniaron tanto que éste le regaló sus insignias.

-Me lo encontré hace como un año, año y medio, en un sitio y me dijo “tú no te acuerdas de mí, pero yo era el que te cargaba y te subía por las escaleras del avión”-, cuenta Celso un miércoles en su despacho de Multiquímica, la industria que fundó en 1986, cuando tenía 34 años.

Lo llevaban dos veces por año a Estados Unidos, pero aquí, antes de la creación de la Asociación, era Mary quien le daba las terapias con lo que podía: en vez de camilla, lo acostaba en una mesa y lo ataba con un cinturón grueso de los que se usaban en los aviones para hacerle los ejercicios. En la casa incorporaron pasarelas para caminar y escaleras para que aprendiera a subir.

Aunque ha tenido que usar muletas por las secuelas en las piernas, su movilidad era “tremenda”, como él mismo rememora. Cuando estuvo en la UCMM estudiando economía -entre 1969 y 1971- subía sin dificultades las escaleras y una vez se mudó en un apartamento en el piso 12, aunque allí usaba el ascensor... si no había un apagón.

-Yo no tenía problemas en caminar distancias intensamente largas y he pagado esas consecuencias porque tengo los hombros muy lastimados. Todo el tiempo con muletas, yo no le cogía miedo a nada... Ahora estoy tratando de cuidarme lo que no me cuidé en esos años. En esos años yo era Superman y ahora soy Clark Kent-, bromea Celso.

No podría decirse que la polio alguna vez haya sido un obstáculo insalvable para que alcanzara lo que se propone. Cuando quiso competir en carreras de Go Kart -vehículo en el que se frena con el pie izquierdo, que es en el que la polio le dejó más secuelas- adaptó el freno en el guía y al ganarle a todos los competidores la Federación de Kartismo del país cambió el viejo reglamento que no permitía que personas con discapacidad participaran.

Celso se casó a los 21 años tras cinco de amores y, también enamorado de la mecánica, empezó a trabajar con 17 años en la empresa fundada por su abuelo Celso Pérez, en la que fabricaban los zapatos Campeón, Hush Poppies o Paseo, tan demandados que las máquinas solo paraban cuando no daban más de sí.

En la década de los 70 fue gerente de producción en Celso Pérez CXA, que para entonces tenía unos 1,000 empleados y fabricaba 10,000 pares de zapatos al día. De modo que no era raro encontrarse a Celso -el nieto- metido debajo de las máquinas o sobre ellas arreglando algún desperfecto.

A las dos de la tarde del primer día de verano la lluvia ha cesado y están como salpicadas de rocío las flores de los flamboyanes que rodean la rampa de acceso al segundo nivel de la Escuela de Educación Especial. Por ahí sube Lourdes Ovalles cada día para llegar a la Biblioteca.

Nació en 1959 en Ceiba de Madera, una comunidad en la falda de Cordillera Septentrional en Moca, donde abundan los flamboyanes y samanes a ambos lados de las calles.

El día de su bautizo -con un año de edad- enfermó y su madre la llevó a los hospitales de Moca y Santiago, pero no encontraban la causa de las altas temperaturas y la enviaron a un hospital de la capital. Tenía polio.

-Mi mamá dice que yo duré un año interna porque yo quedé que no podía mover los brazos ni el cuello-, cuenta Lourdes entre las estanterías de libros amarillentos sobre los servicios que ofrece la institución.

Tendría unos seis años cuando empezó a recibir terapias, con la Asociación Dominicana de Rehabilitación aún en ciernes, y fue allí donde pudo recuperar la fortaleza en el cuello y la movilidad de los brazos, pero sus piernas quedaron afectadas pese a los ejercicios de recuperación.

Lourdes -una mujer afable, de piel morena y pelo rizo- afirma que su madre fue su terapeuta ocupacional porque desde niña la trataba igual que a sus hermanos y la fue motivando a aprender todo oficio que pudiera, sin limitarse por las secuelas de la enfermedad.

