Los puertorriqueños en EE UU viven en condados con más posibilidad de contagios y muertes por COVID-19
El patrón se observa de manera más fuerte en el estado de Nueva York
Por Vanessa Colón Almenas, Víctor Rodríguez Velázquez, Mc Nelly Torres y Coral Murphy
Miriam Moreno Santiago recogía las maletas de su mamá en el aeropuerto de Orlando, en Florida, cuando le avisaron que no podría verla. La llevarían directo del avión al hospital porque tenía problemas para respirar. María Isabel Santiago Colón, su madre de 68 años, vivía en Brooklyn, Nueva York, pero complicaciones de salud y su edad la llevaron a mudarse con su hija al sur de Estados Unidos. Sin embargo, la travesía cambió. A Miriam le permitieron ver a su mamá todos días de forma virtual. Pudo leerle pasajes bíblicos y ponerle su música favorita de la Iglesia. Pero, no hubo un abrazo de despedida. Santiago Colón murió el 21 de abril por complicaciones a causa del COVID-19. Miriam pudo realizar una ceremonia virtual en honor a su mamá.
En New Jersey, Madelyne Osorio también perdió a su madre, Carmen María Osorio, de 71 años. Aunque padecía de asma, algo más no andaba bien. Fue al St. Michael’s Medical Center, pero no le hicieron la prueba del COVID-19, “porque para ese tiempo no todos los hospitales tenían acceso a los exámenes”. Su hija cuenta que a las dos horas la enviaron a su casa. Lamentó que no pudieron descartar que su mamá tuviera influenza, porque tampoco le hicieron esa prueba. Los días pasaban y su cuadro clínico empeoraba. “Estaba deshidratada”, recordó Madelyne en tono pausado y como escogiendo las palabras que menos dolían para recordar el suceso. El 12 de abril no hubo vuelta atrás. A Carmen María la llevaron a otro hospital, el Saint Barnabas Medical Center, la dejaron en emergencias y su hija nunca pudo volver a verla de cerca. Al igual que Miriam, una videollamada sirvió de despedida.
William Sánchez Vargas, en Nueva York, corrió con otra suerte. Se contagió con el COVID-19, pero sobrevivió. Al recordarlo inevitablemente se le quiebra la voz y llora sin remedio.
“Sentía fiebre, no tenía apetito. No comí como en más de dos semanas. No podía dormir de noche y a veces, no sé si era por la fiebre, estaba alucinando”, recuerda entre lágrimas. En su caso, llamó al número de emergencia de la ciudad de Nueva York, pero nunca lo atendieron, a pesar de haber indicado que tenía síntomas del COVID-19. Acudió a un médico privado y pagó por la prueba que arrojó positivo. Dos semanas después, el Gobierno lo contactó para saber si tenía carro para acudir al lugar donde estaban haciendo las pruebas. Nunca hubo gestión para hacer rastreo de contactos y conocer si su familia estaba presentando síntomas.
Los casos de estos puertorriqueños, además de darse en los tres estados con más población boricua en Estados Unidos — Florida, Nueva York y Nueva Jersey —, surgen en tres de las zonas donde hay más posibilidad de contagio y muerte por el COVID-19.
Una investigación del Centro de Periodismo Investigativo (CPI) encontró que las zonas geográficas con más contagios y muertes por COVID-19 coinciden con los condados donde hay mayor proporción de boricuas en Estados Unidos. Esta tendencia ocurre cuando se analizan las tasas de contagios y muertes en los 594 condados de Estados Unidos con más de 100,000 habitantes. A pesar de la tendencia, cuando se observan los condados de manera individual, existen algunos con una alta proporción de puertorriqueños pero con bajas tasas de infección y muerte por COVID-19. Hay otros con baja proporción de boricuas, pero con altas tasas de infección y muerte.
No fue posible determinar si hay una cantidad mayor de puertorriqueños contagiados al compararse con otras poblaciones de minoría, puesto que en el formulario de registro de personas enfermas por COVID-19 no se documenta la nacionalidad.
Los datos utilizados para la investigación fueron los disponibles hasta el 31 de mayo, que pueden variar al registrarse información con retraso.
Más vulnerables los boricuas en zonas urbanas en EE UU
Las poblaciones puertorriqueñas en Estados Unidos viven principalmente en áreas urbanas, según datos del Censo. En estos condados, los boricuas tienden a enfrentar retos específicos, como – por ejemplo – ser considerados una minoría racial, alto nivel de desempleo y limitaciones en el manejo del inglés, halló el CPI.
Los condados con más puertorriqueños en Florida, Nueva York y Nueva Jersey son también los de mayor vulnerabilidad social al compararse con el resto de los condados de estos estados, arrojó la investigación.
