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Reynaldo Disla: “Escribir y dirigir teatro son actividades rodeadas de incertidumbre”

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Reynaldo Disla: “Escribir y dirigir teatro son actividades rodeadas de incertidumbre”
Reynaldo Disla, narrador y dramaturgo.

Reynaldo Disla, reconocido narrador y dramaturgo, seguirá andando por el derrotero de la escritura y la producción teatral, pese a que reconoce todo lo que implica continuar luchando contra la ignorancia y la indiferencia para construir paso a paso una tradición en el país.

El dominicano descubrió tempranamente su vocación literaria e inició un trabajo que ha proyectado su nombre más allá de la isla, donde ha vivido gran parte de su vida y ha encontrado motivaciones para producir incesantemente.

Disla contestó varias preguntas de Diario Libre y se refirió a la incertidumbre que rodea la producción y montaje de teatro en la actualidad y a su apreciada vocación por el cuento, entre otros tópicos relacionados con el mundo de la creación y de la cultura.

¿Cómo cree que va a influir en la producción y el montaje teatral la etapa postcuarentena?

.

Las artes escénicas y otras manifestaciones artísticas presenciales se prohibieron para evitar la propagación del coronavirus. Esto ha creado una paralización de los artistas, que de pronto se ven sin medios de subsistencia económica y desligados de su profesión.

Actores, grupos y compañías de teatro y danza han buscado alternativas a esta inquietante realidad, hallando vías de expresión que acercan su arte a los públicos a través de diversas plataformas de internet: Zoom, YouTube, Skype, Facebook y otras.

Los artistas y programadores necesitan volver a los escenarios. Se teme que las artes escénicas sean estigmatizadas como actividad peligrosa para la salud y que el regreso a las salas de espectáculos sea la cuesta de Sísifo, muy empinada hacia arriba.

Los protocolos post cuarentena son complejos, abarcan una enorme cantidad de aspectos. Hay una sala que abrió con un concierto en España, el Teatro Guiniguada de Las Palmas de Gran Canaria, y las medidas de salud son impresionantes: aforo limitado a 30 personas, las boletas se adquieren por Internet, distancia de seguridad entre los espectadores y entre los músicos, dispensadores de base alcohólica en la puerta de entrada...

Pronto se verán protocolos como limpieza y desinfección de las salas, y otros espacios de los teatros, después de cada función; uso de mascarillas y guantes; procedimientos de seguridad para los espectadores, los artistas, los técnicos y los trabajadores de los teatros; butacas asignadas previamente; el público no podrá entrar a los espacios de los artistas y técnicos. Se requerirán señalizaciones para limitar accesos a espacios restringidos. Habrá que avisarle al personal encargado que se irá al baño, y se desinfectará el mismo luego de cada uso. Todo esto ya se esbozó en protocolos para espacios escénicos de España. Aquí, seguro, habrá rutinas semejantes. Se necesitará la creación de normas de buen comportamiento de la concurrencia que afirmen una protección real contra el contagio o controlen la paranoia de contagiarse. En fin, que cada teatro deberá regirse por reglamentaciones sanitarios bien pensados y asesorarse con especialistas de salud. Esto sin mencionar las medidas de seguridad durante los ensayos y la preproducción. Así aguarda, más o menos, el próximo panorama.

¿La pandemia le ha activado la creatividad? ¿Qué miradas le ha dado a la situación?

He estudiado películas, obras de teatro y oído mucha poesía, conciertos y audiolibros. He descubierto que la música hawaiana, la que tiene guitarra, es la más relajante. Y me ha dado por escribir cartelitos (frases, diálogos, reflexiones), imaginando, por ejemplo, a Aristóteles durante la pandemia quedándose sólo con la unidad de lugar; y a Albert Camus y a Antonin Artaud encerrados porque ahí afuera está la peste... Cosas así. Muchas tareas caseras. No he salido. De creatividad poco, casi nada.

Observando su recorrido en el teatro, de tener la oportunidad, ¿seguirá el mismo derrotero?

Este recorrido está signado por mi país, donde no hay tradición teatral desarrollada. Hay que seguir haciendo teatro y luchando contra las barreras de la ignorancia y la indiferencia, y construir paso a paso una tradición teatral. También hay que celebrar por el camino los trabajos terminados y compartidos. Y sí, transitaré, otra vez, el mismo derrotero.

¿Qué tan complicado es escribir y montar obras de teatro en nuestro país?

