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Michelle Jiménez, primera bailarina del ballet de washington

"El sueño cumplido de una bailarina"

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Michelle Jiménez, primera bailarina del ballet de washington
La emoción embarga a Michelle Jiménez. La noche anterior a esta entrevista, se presentó en la sala Eduardo Brito del Teatro Nacional. Un sueño anhelado. Allí estuvieron sus antiguos profesores y todos sus amigos y familiares y, aunque en espíritu, sintió la presencia de su madre, quien perdió en febrero una batalla de 25 años contra el cáncer. Al evocarla, no puede evitarlo y llora. Hace un esfuerzo y se repone, recobra su espigado porte y nos habla de sus logros, de su actuación en el país y de cómo su progenitora incidió en lo que es hoy: la primera bailarina del Ballet de Washington.

¿Cómo se inicia en el ballet?

Mi mamá, Blanca Jiménez, bailaba antes de yo nacer en el ballet de Madame Corbet, cuando tenía su escuela en Bellas Artes. A ella la llevaba mi abuelita, quien luego me llevó a mí cuando tenía cuatro añitos. Pero yo no era muy fanática, así que sólo me llevaban por una hora, dos veces a la semana. Después de un tiempo lo dejé, porque prefería jugar como cualquier niña de mi edad. A los 11 años decidí retornar. Entonces iba todos los días con mi abuela Isabel, que era muy amiga de la Madame. Bailaba la tarde entera; me enamoré del ballet.

Muy personal
Mi familia es muy grande, pero la directa era mi mamá, mi papá y yo. Ella era mi pilar de apoyo. Fue muy difícil para mi que estuviera enferma, pero ella era increíble: vivía para trabajar, vivía para mí, empujándome y ayudándome en todo lo que quería hacer. Nunca dejó que tuviera un día malo, era la persona más cómica del mundo, con el corazón más grande; nunca mostraba su sufrimiento. Yo diera la vida por ser como mi mamá. Era mi todo, la persona que me guió y por quien yo hice todo. Quizá bailo porque lo amo, pero siempre en mi deseo de hacerlo estaba ella.


Por lo que dice, materializó el sueño de su abuela. ¿Se llegó a ver realizada?

Mi abuela murió en 1998. Yo tenía unos 13 o 14 años, seguía en la escuela y ya había echo algunas presentaciones sola que ella llegó a ver. Gracias a Dios, mi mamá que también murió me llegó a ver en el Ballet de Washington.

¿Hasta donde llegó su desarrollo en el país?

Todavía estando con Madame, empecé a trabajar con Armando González, un bailarín cubano que había llegado al país en ese tiempo, creo que era 1992. Mi mamá le preguntó si estaba interesado en tomar una alumna y aceptó. Yo seguí con Madame y las tardes enteras de lunes a sábado tomaba clases particulares con él. Él me enseñó a bailar en pareja.

¿Cómo concluye esa etapa?

Con Armando me gradué de mi escuela. Hicimos una Gala Internacional de Ballet que mi mamá produjo y para la cual trajo estrellas del ballet cubano que están ahora en Estados Unidos. Era 1996. Como quien dice, esa fue mi graduación. Bailé con mi profesor Armando González, con todos los bailarines y con otro bailarín cubano muy famoso llamado Julio Arozarena, que bailó por mucho tiempo en la compañía Maurice Béjart, en Suiza; Carlos Acosta, que es un virtuosa de la danza, y que ahora tiene su compañía, entre otros que componían un buen grupo. Por unos dos años fui miembro del Ballet Clásico Dominicano y bailé por un año con el Ballet Concierto Dominicano, con Carlos Veitía.

¿Saliste del país buscando nuevos horizontes o ya con un contrato?

Loraine Stigler, una profesora de la escuela Washington Ballet vino a ver la Gala Internacional de Ballet e impartió un taller en el Ballet Clásico Nacional, donde yo estaba en ese momento. Me preguntó si quería audicionar para el Washington Ballet y como el sueño de uno es bailar en una compañía grande y ver qué más hay, para mi fue un honor que ella me hiciera esa petición.

¿Se marchó enseguida?

Era 1997. Mi mamá estaba enferma de cáncer en ese tiempo. Estábamos en el médico y en unos de sus tratamientos subimos a Washington para audicionar en la escuela. Me aceptaron, así que un año después, cuando mi mamá mejoró y estábamos un poco más estables económicamente pude irme. Estuve un año en la escuela, en ese entonces, dirigida por Mary Day, una de las damas de Ballet de Washington y una de las fundadoras tanto de la escuela como de la compañía. Tenerla cerca me ayudó mucho, porque es una persona que se lo sabe todo y quien me dio el primer rol protagónico en el Cascanueces, de ella, que se hizo por 30 años, era una tradición en Washington.

