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Literatura
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¿Dónde está la literatura?

La palabra podría entenderse como “inerte”, no está viva por sí misma, sino que su vida surge entre quienes la pronuncian

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¿Dónde está la literatura?
“Me volviste loco, Wilfrido” es el libro que publicó el músico hace poco tiempo (ARCHIVO)

En ocasiones algo tan exacto como una palabra puede resultar trascendental. Por ejemplo, en el campo de lo legal, una palabra es suficiente para generar argumentos y posibilidades a favor o en contra de alguna de las partes implicadas.

Una palabra puede significar una ruptura sentimental. Imagina que después de un beso apasionado se te escapa un “te amo” y la otra persona te mira con sorpresa y te dice “Yo también te estimo”. Sería inevitable una conversación incómoda para precisar conceptos y emociones.

La palabra también configura comunidades de sentido. Grupos de personas que tienen algo esencial en común: un quehacer, una pasión o cualquier cosa en general; todo cuanto existe puede ser objeto de sentido y una comunidad puede establecerse a su alrededor. Ninguno de los lenguajes que usa el arte para expresarse está exento de ser una comunidad de sentido. Por ejemplo, se puede decir que yo pertenezco a la comunidad de sentido de la música, porque mi carrera ha transcurrido mayormente en ese campo; así como decir que pertenezco a la comunidad de sentido del merengue, o de República Dominicana; Hay tantas comunidades de sentido como seres significando lo que existe. Incluso más.

Una palabra cargada de sentido es poderosa; puede contener el universo entero dentro de ella. Por ejemplo la palabra “literatura”. Todos podemos estar familiarizados con este concepto; desde un estudiante en el colegio, hasta los grandes escritores que con su obra han hecho la huella por donde corre la historia.

Puede parecer algo elemental, algo obvio, pero me gustaría invitar al lector en un corto viaje hacia la definición de ese concepto; a cambio le prometo la posibilidad de una pincelada nueva que puede sumar un poco mas a la consciencia lingüística.

La RAE define literatura como “El arte de la expresión oral o escrita”. Dentro de sus componentes se incluye la lírica, la narrativa y el teatro. Ese significado nos abre la posibilidad de entender la literatura desde la palabra, bien sea hablada, escrita o actuada.

En cada idioma existen instituciones que han construido acuerdos respecto al uso del lenguaje para garantizar que sea posible en la colectividad. También son los estandartes que sirven de punto de encuentro para quienes ejercen una profesión relacionada a la literatura.

Lo hermoso es que de alguna forma, cuando alguien se refiere a ese concepto, podría surgir la duda si en el imaginario colectivo, está asociada a la palabra escrita únicamente, o se le da lugar a la palabra hablada.

Sería posible plantear acorde a la denotación que indica la real academia, una relación tácita entre la palabra escrita y la hablada; una coexistencia de esencia así estén en soportes diferentes. Es decir, no tendría sentido que Gutenberg creara la imprenta, si cada uno de los signos plasmados en papel no tuvieran, al relacionarse entre sí, una imagen acústica, interpretación o sentido como resultado.

La palabra podría entenderse como “inerte”, no está viva por sí misma, sino que su vida surge entre quienes la pronuncian, la escuchan, la escriben, la leen, la cargan de sentido y se valen de ella como un puente.

Una segunda acepción de esta definición, establece que es un arte que también sucede hablando. Es decir, podemos tener charlas literarias, conversaciones llenas de literatura.

Por ejemplo, todos sabemos que escribir un poema puede clasificarse como una actividad literaria; pero ¿Sabías que susurrar al oído de tu amado o amada lo que sientes es igual de literario? Caer en la idea que la literatura sólo vive en los libros es un error común que nos priva del sentido más orgánico y vital en torno a esa palabra: la literatura nos rodea, coexiste en la inmediatez del día a día, es la vida misma. Una conversación, discusión, alocución o cualquier acto comunicativo que implique pronunciar palabras desde una necesidad sensible, es literatura, parafraseando la definición.