Para el análisis, el CPI utilizó información del Índice de Vulnerabilidad Social (SVI, en inglés) que producen los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, en inglés) con datos del Censo. Este índice evalúa 15 factores sociales agrupados en cuatro categorías: nivel socioeconómico, composición familiar por viviendas, estatus de minoría e idioma, y el tipo de vivienda y transportación.
Al revisar la relación entre algunos factores de vulnerabilidad y las tasas de contagios y muertes por COVID-19 en los condados con más de 100,000 habitantes, se encontró que no estaba relacionada con el fenómeno de la pobreza, sino con un tipo de pobreza particular, la pobreza urbana, según el doctor en salud pública Luis A. Avilés.
Esto se evidencia en el condado de Fresno, en California, un condado con una alta proporción de personas viviendo bajo el nivel de pobreza (28%), que tiene una baja tasa de contagios y de muertes por COVID-19. “La propia naturaleza de las actividades económicas en Fresno, empresas agrícolas, sugiere que el contagio y las muertes por esta enfermedad se acrecientan con la pobreza urbana”, dijo Avilés.
“Los mecanismos de contagio se intensifican por la pobreza urbana, a diferencia de lo que ocurre entre los trabajadores pobres de las industrias agrícolas. Hay que recordar que cuando se comenzaron los debates para reabrir la economía [en Estados Unidos], se pensó que las industrias agrícolas y las de construcción deberían abrir primero pues representaban bajo riesgo de contagio”, explicó Avilés, quien también es bioestadístico.
La pobreza se mide a partir del ingreso de una familia y la cantidad de miembros, explicó Avilés. Por ejemplo, “una familia de cuatro personas que gane menos de $2,200 mensuales, se considera bajo el nivel de pobreza”.
Típicamente las áreas geográficas con altos niveles de pobreza urbana coinciden con un factor asociado al contagio por COVID-19: el hacinamiento, que se manifiesta cuando en una casa hay más personas que cuartos. A las personas que viven en hacinamiento se les hace muy difícil practicar el distanciamiento social, una de las principales recomendaciones de entidades como los CDC y la Organización Mundial de la Salud (OMS) para evitar el contagio.
John Lema, presidente de Latino Edification Multicultural Aid Center, al norte la ciudad de Newark, en Nueva Jersey, explicó que el hacinamiento es un reto que enfrentan las comunidades en esa zona. Newark pertenece al condado de Essex, donde ubica una gran población de hispanos, 7% puertorriqueños.
“En estas zonas el nivel de infección y de contagio ha sido bastante alto, no porque las personas no han seguido las reglas del Estado, sino porque tenemos muchos edificios que ocupan muchas familias”, explicó Lema al referirse en específico al área del código postal 07104, donde la tasa de contagios hasta junio fue de 2,972 casos por 100,000 habitantes, y la tasa de muertes de 247, según datos del Departamento de Salud de Nueva Jersey.
Boricuas entre las comunidades con mayor posibilidad de contagios y muerte en Nueva York
William Sánchez Vargas tiene 57 años y administra cuatro edificios de vivienda para personas mayores o con alguna discapacidad en El Bronx. Cuenta que allí han muerto cerca de 16 personas por COVID-19. También se enteró de la muerte de al menos 10 amigos cercanos.
Nueva York es el epicentro de contagios y muertes por este virus en Estados Unidos. El primer caso fue reportado el 1ro de marzo. Ya para el 31 de mayo, la cifra de contagios en el estado sumó 370,770, y la de muertes, 28,688. Para junio, el 17% de las personas fallecidas a causa del COVID-19 fueron afroamericanas y el 14% hispanas, según el Departamento de Salud del estado de Nueva York. Este dato no incluye a la ciudad de Nueva York, donde las muertes de hispanos y afroamericanos por el virus representan el 34% y 28%, respectivamente. Aunque la tasa de contagios y hospitalización por COVID-19 es más alta en la población negra, la tasa de muerte por esta condición es más alta en la comunidad latina en la ciudad, donde los puertorriqueños y los dominicanos son mayoría.
El doctor en sociología y demografía Héctor Cordero Guzmán, profesor en el Baruch College en la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY, en inglés), explicó que esa situación sucede no sólo por el número de puertorriqueños y dominicanos en la zona, sino también por la manera en la que se agrupan en comunidades y barrios específicos donde se convierten en las mayorías de estas áreas.
“Cuando eres mayoría en un grupo minoritario, tienes mayor riesgo de contagio por la concentración de estas poblaciones. Los condados en Nueva York son áreas con bajo nivel económico con mucho contacto social y con mucha gente que se dedica a la economía informal, a vender en la calle, a industrias de limpieza, taxistas entre otros”, explicó Cordero Guzmán.