¿Cuánto cambió esta compañía su trayectoria y visión del ballet?

En el tiempo que estuve aquí bailé más ballet clásico, pero ya cuando llegué a Washington Ballet, de cierta manera esperando encontrar algo parecido, porque es una escuela con una base clásica muy pura, fue para mi una aventura porque encontró algo diferente. Mi director, Septime Webre, es más extremo y tiene su movimiento particular que es muy libre en cierta manera, así que para mí fue entrenar mi cuerpo de nuevo a otro tipo de movimiento, aprender a correr y brincar descalza, rodar por el piso, el parneo (baile en pareja) es complicado y demanda mucha coordinación porque se te pierde la mano y se te pierde el baile.

¿Costó el acoplamiento?

Un poquito. Creo que me ayudó mucho el ser dominicana y bailar salsa y merengue porque son ritmos que dan mucha soltura al cuerpo. Además, cuando llegué la pieza que él estaba montando en ese momento era una pieza con música latina llamada Juanita Galicia que trata de su familia y su crianza en Cuba, que llevaba música de Buena Vista Social Club. Como tenía esa onda latina yo le entré mis movimientos de cadera y algunas cositas y eso me ayudó en la adaptación en esa difícil transición.

¿Cómo se llega a ser primera bailarina?

En mi caso creo que fue estar en el lugar correcto en el momento correcto. Fue difícil poderme ir, económicamente, mi mamá estaba enferma, pero en un momento todo se calmó, me pude ir y llegué con la intención de tomar las cosas como vinieran, el tiempo que me tomara, dispuesta a lo que me pusieran a hacer porque es mucho el trabajo, el sacrificio, la disciplina. Conté con gente que me ayudó como Mary Day, que vio algo en mí y me ayudó de manera increíble, mis profesores que pusieron mucho empeño en que diera lo mejor de mi, y Webre, mi director, que me ha brindado un apoyo extraordinario. Todo fluyó a mi favor: el apoyo, la educación, el amor… Sólo tuve que poner el trabajo, la disciplina y el deseo.

¿Pensó que llegaría tan lejos?

No. Aunque es el sueño de cada niña es estar en una compañía importante en esa posición. Creí que de lograrlo me tomaría mucho tiempo. En Estados Unidos hay muchas compañías, pero también es grande la competencia. Es parte de la carrera.

Inició en Washington con una situación muy difícil: la enfermedad de tu madre…

Mi mamá estuvo 25 años enferma. El primer cáncer, un melanona ocular apareció cuando ella tenía 24 años de edad. Yo acababa de nacer y ella, que era modelo, iba camino a una competencia de modelaje, en Nueva York. Le preguntaron si quería verme con dos ojos durante tres meses o con uno por el resto de la vida y aunque fue una decisión muy difícil, ella pidió que se lo sacaran. Estuvo chequeándose hasta que en 1997 le detectaron cáncer de ovario en etapa avanzada. Le hicieron una operación masiva y la trataron con quimioterapia. Cuatro años fue a cirugía nuevamente. En el 2004 se descubrió que el cáncer ocular había hecho, hace 17 años, metástasis al hígado que a su vez había hecho metástasis a los huesos y otras partes del cuerpo. Fue una enfermedad muy larga, murió recientemente, en febrero.

¿Cuales son sus perspectivas ahora?

Aunque parece un cliché yo no pienso ir muy lejos, porque es una carrera tan sacrificada que hay que vivir cada momento, cada segundo que puedes bailar, porque llegará un momento en que ya no podrás hacerlo. Son días muy fuertes de trabajo, en los que está forzado el cuerpo al máximo y, claro vienen las lastimaduras, de algunas te recuperas, de otras no, algunas con las que aprende a trabajar otras con las que no, deformaciones… Por eso creo que es importante vivir cada momento hasta que llegue el siguiente. Ahora mismo lo más importante para mi es que estoy en mi país, que estoy bailando en el Teatro Nacional, que estoy con familia, con mis amigas, con mis profesoras. Eso es lo más importante, lo más lejos que puedo visualizarme.

¿La retribución económica compensa tanto esfuerzo?

A los bailarines no se les paga bien. Vivimos bien, pero no se les paga como se debe. Aparte de ser un atleta el bailarín también es un profesional, pero eso no siempre se ve así, por eso hay bailarines en el mundo que mal pasan.

¿Se identifica con alguna escuela o bailarines?

Como te dije mi profesor era cubano y me entrenó en base a la escuela cubana, para mi una de las más fuertes que existe. En cuanto a bailarinas muchas, todas tienen algo diferente que admiro.