Las áreas protegidas y la falacia del hombre de paja
En la próxima edición de Fin de Semana será publicada lacontinuación de este artículo

Santo Domingo. Lo malo de las falacias, que en lógica no son simplemente enunciados falsos, es que a pesar de carecer de validez son psicológicamente persuasivas. Es decir, son razonamientos incorrectos pero que resultan convincentes para la mayoría de las personas.
La falacia del hombre de paja (de la "persona de paja" dicen los anglófonos para diluir el sexismo) es una de las favoritas de los políticos. Consiste esta falacia en distorsionar, caricaturizándolo, el argumento de un oponente, casi siempre con el propósito de facilitar su refutación. "Hombre" o "persona de paja" es una metáfora. Ante la imposibilidad de refutar el argumento real de mi oponente, yo me invento un muñeco que lo sustituye y lo pongo a decir una versión caricatural de su verdadero argumento. Por supuesto, el razonamiento que yo le atribuyo a mi oponente a través de mi muñeco es tan ridículamente absurdo, que la refutación, de tan fácil, es casi innecesaria.
Las víctimas más frecuentes de esta falacia son los que luchan por la conservación del ambiente o los derechos de personas discriminadas por razones raciales, culturales o de género. Si estoy en desacuerdo con los argumentos feministas, lo correcto sería que, luego de revisar los planteamientos más representativos de este sector, procediera a refutarlos con argumentos y datos. Lo habitual, en cambio, es que me invente una teórica feminista que plantea que los hombres son ineptos y torpes, por lo cual deben ser desplazados de todas las posiciones de poder que hoy ocupan amparados en su fuerza bruta, planteamiento que confirmaría la esencia lesbiana del movimiento. Quien no ha leído los trabajos de las reales feministas (pienso en los sustanciosos y equilibrados artículos de la Dra. Susy Pola), quedará convencido de que los planteamientos de quienes defienden los derechos de la mujer son descabellados.
En el ámbito de la conservación de la naturaleza, las falacias son un tanto más sutiles, ya que se trata de una causa sin enemigos declarados. Nadie admite ser partidario de la destrucción de los bosques, aunque en la práctica sea un deforestador impenitente.
A raíz del conflicto surgido durante el gobierno pasado al modificar la ley de Áreas Protegidas con el único propósito de mutilar nuestras áreas protegidas para favorecer intereses particulares, los defensores de este desatino quisieron reducir el debate (fabricando un "ecologista de paja") a un enfrentamiento entre quienes luchan por el desarrollo y el bienestar de la región suroeste, una de las más pobres del país, y los ecologistas, desalmados que se empeñan en conservar esos escenarios naturales sin importarles para nada el destino de los desdichados habitantes de la región.
Quienes sostienen este argumento falaz, son culpables del pecado que atribuyen a los ecologistas. (CONTINUARÁ)
destra@tricom.net
La falacia del hombre de paja (de la "persona de paja" dicen los anglófonos para diluir el sexismo) es una de las favoritas de los políticos. Consiste esta falacia en distorsionar, caricaturizándolo, el argumento de un oponente, casi siempre con el propósito de facilitar su refutación. "Hombre" o "persona de paja" es una metáfora. Ante la imposibilidad de refutar el argumento real de mi oponente, yo me invento un muñeco que lo sustituye y lo pongo a decir una versión caricatural de su verdadero argumento. Por supuesto, el razonamiento que yo le atribuyo a mi oponente a través de mi muñeco es tan ridículamente absurdo, que la refutación, de tan fácil, es casi innecesaria.
Las víctimas más frecuentes de esta falacia son los que luchan por la conservación del ambiente o los derechos de personas discriminadas por razones raciales, culturales o de género. Si estoy en desacuerdo con los argumentos feministas, lo correcto sería que, luego de revisar los planteamientos más representativos de este sector, procediera a refutarlos con argumentos y datos. Lo habitual, en cambio, es que me invente una teórica feminista que plantea que los hombres son ineptos y torpes, por lo cual deben ser desplazados de todas las posiciones de poder que hoy ocupan amparados en su fuerza bruta, planteamiento que confirmaría la esencia lesbiana del movimiento. Quien no ha leído los trabajos de las reales feministas (pienso en los sustanciosos y equilibrados artículos de la Dra. Susy Pola), quedará convencido de que los planteamientos de quienes defienden los derechos de la mujer son descabellados.
En el ámbito de la conservación de la naturaleza, las falacias son un tanto más sutiles, ya que se trata de una causa sin enemigos declarados. Nadie admite ser partidario de la destrucción de los bosques, aunque en la práctica sea un deforestador impenitente.
A raíz del conflicto surgido durante el gobierno pasado al modificar la ley de Áreas Protegidas con el único propósito de mutilar nuestras áreas protegidas para favorecer intereses particulares, los defensores de este desatino quisieron reducir el debate (fabricando un "ecologista de paja") a un enfrentamiento entre quienes luchan por el desarrollo y el bienestar de la región suroeste, una de las más pobres del país, y los ecologistas, desalmados que se empeñan en conservar esos escenarios naturales sin importarles para nada el destino de los desdichados habitantes de la región.
Quienes sostienen este argumento falaz, son culpables del pecado que atribuyen a los ecologistas. (CONTINUARÁ)
destra@tricom.net
Simón Guerrero
Simón Guerrero