Añadió que la manera en la que está organizado este estado en términos de vivienda, propicia que comunidades, como los puertorriqueños y los dominicanos, vivan en hacinamiento, lo que evita que puedan cumplir con el distanciamiento social. Señaló, además, que por el tipo de profesiones que desempeñan los residentes de estas comunidades, la opción de permanecer en casa “es un lujo que no se pueden dar”.
Sánchez Vargas temía ir a un hospital, pues conocía del colapso del sistema de salud de la ciudad ante tantos contagios.
“Como hay tantos casos en el hospital, te ponen en una camilla en una esquina y, como a lo mejor no tienes muchos síntomas, no te van a poner atención y van a ir a bregar con otros que en verdad lo necesitan; y te dejan ahí para morir”, contó Sánchez, quien nació en Nueva York, de familia adjunteña.
Nueva York, donde viven un millón de boricuas, es el estado con la relación más fuerte entre la proporción de población puertorriqueña y las tasas de contagio y muerte por el COVID-19 en todo Estados Unidos, encontró el CPI al aplicar la fórmula estadística llamada correlación de Pearson, que mide la correlación lineal entre dos variables y establece que una tendencia es fuerte si el resultado sobrepasa 0.50. El coeficiente en los contagios fue de 0.56 en Nueva York, mientras que, en la tasa de muerte, el resultado arrojó 0.71. Incluso, al excluir El Bronx, que es el condado de Nueva York con más puertorriqueños (19%), la tendencia en contagios y muertes se mantiene igual de fuerte.
Ser considerado minoría, no dominar el inglés, no tener plan de salud, vivir en hacinamiento y no poseer un diploma de escuela superior son factores de vulnerabilidad social que podrían incidir en mayor posibilidad de contagio o muerte, halló el CPI mediante entrevistas a puertorriqueños en los tres estados, la revisión de datos demográficos y la consulta a expertos.
“Los hispanos representan la mayoría de las muertes [en la ciudad de Nueva York]”, dijo el cirujano general de Estados Unidos, Jerome Adams, durante una conferencia de prensa en Casa Blanca el 10 de abril.
Las comunidades afroamericanas e hispanas están más vulnerables ante el COVID-19 debido también a condiciones de salud preexistentes, destacó Adams.
De acuerdo con los CDC, el COVID-19 es una condición que presenta mayor riesgo para los adultos mayores y las personas de cualquier edad que tienen enfermedades graves. El bioestadístico, Rafael Irizarry, profesor en la Escuela de Salud Pública en la Universidad de Harvard, añadió que, “en Estados Unidos están saliendo estudios que encuentran que, aparte de edad, la obesidad es el indicador más fuerte de muerte entre los pacientes de COVID-19. En Estados Unidos, la obesidad es más prevalente entre personas de bajos recursos económicos”.
Según Adams, los afroamericanos y los nativos americanos “desarrollan alta presión a edades más tempranas y es menos probable que estas condiciones estén bajo control, causando un mayor daño a sus órganos”.
En el caso de los puertorriqueños en Estados Unidos, Adams señaló que estas comunidades tienen altas tasas de asma. Un 6.8% de los adultos mayores de 18 años en El Bronx tiene esta condición, según datos de 2017. Este condado tiene la mayor prevalencia de asma, comparado con Manhattan (4.6%), Queens (3.9) Brooklyn (3.7%) y Staten Island (1.7%).
A mediados de mayo se habían registrado 15,888 muertes por COVID-19 en la ciudad de Nueva York. De éstas, 12,571 personas padecían de alguna condición de salud crónica como diabetes, asma, cáncer, enfermedades respiratorias, inmunodeficiencia, enfermedades cardíacas, hipertensión, enfermedades renales o hepáticas y obesidad.
El Bronx, el condado más vulnerable e impactado de Nueva York
El Bronx era el condado de Nueva York con la mayor tasa de muerte por COVID-19 y el quinto en la tasa de contagios en todo Estados Unidos, hasta el 31 de mayo. El legendario barrio que ha recibido generaciones de boricuas desde los años 1930, que hoy son el 19% de su población, es también el condado con la mayor vulnerabilidad en Nueva York, según el SVI.
El director del Centro Cultural y Educativo El Maestro, al sur de El Bronx, Fernando Laspina Franco, lamentó la muerte de muchos de sus conocidos en la zona. Recordó a la figura del boxeador y entrenador puertorriqueño Nelson Cuevas, quien murió a finales de marzo. En 1976, Cuevas abrió el Apollo Boxing Club, donde entrenó a figuras como el célebre Mike Tyson. De hecho, Tyson le rindió tributo a Cuevas en su cuenta en Instagram.
