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“Te extraño, mi amor”, un cuento sobre la pandemia

El texto es de la autoría del dominicano José Balbuena

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“Te extraño, mi amor”, un cuento sobre la pandemia
José Balbuena, autor del cuento.

–¿Le revisaste el pañal? –le preguntó la madre del bebé.

–¿Qué dijiste? ¿El pañal?

El padre escuchaba con dificultad por los gritos del bebé, que mecía en sus brazos.

— No lo sé, no recuerdo.

–¿Cómo no vas a saber?

Ella intentaba disimular su tensión, pero se sentó en la cama con las manos frías.

–Dime ¿qué hago? No se calma.

–Necesitas calmarte tu primero... ¿No querrá leche? –dijo sin fuerzas y con el ánimo tan decaído como la batería de su teléfono.

Los gritos del bebé eran estresantes, no era el llanto común de las madrugadas, más bien era una queja desesperada. Con sus puños y ojitos apretados, se tiraba hacia atrás, sus bracitos rígidos rechazaban a su padre con todas sus fuerzas, como si no lo conociera.

–Tal vez le duele algo. Ponerle la tetera cerca, le provocó peores gritos.

–No sigas, es que necesita el seno–. Aunque intentaba ser fuerte y fría como una piedra, en este punto, la madre no pudo evitar acongojarse.

– Si pudiera amamantarlo, se calmaría enseguida.

–No te culpes, esta pandemia no es tu culpa.

–Ya no puedo más, ya van muchos días... creerá que su mami lo abandonó.

–Sé fuerte ¡No te acepto que colapses! Además, no creo que sea eso, porque ha bebido mucha leche toda la madrugada.

–¿Que ha bebido mucha leche? ¡Entonces son gases! Dale por la espaldita.

El padre recorría toda la habitación palmeándole con firmeza, al tiempo que mecía y daba zancadas, cuidando los sorpresivos movimientos de la cabeza. Con cada golpecito, los gritos eran peores, como si le estuviera poniendo un dedo en alguna llaga. Hasta que finalmente se escuchó un gran eructo y todo quedó en calma de súbito. La madre se dejó caer en la almohada, aliviada, descubriendo que el sol había entrado en silencio por las cortinas de la habitación. El padre suspiró, y el bebé quedó examinando su cara barbuda con sus manitas. Su mirada ahora recorría todo el cuarto y cuando se cruzó con la de su mamá, estalló en la más dulce sonrisa que jamás había esbozado. Ella no pudo contener su llanto de alegría, porque esa sonrisa representaba los más hermosos recuerdos de su libertad. Le devolvía la esperanza de volver a lactar, le daba todas las fuerzas para resistir la cuarentena hasta el final. El bebé no había parado de sonreír, y ella no se contenía las ganas de abrazarlo fuerte.

–Te extraño, te extraño, te extraño, mi amor. Bebé, mami te ama... –. Mojaba la pantalla del teléfono con sus lágrimas.

–Mami te volverá a cargar, mi vida, te lo prometo...

–¡Ya debe colgar la videollamada, señora! —interrumpió la enfermera, cortante. — necesitamos repetir sus pruebas de inmediato.

La enfermera, que había entrado a la habitación, inspiraba un miedo aterrador. Iba cubierta completamente con un traje de alta protección personal, guantes, una mascarilla quirúrgica, sobre otra kn95 y lentes de protección. Nadie le había tratado con amabilidad, a pesar de estar directamente expuesta en sus largos turnos de servicio.

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