Su primer trabajo fue en un taller de costura limpiando la ropa de los hilos sobrantes, hace 17 años empezó a trabajar en el área estadística de Rehabilitación y desde 2004 es la encargada de la Biblioteca de la institución, a donde llega cada día en taxi porque en el país no existe un transporte público accesible para personas con discapacidad físico-motora... aquí los autobuses no tienen espacio para sillas de ruedas.

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Mary Pérez de Marranzini (FUENTE EXTERNA)

María Altagracia, la segunda hija del asturiano Celso Pérez y de la puertorriqueña de origen español Carmen Pintado, nació el 20 de septiembre de 1926 en el barrio Santa Bárbara en la Zona Colonial de Santo Domingo.

Antes de llegar a República Dominicana, Celso Pérez había trabajado en un ingenio en Puerto Rico como gerente de mantenimiento ganando unos 10 dólares mensuales. Para incrementar sus ingresos pidió autorización al dueño para tener un apiario en el ingenio y se llenó de entusiasmo cuando obtuvo 1,000 dólares de la venta de la miel. El problema -cuenta Celso Marranzini, su nieto- vino cuando le contó al jefe.

-No, tú no te ganaste nada. Esos 1,000 dólares son míos-, le espetó el señor, y le hizo entregarle el dinero. Para entonces ya estaba casado con Carmen Pintado y, molesto, se mudó con su esposa a la República Dominicana.

17 días antes de que Mary cumpliera cuatro años el ciclón San Zenón entró al país y provocó muchos daños en Santa Bárbara y toda la ciudad. Para esos años Celso Pérez tenía dificultades para cubrir los gastos de familia pero su casero le tenía mucha estima.

-Yo no tengo cómo pagarte (el alquiler). Es más, yo no tengo ni cómo darle comida a mis hijos-, le dijo entonces Celso a su casero.

-Celso, tú me pagas cuando tú puedas y yo te voy a dar dinero para que tú le des comida a tus hijos que yo sé que tú me lo vas a pagar-, le prometió el señor, según recuerda Marranzini que le contaba su abuelo sobre esa etapa.

Pero la fuerza de voluntad del asturiano Celso Pérez -que heredaron su hija Mary y su nieto- así como su capacidad para desarrollar trabajos mecánicos le permitieron fundar en 1930 la industria de calzado que lleva su mismo nombre.

Mary Pérez estudió en el Colegio Santa Teresita y en la Escuela Normal de Señoritas. Luego hizo un secretariado bilingüe en el Instituto Dominicano Gregg y se casó con Constantino Marranzini, hijo de un inmigrante italiano y de una descendiente de libaneses.

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Celso Marranzini, Mary Pérez de Marranzini y Arturo Pérez Gaviño (FOTO: FUENTE EXTERNA)

Arturo Pérez Gaviño había estudiado Administración de Empresas en Colombia y tenía 26 años cuando ganó el concurso para director de Rehabilitación, en el que doña Mary no participó para no influenciar el resultado porque este joven era primo segundo suyo, por los Pérez -por los Gaviño, la madre de Arturo, Genoveva, era prima hermana de Juan Bosch-.

Desde los tiempos en que Arturo ingresó a la ADR se desarrolla un programa de formación para que las personas rehabilitadas puedan insertarse al mundo laboral, como desde el principio anhelaba doña Mary.

-Esa visión fue demasiado importante para que desde los inicios se supiera que aquí había que hacer un programa de medicina física y rehabilitación, un programa de educación especial, pero que convergiera en la parte de la formación laboral-, explica Gaviño.

La Asociación Dominicana de Rehabilitación firmó acuerdos con talleres de mecánica, desabolladura y pintura o ebanistería de las mismas comunidades en las que vivían los pacientes para que los entrenaran y -luego de dominar el oficio- los contrataran.

En sus inicios se financiaba con aportes de fundadores y de empresas allegadas, como Celso Pérez CXA. Pero al ir creciendo cada vez necesitaban recaudar más fondos.

Doña Consuelo Castro de Alsina, tesorera de la Junta Directiva, era quien se afanaba por encontrar formas creativas para poder saldar las cuentas cuando los números estaban en rojo -cosa que ocurría con frecuencia- sin contemplar aumentos en las tarifas que perjudicaran a los pacientes, en su mayoría pobres.

Hacían telemaratones con el apoyo de Freddy Beras Goico y otras personalidades de la televisión, iban con alcancías por las intersecciones, organizaban conciertos con intérpretes dominicanos o sinfónicos con orquestas internacionales, presentaciones de ballets de varios países, desfiles de moda -con diseños de Oscar de la Renta- y rifas de vehículos que aún hoy se realizan.

Quizá por gobernar 22 años o porque le convenía apoyar una labor social como la de Rehabilitación, que correspondía al Estado, Joaquín Balaguer fue un gran aliado, como doña Mary siempre ha destacado. Llegó a donarles el sueldo completo de algún mes y siempre -con la gestión de su fiel colaborador Rafael Bello Andino- se mostraba presto a intervenir cuando las recaudaciones eran insuficientes, aumentando incluso la subvención estatal, que para entonces rondaba el 50%.

Arturo recuerda que por 1976 o 77 -en los años más violentos de todos sus gobiernos- el presidente les cedió el Salón Las Cariátides del Palacio Nacional para una cena de gala pro recaudación de fondos con unas 2,000 personas, a la que, por supuesto, asistió.

-Todo lo que ocurría en el país giraba en torno a él (a Balaguer) y, evidentemente, nos fue ultrabien. Incluso él dispuso que quien iba a hacer la cena, en ese tiempo estaba muy de moda, era Mike Mercedes-, afirma.

Pérez Gaviño salió de la ADR en 1985 cuando sus cuatro hijos iban creciendo, por lo que necesitaba un empleo que le permitiera obtener más ingresos para cubrir los nuevos gastos que se iban generando. Trabajó en grupos comerciales y en 2005 estaba en Multiquímica.

-Arturo, tú conoces muy bien Rehabilitación, tú has estado muy ligado a Rehabilitación. Mami te necesita y yo no le puedo decir que no-, le dijo un día Celso.

Volvió a dirigir la institución y hoy cuenta lo satisfactorio que es ver cómo una persona que llegó en silla de ruedas o en camilla empieza a dar pasos, poco a poco. Como los pacientes de la ADR son recurrentes, la relación que entablan con el equipo suele ser cálida y cercana y puede llegar a ser casi familiar.

En la década de 1970 la institución empezó a promover los deportes en las personas con discapacidades físico motoras y se creó el Club Deportivo sobre Sillas de Ruedas, con un instructor extranjero.

-Hablaba (el instructor) de que se podía hacer deporte y dije yo “¿Cómo? ¿En silla de ruedas yo hacer deportes?-, recuerda Cristina Francisco, que entonces era una adolescente.

No dudó en integrarse y convertirse en atleta, participando en competencias panamericanas y ganando medallas de oro y nuevas perspectivas de cómo en otros países las personas con discapacidad habían logrado avances en el reconocimiento de sus derechos.

Ahora Cristina es miembro de la Junta Directiva de la ADR y hace unos minutos que terminó la reunión en la que rindieron un homenaje póstumo a Consuelo de Alsina, el doctor Jordi Brossa, Oscar Hernández y Vicenta de Peignand por su dedicación a la institución. A las 2:40 de la tarde, antes de irse a casa con su agenda de siempre a mano, doña Mary se acerca a la silla de Cristina y se agacha un poco para poder darle un abrazo de despedida, como cuando iniciaba la ADR y le daba aliento a la niña de nueve años que iba a darse terapias para recuperar la movilidad.

Durante las décadas de 1970 y 1980 el equipo de Rehabilitación trabajó mucho para evitar que más niños se contagiaran de polio y en el país se realizaron múltiples campañas de vacunación contra el virus, con apoyo de instituciones extranjeras como la Organización Mundial de la Salud (OMS), la Organización Panamericana de la Salud (OPS), el Club Rotario Internacional o UNICEF.

Por gestiones de Rehabilitación, a principios de 1983 visitó la República Dominicana el doctor Albert Bruce Sabin, el virólogo de origen judío que desarrolló la vacuna oral contra el poliovirus, en Estados Unidos, adonde llegó joven huyendo del antisemitismo en Polonia.

