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Ese Gazcue que molesta en el zapato

A Emilio J. Brea García

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Ese Gazcue que molesta en el zapato
La emblemática Casa de las Raíces, situada en Gazcue.

Queremos eliminar a Gazcue y convertirla en Gascue. No es un simple asunto de cambio de una letra sino de un interés particular. Uno se ha cansado de estudiar, inventariar, escoger, proteger, normar, divulgar, alertar, atender, denunciar, rechazar, motivar y todos los verbos posibles para que se mantenga el espíritu de uno de los vecindarios más impresionantes que tuvo esta ciudad en el siglo XX.

Ya sabemos que hubo una etapa de nuestra historia urbana, cuando llegó el desarrollo mercantilista al país y comenzó a crecer la economía, en que surgió un grupo de ciudadanos con mayores recursos para ocupar la franja oeste de la vieja ciudad y conformar un territorio lleno de arquitectura distinta, diseñada por arquitectos locales y extranjeros, con esa diversidad propia del Caribe.

Allí hubo de todo: bungalows; casas de madera sobre una base que las elevaba del suelo y obligaba a disponer de una escalera frontal que servía de ritual para la llegada de visitantes, casas con aquellos detalles neoclásicos, con su catálogo de aditamentos decorativos propios del naturalismo, del clasicismo, del gusto por el ornamento; viviendas con sabor hispánico, con sus volúmenes blancos y sus techos a varias aguas de tejas de barro rojas, con sus marquesinas y sus jardines; inmuebles modernos que se acercaban al vocabulario purista del movimiento europeo que le dio la vuelta al mundo, con sus paredes limpias, sus volúmenes cubistas, sus variaciones locales y sus arcos de atrevidas formas y el cuidado en la disposición de las ventanas y puertas; casas señoriales que ocupaban un amplio lote lleno de árboles y jardines bien cuidados; también los primeros apartamentos, de tres pisos, de cuatro, con su lobby car y sus balcones en vuelo o incrustados en el cuerpo unitario del edificio; y algunos edificios públicos que fueron conformando un pequeño conjunto de arquitectura gubernamental de variados usos.

Todo esto en una gran zona que parecía infinita, diversa en su vocabulario arquitectónico, homogénea en su integración con el verde, con la convivencia pacífica y con el orgullo de formar parte de un sector con esos detalles ambientales propios de su época.

Con el paso de los años surgieron fisuras que anunciaron rompimientos importantes: llegaron usos distintos para las casas originales (clínicas, oficinas privadas, comercios improvisados, servicios de todo tipo) y el Estado, sin tener conciencia de lo que hacía, amplió su radio de acción con la adquisición de inmuebles para colocar dependencias y oficinas. Llegó el ruido y la avalancha de los carros en busca de estacionamientos, la apropiación de los lugares que antes eran el nervio principal de todo un sector para ocuparlos sin un poco de respeto a su dignidad. Y surgió la emigración hacia otros puntos nuevos de la ciudad, familias completas que andaban buscando comodidades y escenarios que ya Gazcue no podía ofrecer.

Y llegaron otros grupos a establecer marcas que desmontaron, en poco tiempo, lo que todo un siglo había conformado. Y llegó el desarrollo inmobiliario, tan necesario como preocupante, con sus recetas de ocupación y su estandarte de progreso, de cambio y de “hay que ver al futuro siempre”. Y se formaron grupos de defensa y demandantes de normas y prohibiciones, se publicaron artículos, ensayos, libros y se hicieron muchos talleres, seminarios y congresos.

Al ver ahora las características de aquél Gazcue que se diluye cada día uno se pregunta ¿dónde está ese Gazcue que tanto evocamos? ¿qué se puede hacer en Gazcue para “preservarlo”? ¿vale la pena mantener una lucha que parece ya perdida? Entonces ya Gazcue será el Gascue que el mercado aspira e impone y nosotros celebraremos, en ese escenario de avance y armonía prometido para todos, ese nuevo Gascue tan parecido a nada, tan impersonal como el que más, tan vacío de señales referenciales y tan irreverente, que nos permitirá, de una vez por todas, seguir descubriendo en otras ciudades cercanas esos enclaves tan particulares que nos sirven para las fotos, para los encuentros memorables, para el goce pleno de la vida, mientras alguien dirá, como si nada, “qué maravilla, qué bien conservado está esto, ¿y por qué nosotros no tenemos un lugar así en nuestra ciudad?”.

* José Enrique Delmonte Soñé es arquitecto y escritor.

Arquitecto, conservador de monumentos, historiador de la arquitectura, poeta, ensayista y doctorando en Lingüística y Literatura por la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra.