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La mayoría de edad de las artes escénicas

"Los Miserables" se presentan este viernes y sábado en el Teatro Nacional "Eduardo Brito"

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La mayoría de edad de las artes escénicas
Cecilia García, en el papel de Fantine, durante uno de los más altos momentos de su interpretación en el musical Los Miserables.

SANTO DOMINGO. Un esfuerzo de seis meses de trabajo, con 15 millones de pesos de costo, será reducido, hasta ahora, a solamente cuatro funciones en la Sala Principal del Teatro Nacional. Un despropósito, diría un colombiano. Una falta de respeto al Arte, diría Tsvetán Todorov, el semiólogo que acaba de ganar el premio Príncipe de Asturias.

El esfuerzo de la puesta en escena de "Los Miserables", producido localmente por Luichy Guzmán y su esposa encinta Carolina Rivas, aunque se ha coronado con los aplausos y no tiene modo alguno de redimirse económicamente, es un homenaje que le hacen los artistas al público dominicano.

Se trata de una obra mayor, quizás la obra mayor de este tipo de teatro: la opereta se ha vestido de largo en el país y ha obtenido su licencia de conducción y su cédula de identidad -quiero decir su mayoría de edad- con esta puesta de realización colectiva-, en la que también María Castillo, Dante Cucurullo y Nadia Nicola integran el núcleo central de la heroicidad.

La dirección de María Castillo es una sinfonía que se fue armando como un mecanismo de relojería. Los movimientos escenográficos, que por momentos recuerdan un ímpetu realista socialista (el final de la primera escena es casi coreana, sólo falta una foto de Kim Il Sung), van también de lo más intimista y tierno (como la muerte de Fantine, asumida por Cecilia García) a la intertextualidad de otras obras como "Madre Coraje y sus hijos", de Bertolt Brecht, u "Oliver Twist", de Charles Dickens, entre otras.

La escenografía, una adaptación de Ángel Dotel de los elementos generales de la obra, cuyos derechos fueron comprados por los productores para esta ocasión, se "dominicanizó", con la inclusión de un plato giratorio movido a motor (el suiche en mano del propio Luichy, se necesita conocimiento musical para poder girarlo más lento o más rápido, en sentido de las manecillas del reloj o en contra), que se convierte en un protagonista de la historia, así como otros elementos (ese artefacto de las barricadas, por ejemplo).

Se trata de una obra musical. Aquí los parlamentos son acompañados de música y tienen que ser cantados. La traducción al español de esos textos, con un metro determinado y determinado tipo de rima, según la melodía, es un esfuerzo que asumieron Luichy y Carolina y que son quizás de los más exigentes elementos de la dramaturgia.

Sólo quienes han traducido poesía de un idioma a otro, pueden calibrar en toda su profundidad este trabajo tan especializado que realmente no hay cómo pagarlo. Difícil que pueda lograrse una mejor traducción y adaptación que ésta.

Gústele a quien le guste

Jean Valjean es asumido por un Frank Ceara que tiene en este papel el rol más difícil al que se ha enfrentado en su vida; por eso no debe asombrar que todavía en la primera parte de la obra, uno pueda sentir que es demasiado él mismo por momentos y no tanto el personaje de Jean Valjean, que sí asume totalmente en el envejecimiento, muy bien caracterizado hacia el final de la obra.

Cecilia García está justa en los distintos estados psicológicos de Fantine y su calidad vocal es brillante -para no pecar de exagerados- en las transiciones que sufre. Cecilia le da a la obra un peso específico muy especial. De ella no haber estado, no hubiese sido lo mismo.

Nuryn Sanlley y Kenny Grullón logran caracterizaciones coloridas, floridas, alegres. Aunque a decir verdad, Kenny repite en buena lid, mucho de lo que hizo con su papel de "La bella y la bestia". Debe cuidarse de no convertirse en un cliché.

Nuryn aporta a su carrera un papel memorable, amén de algunos esfuerzos especiales con su voz.

Antonio Melenciano y Héctor Aníbal están acertados en sus papeles. Arduo el trabajo de Nadia en sacar esas voces y llevarles, frase a frase a alcanzar nuevos niveles interpretativos.

Carolina Rivas tiene un papel por debajo de sus posibilidades histriónicas. Es posible que lo haya asumido así, para poder dedicarse más a los asuntos de la producción. No obstante, hay momentos que no sabe qué hacer con las manos. Su papel es muy tierno y simbólico, lo asume con entereza, pero por momentos uno siente que le falta garra.

Laura Calderón siempre habrá de recordar este papel suyo, en el cual ha logrado impactar por la ductilidad de su voz y la calidad interpretativa, gracias a su voz de soprano, que alcanza altos registros y la hace -más allá de su aparente fragilidad física- lucir como toda una estrella que debe seguir madurando.

Quizás sea un defecto el hecho que en el elenco hay demasiados jóvenes. Faltan figuras que hubiesen aportado madurez, solidez y pericia a la puesta en escena.