Escribir y dirigir teatro son actividades rodeadas de incertidumbre. Todavía no se ha podido fijar, ni desde el Estado ni el sector privado, un solo programa permanente, puntual, con presupuesto asignado y desembolsado, en las siete áreas vitales para el desarrollo teatral de cualquier país: 1) Formación formal y no formal en actuación, dirección, dramaturgia, escenotecnia, luminotecnia, producción, vestuario y maquillaje. 2) Circulación nacional e internacional de las mejores producciones dramáticas dominicanas, con gran número de funciones. 3) Políticas de compensación a salas establecidas. 4) Contar con un centro de documentación, investigación y divulgación teatral. 5) Incentivos a la creación dramática que abarquen la escritura y las puestas en escena. 6) Programas de fomento del teatro infantil y juvenil con aspectos específicos de formación, circulación, incentivo a la creatividad y la producción de obras para niños, teatro de títeres y teatro de objetos, animación y circo. 7) Inversión en festivales y eventos teatrales. Porque en los festivales confluyen todas las áreas del desarrollo teatral, se aprecian y asimilan los logros estéticos alcanzados y se comparten conocimientos tanto artísticos como técnicos.

¿Cómo se explica que su galardonada obra Bolo Francisco no haya sido montada muchas veces en el país?

En 2015, treinta años después de haber sido galardona con el Premio Literario Casa de las Américas, la representó la Compañía Nacional de Teatro, dirigida por Claudio Rivera quien elaboró, junto a Miguel Bucarelli, una versión muy intensa e imaginativa. Fue una iniciativa de Félix Germán y la Dirección General de Bellas Artes. Se realizó una gira con la obra por varias provincias, alcanzaron más de 20 funciones. Quedé muy satisfecho y agradecido de que el público pudiera conocer a Bolo Francisco. No sigue montándose porque casi todas las obras cierran después de cuatro o siete funciones y, además, no existen programas establecidos de circulación en el país, sólo esfuerzos esporádicos.

¿Debe el Estado promover la creación teatral y el montaje de obras? ¿Qué pasa con la política cultural del país?

Claro que sí, es un deber del Estado. La Constitución dominicana garantiza los derechos culturales y señala: “Toda persona tiene derecho a participar y actuar con libertad y sin censura en la vida cultural de la Nación, al pleno acceso y disfrute de los bienes y servicios culturales, de los avances científicos y de la producción artística y literaria...”. La carta magna resalta la identidad cultural y el “apoyo y difusión de la investigación científica y la producción cultural”, entre otras responsabilidades del Estado. Bastaría con obedecer la Ley de Cultura para que las artes escénicas y los demás campos culturales se desarrollen a plenitud. Empezando por respetar el artículo 56 de dicha ley, que dice: “El gasto público anual en cultura debe alcanzar, de una manera gradual y creciente, un mínimo de un 1 por ciento (1%) del gasto público total estimado para el año corriente”. Claro, ahí donde dice “gasto” yo leo “inversión”. La cultura siempre es una inversión. El Ministerio de Cultura cumple ya 20 años, y no se ha acatado ese artículo esencial.

¿Ha descubierto talentos para la dramaturgia en las nuevas generaciones?

Hay dramaturgos dominicanos relevantes a nivel latinoamericano y caribeño, como mi hermano Frank Disla. En los años noventa se consolida una producción dramática importante, desenfadada, imaginativa, a veces con usos descarnados y penetrantes de la oralidad popular, son las dramaturgias de Chiqui Vicioso, William Mejía, Juan Carlos Campos (Koldo), Carlos Castro, Mariluz Acosta, Waddys Jáquez, Elizabeth Ovalle, Rannel Báez, Yeyé Concepción, Ángelo Valenzuela, Noé Zayas, Roy Arias, Antonio Melenciano... Yo sé que se me olvidan nombres. Autores recientes me han convencido con sus obras de que ya conocí a los creadores que conducen al teatro dominicano hacia estéticas notables e innovadoras: Jimmy Valdez, Fausto Rojas, Hamlet Bodden (fallecido), Diógenes Abreu, Claudio Rivera, Licelotte Nin, Richarson Díaz, Rafael Morla, Margaret Sosa, Ingrid Luciano, Canek Denis, Ariel Feliciano, Isen Ravelo, Edgar Valenzuela, Gisela Nolasco, Lorenzo Sosa y otros. Y esto sin mencionar a todos los dramaturgos de generaciones anteriores que continúan produciendo como verdaderos jóvenes exploradores de nuevos lenguajes, entre ellos: Haffe Serulle, Frank Disla, Josefina Báez, Juan María Almonte y Radhamés Polanco.

