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La leyenda del tesoro perdido, una leyenda muy pretenciosa

Un final poco creíble actúa en contra del resultado final

Santo Domingo. De un tiempo a esta parte el mítico tesoro de Los Caballeros Templarios se ha puesto de moda a través de novelas del tipo best seller, publicaciones que muchos ingenuamente han considerado ¨históricas¨, generando todo tipo de debates, incluso académicos, olvidando que son parte de la industria del entretenimiento y que no dejan de ser novelas policiales con una pátina de cultura general e historia del arte. Siguiendo esta moda llega este filme de aventuras con desmesuradas pretensiones mesiánicas.

Es una película de género con todas las normas, un héroe incomprendido, una hermosa dama y un villano. Van en busca del tesoro perdido, el cual habría cruzado el océano Atlántico para ser custodiado por los padres de la patria del norte, constituidos en legión masónica, heredera de los conocimientos ocultos de los Templarios. Curiosamente, tamaña fantasía es bien aceptada por el público y el relato logra dar verosimilitud a la historia, a punta de recreaciones muy bien logradas.

Por generaciones la familia Gates ha buscado el tesoro, el último descendiente logra dar con las claves para seguir las pistas que nos llevan a un verdadero city tour por los monumentos históricos de los Estados Unidos, descifrando los acertijos que Benjamín Franklin habría dejado. Este tipo de licencias históricas es una característica del cine norteamericano que al parecer no saca ronchas a nadie, cuestión impensada en Latinoamérica, dónde los próceres son intocables, y quien lo haga corre el riesgo de sufrir persecución y escarnio público.

No todo es cuestión de ritmo

Disgregaciones al margen, esta película posee dos elementos que la sostienen, un ritmo intenso y la convincente actuación de Nicolas Cage, quien encarna a Ben Gates, el protagonista, un obsesionado con la leyenda del tesoro perdido. Este pie forzado mantiene a Cage al borde de la sobreactuación, pero logra dar con el punto exacto de dignidad para su personaje. La intensidad del relato es generada por un guión creativo y una realización sólida; el robo del documento de Declaración de Independencia es su mayor acierto y las pistas invisibles en su reverso la fantasía más creativa.

Sin embargo, otros aspectos conspiran para que esta producción no sea una gran película. En primer lugar, el villano no está a la altura; Sean Bean no convence en su rol de antagonista, un buscador de tesoros sin escrúpulos. La escasa intensidad de este personaje, sobre todo en los momentos clave, le resta presión a la acción dramática que el género exige. En segundo lugar, el final resulta poco verosímil, ya que se utilizan recursos poco cinematográficos para el epílogo. La explicación queda totalmente entregada al diálogo de los personajes, defraudando al espectador en la síntesis narrativa. La joven Diane Kruger tiene una discreta y declinante participación, que comienza como eficiente funcionaria de cultura y termina, después de un par de costalazos en la aventura, en feliz esposa del loco historiador convertido en héroe. Harvey Keitel por su parte, hace de oficial del FBI, personaje que inevitablemente se queda en la caricatura.

Por último, mencionábamos al comienzo lo pretensioso del filme, ya que desmesurado es que los tesoros de la civilización occidental sean custodiados y distribuidos generosamente por el FBI, en una suerte de beneficencia mundial, aun cuando sean parte de la mitología clásica o postmoderna. Un mínimo respeto narrativo debe exigirse. Recomendable para quienes deseen comprobar que el celuloide realmente lo aguanta todo.

National Treasure

Estados Unidos, 2004. 131 minutos.

Dirección: Jon Turteltaub

Guión: Jim Kouf, Cormac Wibberley, Marianne Wibberley.

Música: Don Harper, Paul Linford, Trevor Rabin

Fotografía: Caleb Deschanel

Intépretes:

Nicolas Cage

Diane Kruger

Justin Bartha

Sean Bean

Jon Voight

Harvey Keitel

Christopher Plummer

David Dayan Fisher