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Entrevista
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Efraim Castillo: “La literatura no me ha dado una vida más plena”

El conocido letrado, laureado varias veces y considerado por muchas personas como un erudito, ha publicado más de veinte obras.

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Efraim Castillo: “La literatura no me ha dado una vida más plena”
Efraim Castillo, escritor dominicano. (FOTO: FUENTE EXTERNA)

Efraim Castillo, fecundo y laureado escritor de la posguerra dominicana, confiesa que la literatura no le ha dado una vida más plena y que, por el contrario, la ha mortificado y llenado de dudas e interrogantes que atentan contra su yo.

Y aunque, por sobradas razones, en cada enero se presume que su nombre entra en la “tómbola” de donde se selecciona al nuevo Premio Nacional de Literatura, él afirma que el tema le tiene sin cuidado y arguye que nadie se pregunta si Shakespeare o Cervantes obtuvieron preseas, porque sus galardones están en el Quijote y en el Hamlet y él espera que el suyo se encuentre en Currículum, El Personero, Guerrilla nuestra u otra de sus obras.

Con franqueza y amabilidad, el autor accedió, gustoso, a plasmar su hondo pensar al responder preguntas sobre su dilatado quehacer en el campo de la creación y su particular visión de la literatura y otros tópicos vinculados.

Ha cultivado todos los géneros literarios con notables resultados. ¿Qué más le gustaría hacer?

Cuando te aguijonea el numen, esa divinidad que te golpea e impulsa a pensar, a escribir, a pintar, e inclusive a amar sin importar la hora del día o la noche, pierdes el poder de decidir qué género o lenguaje estético abordarás para dar rienda suelta a la creación; o dicho en otras palabras, no se requiere de una chiva blanca [como la del merengue] para darle brillo a la inspiración. La cuestión, entonces, se asienta en un hacer, en la domesticación de un concebir, de un cogito y del —yéndome a Husserl— descubrimiento del desarrollo de la subjetividad. En esta edad, en esta acumulación de siete décadas de vida, el gusto se reduce a un estar que mortifica al hacer y nos tienta insistentemente a un permanecer que debemos combatir con rutinas y evocaciones. Y es ahí en donde entra —u obligado o clandestinamente— el numen. Y para enunciarlo mejor, mi querida Emilia, el gusto por hacer se limita a un simple concebir, y esas concepciones las programo de acuerdo al influjo de los recuerdos y sus cargas de angustias, alegrías y sospechas.

Sorprende que no le hayan concedido el Premio Nacional de Literatura. ¿A usted también le extraña?

Ese premio, así como los demás que he ganado, me tiene sin cuidado y cuando leo o escucho que mi nombre podría bailotear en la tómbola de los posibles agraciados paso a la página siguiente, a la que nos conectará irremediablemente con el futuro. Podrás ganar todos los premios, pero si tu obra no trasciende no vale de nada. Nadie se pregunta si Shakespeare o Cervantes ganaron premios, porque sus galardones están en el Quijote y Hamlet. Ojalá que mi premio esté en Currículum, El Personero, Guerrilla nuestra, o en algunos de mis cuentos u obras de teatro. Sería más que suficiente, porque si lo que produces lo organizas a través de una posible obtención de premios, te encadenas y esclavizas a una creación marcada por el mercado o fruto de una estrategia equivocada.

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Infografía

Como buen analista de la realidad dominicana, ¿qué tendría que hacer el Gobierno en el ámbito cultural para obtener buenos resultados?

No hay que asustarse con el vocablo cultura, que es un cúmulo de entornos artificiales, de hallazgos y luchas; de combates ganados a una naturaleza, o siempre hostil, o siempre espléndida, pero siempre apta para brindarnos lo bueno y lo malo que encierra. Por eso, desde el australopitecus al homo sapiens hubo un tránsito de más de un millón de años; aquel fue un viaje cargado de glaciaciones, violentas hambrunas, peligrosas migraciones; todo para formarnos como somos hoy, como seres humanos con culturas estructuradas por las geografías que guiaron sus establecimientos. De ahí, a que cada etnia haya desarrollado singularidades propias emanadas de lo ofrecido por su hábitat; y esa lucha y adaptación es la que ha fundado sus culturas y modelado sus vidas. Este gobierno no puede forzar a los gobernados a desarrollar aptitudes contrarias a su cultura; obligarlos a ejercer imitaciones que violenten sus discursos históricos. El éxito del sistema educativo del Japón es una prueba de que, para educar, sólo es preciso estudiar la propia historia, seguir su hilo conductual y anexarle los nuevos hallazgos y descubrimientos. Es una educación desde donde la otredad se convierte en autoconocimiento y se evaden complejos y mitos.