¿Cómo descubrió su vocación por la dramaturgia?

Me parece que fue transcribiendo los diálogos reales que ocurrían durante la impresión de la revista Despertar cultural, en Salcedo, en la casa curial; meses después, los leía y me encantaba aquello. Mi primera obra la escribí en ese ambiente de trabajo comunitario e ideales de justicia, verdad, libertad, amor y creación artística, liderado por el padre Félix Azcárate. Esa pieza primeriza se llamó “Juventud perdida”, sobre cómo un joven va deteriorándose, perdiendo amigos y familia, por consumir drogas... Mucho antes, de niño, mi hermano y yo reproducíamos conversaciones de la revista Cachafú, proyectando nuestras sombras en las paredes.

Si pudiera volver atrás, ¿elegiría la misma profesión?

Sí, pero también escogería ejercer plenamente mi oficio de dibujante de tiras cómicas.

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Reynaldo Disla actuando en la obra Ramón Arepa.

Y su faceta de cuentista, ¿cómo la ha desarrollado? ¿Qué ha querido hacer?

¡Qué pregunta tan agradable, Emilia! Primero fui cuentista, luego dramaturgo. Mi obra narrativa tiene más premios que mi dramaturgia, una señal de que alguien la leyó y le concedió algún mérito. Cada relato mío posee objetivos particulares. Al principio, había búsquedas formales, yo cuestionaba la tradición, y eso es un juego difícil. Todavía sigo aprendiendo sobre ese género literario.

En estos momentos, ¿qué escribe y qué pueden esperar sus lectores y espectadores?

¿Ahora? Sólo tecleos en WhatsApp y Facebook. Si tengo algún lector o espectador, que no espere nada y, si siente curiosidad: puede leer lo que ya he escrito y publicado. Hasta que pase la sequía.

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Dígame ¿cuáles influencias literarias han sido importantes para usted?

A mí me han impresionado primero Cervantes, luego Oscar Wilde, Alejo Carpentier, Ramón del Valle-Inclán, Rubén Darío, Pablo Neruda, Federico García Lorca, Juan Bosch, Nicanor Parra, César Vallejo, Gabriel García Márquez, Octavio Paz, Julio Cortázar, Juan Carlos Onetti, Pedro Mir, Manuel del Cabral, y siguiendo con los dramaturgos: Sófocles, Aristófanes, Shakespeare, Jean-Baptiste Poquelin (Molière), Bernard Shaw, Eugene O’Neill, Luigi Pirandello, Bertolt Brecht, Arthur Miller, Eugène Ionesco, Osvaldo Dragún, José Ignacio Cabrujas, Augusto Boal, Eugenio Hernández Espinosa y Alejandro Jodorowsky. Tantos contactos con autores clásicos y contemporáneos, junto a mis experiencias vitales, criaron aguas creativas eclécticas o fronterizas; porque me han influido los cómics, las radionovelas, la sociología, la historia, varios filósofos y cuenteros rurales a los que oía cuando era niño. Asimismo, el humor de Jimmy Sierra y el de María Ortiz (mi madre). Recibo críticamente vibraciones o auras de numerosos escritores clásicos, de pintores, de directores de cine, de autores de canciones, y, en estos días, me expongo a las ondas de Tabaré Cardozo y sus textos para la murga uruguaya Agarrate Catalina. Siento admiración y entusiasmo por los mejores creadores; sin embargo, yo escribo otros universos que brotan de mis neuronas. Siempre conservo esta convicción: cada quien, al crear desde su propio ser, territorio, cultura y sensibilidad, será original e independiente, como individuo único que es. Opino que deben erradicarse las etiquetas que subordinan a muchos autores valiosos a una influencia. Los originales maestros (europeos o estadounidenses) que influenciaron a escritores latinoamericanos y caribeños, también tienen influencias de otros maestros, y éstos de otros, y así hasta el infinito. Cuando la influencia literaria cruza el tamiz individual (que tiene biografía, territorialidad, cultura y otras circunstancias particulares), a pesar de ser un estorbo, parirá una creación única. Por supuesto, hablo de creadores auténticos, no de epígonos ni de impregnados. Leí, hace mucho, un ensayo de Osvaldo Pellettieri que trata este tema de manera profunda.

¿Guarda algún aprendizaje literario que quiera compartir?

Uno que ya todo el mundo sabe, pero que vale la alegría repetir: hay que leer a los clásicos, estudiarlos, disfrutarlos. Si no los conoces, ¿cómo podrás superarlos, aunque sea por un centímetro?

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