Cabe resaltar que hablo del acontecer espontáneo y simultáneo de la literatura como definición en un mero e inocente juego de palabras; para hablar del fenómeno literario, sus actores, sus estándares como oficio y su comunidad de sentido, haría falta un despliegue muchísimo mas amplio que encontraría un soporte mas alineado en un escritor o literato. Alguien así podría hablarnos desde adentro de esos paradigmas para poder dimensionar y comprender correctamente su connotación y contexto.

Yo, que soy un amante de la literatura pero no me considero un literato, quisiera proponer un enunciado valiente y liberador; con el único objetivo de enriquecer, no de delimitar o excluir: No porque algo esté escrito es literatura. No porque algo NO esté escrito, entonces puede privarse del calificativo literario.

Entonces, ¿Puede hacer literatura alguien que no sepa leer ni escribir?; o por el contrario, ¿Puede alguien escribir en grandes cuantías sin que lo escrito sea catalogado como literatura?. Esta pregunta puede suscitar múltiples discusiones. Ambos extremos en teoría son posibles. ¿Que es real y que es literatura si ambos están entrecruzados y la palabra es un componente esencial de ambos?.

Desde los bardos que narraban hazañas de héroes míticos, hasta Don Quijote, quien extravió su consciencia entre libros de caballería y salió a un mundo totalmente diferente; la palabra ha cumplido una función constitutiva estructural. Configura quienes somos, como pensamos y como nos relacionamos. Por eso escuchar es tan esencial como leer y hablar es tan importante como escribir, así no sean lo mismo. Es una simultaneidad desde esa perspectiva, incluyendo el acto mismo, el gesto, que expresa comunicación no verbal de quienes somos y de lo que queremos decir. O acaso, ¿Como nace el amor entre dos personas con discapacidad auditiva?

Imagina una conversación de amor entre dos sordomudos. Imagina que se ruborizan sus mejillas, que sus gestos se vuelven sutiles, como caricias a la mirada del otro y las expresiones del rostro se vivifican de forma magistral. Si eso no es poesía, si no hay literatura en ese instante, juro que no sé lo que es.

Personalmente, siempre he sido un fanático de la literatura en tiempo real. Ningún libro equipara en mí, el placer de ofrecerle mi mirada sincera a otros ojos y encontrarme honesta y apasionadamente en una conversación. Leer es primordial; es solo que para mí, el otro también me representa un libro que se abre página a página con cada palabra que dice, no solo dibujando las ideas que desea emitir, sino que en su acto de habla, en su “literatura”, puedo descifrar pistas de cada “autor” que me dejan entrever y sentir empáticamente un mundo totalmente autónomo, cargado de sus propios significados y contextos.

La literatura del mundo puede verse como una de las fronteras de nuestra existencia; donde hemos narrado como humanidad nuestro acontecer, empoderado en las voces de geniales autores. Esto es una de las bendiciones artísticas y antropológicas más grandes que tenemos. Así mismo sucede con la literatura que acontece en lo pequeño, en lo íntimo. Eso que cabe dentro de la definición y adquiere un perfume romántico al pensarlo, así nunca esté registrado en un libro o su alcance sea la escucha de una sola persona. La sinceridad puede ser la clave para valorar como arte el acto literario de quien escribe o habla. Así te hable de un mundo totalmente imaginario como en el caso de las novelas de ficción, o un mundo totalmente táctil como la realidad que experimenta en su vida; si se hace con honestidad y como un acto sensible, bien sea hablada o escrita, está viva, también es literatura.

No olvidemos ese libro tan esencial en toda nuestra cultura que dice “Al principio todo era oscuridad y dijo Dios hágase la luz y la luz se hizo...”. Bastó la palabra pronunciada para hacer la luz que iluminaría las páginas en blanco que hemos escrito y faltan por escribir.

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