En 1988, 25 años después de esas terapias rústicas pero efectivas, la Asociación Dominicana de Rehabilitación era una institución consolidada con 14 filiales descentralizadas que cubrían las zonas norte, sur y este del país. Entonces habían pasado tres años del último caso registrado de polio salvaje y dentro de otros cinco -en 1993- declararían a la República Dominicana libre de la enfermedad y la institución seguiría fortaleciéndose y expandiéndose por todo el país.

Lo que todavía sigue siendo necesario es que haya accesibilidad para personas con discapacidad en el transporte, las calles y edificios con rampas, ascensores y espacios adaptados para sillas de ruedas. Y que, como manda la Ley 05-13 sobre Discapacidad, se cumplan las cuotas laborales -5% de la nómina en entidades del sector público y 2% en el privado-.

La ADR se concibió en sus inicios como la Asociación Pro Rehabilitación de Lisiados. En 1965 sustituyó la palabra “lisiados” por inválidos y en el 77 el nombre cambió por el que conserva hasta la fecha. La sociedad también se ha sensibilizado y hoy hablar de lisiados, inválidos o incluso discapacitados no es políticamente correcto.

-A las personas con discapacidad las han aceptado en su condición y tratan en todo lo posible de formarse y tener una vida útil-, comenta doña Mary al comparar la situación actual a la de mediados del siglo pasado.

Con frecuencia va a la Iglesia San Judas Tadeo, donde solía escuchar la homilía del finado monseñor Amancio Escapa (murió el 5 de mayo pasado), un amigo muy cercano a su familia. Le gusta leer libros espirituales, comer dulces y ver los programas de televisión del comentarista Julito Hazim, primo de Constantino, quien falleció en 1993.

-Él la molesta y le dice que ella lo ve porque él se parece mucho a mi papá y entonces le dice “tú me ves a mí porque te recuerdo a Tino”-, cuenta Celso.

Doña Mary disfruta ir a Jarabacoa, a donde suele llevarla Celso y donde su padre tuvo una casa porque el lugar -decía-, era lo que más se le parecía a su Asturias natal. Y al recordar el origen de Celso Pérez, su hija canta de memoria la primera estrofa del himno asturiano:

Asturias, patria querida,

Asturias de mis amores;

¡quién estuviera en Asturias

en todas las ocasiones!

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Doña Mary y si hijo Celso en la Asamblea Anual de la ADR de 2015. (FUENTE EXTERNA)

-No es porque sea mi hijo, pero es un gran hombre, con unas empresas ya muy desarrolladas. Multiquímica, DOPERCO. Ha sido muy capaz. La discapacidad física para él no ha significado nada. Absolutamente, ningún obstáculo en su vida-, dice, orgullosa, Mary Pérez de Marranzini.

Ese niño que motivó la creación de la Asociación Dominicana de Rehabilitación hoy tiene 65 años, seis hijos y 14 nietos. Además de sus empresas, ha presidido el Consejo Nacional de la Empresa Privada (de 1997 a 2001) y el Consejo de Administración de la Corporación Dominicana de Electricidad (CDE), de 1996 a 1998. De 2009 a 2012 fue vicepresidente ejecutivo de la Corporación Dominicana de Empresas Eléctricas Estatales (CDEEE) y representa reconocidas marcas.

-Yo estoy muy involucrado en Rehabilitación, muy metido de cabeza, porque yo creo que ésa es una obra que no se puede perder. Sobre todo para mí, no solamente por el sacrificio de mi mamá y de toda una cantidad de gente que dio su vida en Rehabilitación, sino porque yo sé lo que es volver a una persona rehabilitada, hacerla útil a la sociedad, que pueda caminar, y si no puede caminar suplirle una silla de ruedas, que tenga independencia-, confiesa Celso Marranzini, primer vicepresidente de la Junta Directiva de la ADR hasta 2018.

En 2013 la Alcaldía del Distrito Nacional renombró la calle San Francisco de Macorís, una vía por la que tantos pacientes han recorrido sonrientes luego de dar ese primer paso o de recuperar movilidad tras una enfermedad o accidente. Desde entonces es la calle Mary Pérez viuda Marranzini por donde transita la esperanza de que una discapacidad no sea lo que defina a las personas.

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