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Sangre de maco

Una consulta de un lector sobre la palabra sangre me puso a pensar en que, además de ser esencial para la vida, es también parte de muchas expresiones de nuestra lengua. Y si el hábito no hace al monje, parece que la sangre sí tiene mucho que ver con lo que somos y con cómo nos comportamos. No en vano nuestro carácter lo llevamos en la sangre. Dejemos a un lado la trillada sangre azul de los de noble linaje, aunque ellos, como nosotros, también pueden tener buena o mala sangre; incluso pueden demostrar que tienen la sangre dulce o liviana o, por contra, que la tienen pesada.

–Si actuamos con serenidad tenemos sangre fría; si lo hacemos con premeditación y después de habernos calmado, actuamos a sangre fría. Un hecho terrorífico nos puede helar la sangre; en cambio, cuando nos acaloramos o nos dejamos llevar por la pasión, la sangre nos hierve, nos bulle (que es lo mismo, pero mucho más bonito); y demostramos tener la sangre caliente. Si ni el miedo ni la pasión nos alteran, entonces no tenemos sangre en las venas.

Una decepción puede provocar que se nos baje la sangre a los pies; la cólera puede ocasionar que se nos suba a la cabeza. Si tenemos la sangre de horchata, o de manteca, como se dice por mi tierra, lógicamente nos resulta más difícil alterarnos; lo mismo que sucede, como se dice por aquí, cuando tenemos sangre de maco o de chincha.

Hay quienes nos chupan la sangre; pero suelen gustarnos mucho más los que nos halan la sangre, como si fueran un imán. En esto de la sangre hay para todos, lo importante es que no llegue la sangre al río.

@Letra_zeta

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