El país está obligado —para no quedar rezagado— a transformar el aprendizaje que se imparte en el sistema público para insertarse en los nuevos paradigmas educativos. Pero para lograr esto, se debe tener en cuenta que toda enseñanza [sobre todo en los niveles primarios] debe partir de una antropología educativa, en donde al educado se le transmitan valores esenciales y el conocimiento básico de lo que somos. Desgraciadamente, hemos abandonado a Hostos y nos hemos internado en la arena movediza de una educación fusionada que, al final, nos hará más mal que bien.

Tiene una sólida bibliografía y varias obras galardonadas. ¿Cuando escribe se reta?

Todo ejercicio creativo es un reto, un desafío en busca de un tercer discurso, de arribar a ese lugar que sospechamos existe y aguarda por nosotros. Desde luego, cada desafío conlleva —en la búsqueda— altas dosis de paciencia, de intranquilidad, de conocimientos y desvelos. Por eso es imposible escribir una novela, un poema, realizar una pintura, o una obra musical, sin retarnos a nosotros mismos. La hoja o el lienzo en blanco, para el escritor y el pintor, el pedazo de mármol o el cúmulo de barro para el escultor, así como las teclas del piano para el músico, se convierten en campos de batalla cuando el numen se posesiona del cerebro y es ahí en donde comienza la lucha, el reto.

Su literatura se centra bastante en el pasado y en ciertos traumas nacionales. ¿Es casual o se propuso entrar la daga en esos conflictos?

Toda literatura, ya sea de ficción o ensayo, parte de un pasado, de un continuo-discontinuo que nos aguijonea, que nos provoca evocaciones y al que tenemos que cuestionar para enfrentarlo al futuro, a lo que viene. Y es de ahí de donde surge el ritmo-sentido. Cuando escribo percibo un enunciado fundamental de Meschonnic:

“La poética, en lo que se escucha, en lo que se dice, busca la escucha contra la razón del signo. Hace la pregunta contra la sordera del signo. Avanza en esa selva. Escucha que nos trae la noción de ritmo, la implica, la trama, es una organización del movimiento de la palabra en el lenguaje: es su fuerza, su temblor, su pregunta incesante”.

Cuando el pasado fluye en nuestra memoria, nada mejor que atraparlo en la literatura.

¿Desde el inicio de su carrera literaria le importó cómo contar sus historias?

Las historias viven en uno y nos acompañan siempre, Emilia. Por eso soñamos y evocamos. Son las historias, las buenas y las malas, las que moldean nuestra vida y la hacen vivible, sostenible. Porque, ¿qué sería del mundo sin historia? El propio Heródoto, en el proemio de su obra se vincula a sí mismo para expresar que lo que escribió es una narración:

"Esta es la exposición del resultado de las investigaciones de Heródoto de Halicarnaso para evitar que, con el tiempo, los hechos humanos queden en el olvido y que las notables y singulares empresas realizadas, respectivamente, por griegos bárbaros —y, en especial, el motivo de su mutuo enfrentamiento— queden sin realce".

¿Bajo qué parámetros definió su sello distintivo al escribir?

Toda creación, si es creación —aún la divina—, no puede ajustarse, ni ensamblarse, ni buscar parámetros. Al contrario, es la creación la que debe convertirse en parámetro, en paradigma. Te lo apunté más arriba: la creación, para ser una verdadera creación, debe ser única. Claro, puede enmarcarse en estilos, en ciertas normas, aunque instintivamente sea presa de los incontrolables intertextos que se introducen en toda literatura; debido a que por más original que pueda ser un texto, siempre se aposentan en su tejido algunos enunciados, ciertas figuras y construcciones que han venido transitando por la poética desde hace milenios. Ese es un continuo que está anexado a la misma evolución humana, en donde cada civilización le debe algo a la anterior... todo a partir de la sumeria. Si lo exploras, aunque someramente, encontrarás en los poemas más significativos de la postmodernidad algún intertexto del poema de Gilgamesh, Aquel que vio las profundidades [Sha naqba ïmurud], escrito en el siglo XXVII a. C.

¿En qué género ha trabajado con mayor fluidez?

Los géneros literarios, esa categorización retórica que los encasilla en la narrativa, la poesía y el drama, siempre se tocan, porque estructuran la poética y conforman un todo nomotético, en donde las palabras son las protagonistas de lo referido en el poema, en la novela o en el drama; porque “las palabras no están hechas para designar las cosas; están ahí para situarnos entre las cosas”, como expresó Henri Meschonnic en su manifiesto El Partido del Ritmo. Por eso, mientras escribo un cuento me asalta el poema, o pienso en una pieza teatral. Cuando las palabras fluyen siempre buscan el lugar apropiado para construir la poética y echar abajo al signo.

¿Quiénes han sido sus maestros?

En la literatura, los maestros enseñan a través de sus obras, en las cuales abrevan los lectores que se convertirán en escritores, los cuales por lo regular almacenan en sus producciones una señal, alguna huella del maestro. En el caso mío, un autodidacta que comenzó a leer desde los cuatro años, las improntas que me marcaron proceden de docenas de autores, cuyas obras se enraizaron en mí y esculpieron mi producción. Cuando escribo —y a veces cuando sueño—, me imagino socorrer a esa Genoveva de Brabante cuya historia fue el primer cuento que leí, escrito por el excelso Christoph von Schmid [1768-1854], uno de los máximos exponentes de la literatura infantil.

De su amplia producción, ¿tiene alguna obra preferida?

Siempre las hay, sobre todo aquellas que emanaron de profundas nostalgias, de esas grietas dolorosas o eufóricas que se asientan, echan raíces y buscan escapar a través de los recuerdos. Cuando se escribe presionado por esas evocaciones lo que permanece en el papel ya forma parte de nosotros, se convierte en hijo, o hija, en hermano o hermana, ya sea novela, poesía o teatro.

¿La publicidad le ayudó a ser mejor escritor?

No, no me ayudó, ni creo que haya ayudado a ninguno de los escritores que me siguieron en ese espinoso camino de publicitar bienes y servicios. La publicidad sí me ayudó a escapar de ciertos tedios conectados al trauma social que vivió el país a partir del golpe de estado a Juan Bosch, en 1963, que fue cuando me inicié en esa actividad de la mano de Ramón Oviedo. Pero la publicidad, luego se constituyó en una trampa porque me abracé a su sistema y la estudié a fondo, no solo para estar al día y poder competir con las agencias internacionales, sino para conocer su historia, su sistema, sus estrategias y dominicanizarla hasta donde pudiera. Ahí están los ensayos que escribí y los cursos y seminarios que dicté sobre ella.

¿La literatura le ha dado una vida más plena?

El vocablo plenitud es totalizador y la actividad literaria no lo es, porque parte de fragmentaciones, de pedazos de existencia que se van recogiendo a medida que se vive. Por eso, cuando se termina de escribir una novela, un cuento, o un drama, ipso facto el cerebro comienza a construir otro. La plenitud es un alcance, una totalidad existencial, un todo ontológico. Entonces, debo decirte que no, la literatura no me ha dado una vida más plena. Al contrario, la ha mortificado y llenado de dudas, de interrogantes que atentan contra mi yo.

Con alguna frecuencia leemos juicios pesimistas y lapidarios sobre la literatura dominicana. ¿Hay razones para pensar de esa manera?

No, rotundamente no. A la literatura dominicana debemos aplaudirla, porque la literatura que se ha creado en el país forma parte de la construcción del sujeto dominicano y por eso debemos admirarla y difundirla. Debo decirte, Emilia, que cuando leo una obra literaria [poema, cuento, novela o teatro] producida por alguno de los jóvenes que se están atreviendo a escribir en un país como el nuestro —en donde cada día se lee menos—, me pongo de pie y aplaudo. Tú, Emilia, que haces literatura, sabes como yo lo que cuesta, lo que significa permanecer horas y horas frente a una máquina de escribir o una computadora, tratando de construir una historia que se extrae desde la angustia o la alegría del país, y que, luego de invertir ahorros en su publicación, permanezca inerte en la estantería de una librería. Quienes emiten juicios lapidarios sobre la literatura dominicana son, por lo regular, escritores frustrados, seres a los que el numen no aguijoneó para imprimirles el sello esplendente del poder creativo.

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