“Perdimos una de las mejores personas en el mundo del boxeo. Nelson Cuevas murió por complicaciones del coronavirus. Tuve mi primera pelea como aficionado en su Apollo Gym... Recuerdo que cuando éramos pequeños nos entusiasmábamos porque, si teníamos una buena pelea, él nos compraría una soda y un mini hotdog en un panecillo porque él sabía que no teníamos dinero... Estar cerca de él durante mi carrera como aficionado fue el mejor tiempo de mi vida. Descanse en paz. Fin de una era”, escribió Tyson.
Laspina Franco también sufrió la pérdida de familiares cercanos por el COVID-19. “Yo perdí a 12 primas aquí, en El Bronx, y perdí a mi sobrino, quien falleció en Chicago”, dijo.
Explicó que en su zona se enfrentan a múltiples retos sociales y de salud. Según el SVI, el 29% de la población de El Bronx vive bajo los niveles de pobreza, 12% es mayor de 65 años y un 10% no cuenta con plan médico.
“Encontramos personas con diabetes y alta presión sanguínea que están en mayor riesgo de malas consecuencias con el COVID, incluyendo la muerte”, dijo la doctora de ascendencia puertorriqueña Oxiris Barbot, comisionada del Departamento de Salud de la ciudad de Nueva York, datos que no son distintos a los que ha destacado la OMS. Según la ciudad, en El Bronx un 36% de la población padece hipertensión, 32% de obesidad, 16% de diabetes y 6% de asma.
Sobreviven como pueden los boricuas
Richard López Rodríguez es un puertorriqueño de 35 años residente en Far Rockaway, en Queens, y trabaja como doorperson en un edificio de la Quinta Avenida en Manhattan. Su horario es de 3:00 p.m. a 11:00 p.m. Desde que comenzó la pandemia y el toque de queda en Nueva York, López Rodríguez no ha dejado de ir a trabajar, y viaja a diario en la línea A del subway.
“Uno toma las precauciones, por mi hermano, que es impedido. Yo soy el que me expongo a diario al salir y regresar. Fuera de ahí, mi familia se mantiene en la casa, encerrados, vigilando que nadie se enferme, sobre todo mi hermano, que como no habla, si se nos enferma con esta condición, se nos haría difícil saber”, explicó López Rodríguez, quien reside con su hermana, sus tres sobrinas y su hermano.
Al igual que otros grupos de minorías, los puertorriqueños que viven en Nueva York no están exentos de la disparidad racial y de clase que refleja la crisis del COVID-19 en este estado. Están más expuestos al contagio porque muchos no han podido quedarse en su casa debido al tipo de trabajo que hacen, como taxistas, servicios de entrega, cocineros, entre otras labores consideradas esenciales durante la pandemia. López Rodríguez, por ejemplo, vigila la entrada de un edificio de 16 apartamentos de los que algunos propietarios salieron a resguardarse en su segunda vivienda durante la pandemia.
“Son gente multimillonaria que no se arriesgan. Muchos se han ido de la ciudad a sus mansiones fuera. [Otros] antes salían más a menudo a pasear a los perros, pero ya ni eso están haciendo”, dijo.
El oficio de doorman fue incluido entre los trabajos esenciales por mandato de una orden ejecutiva que el gobernador Andrew Cuomo emitió el 20 de marzo. Sin embargo, el CPI constató que ese oficio fue removido de esa lista el mismo día en la tarde.
A mediados de junio, la local 32BJ de Service Employees International Union (SEIU) reportó la muerte de 132 miembros relacionadas con el COVID-19. Esta local representa en la costa este a 175,000 door persons, conserjes, oficiales de seguridad y trabajadores en aeropuertos y restaurantes. El presidente, Kyle Bragg, dijo que entre las funciones de los door persons está dar acceso a los edificios, lo que es parte de la seguridad. Añadió que la mayoría de los unionados son inmigrantes, personas negras y latinas, que viven en vecindarios de bajos ingresos y han sido los más afectados por la pandemia en Nueva York.
“Mientras mantienen a salvo a otros, los trabajadores esenciales y sus allegados se enferman y mueren”, señaló. Al viajar en transporte público, esta clase trabajadora se expone más al contagio, sumó.
Los efectos de la pandemia también han afectado las rutinas y las finanzas de las familias puertorriqueñas que viven en Nueva York, y enfatizan cómo se vive desde la vulnerabilidad allí, por ser minoría, por las trabas del idioma y el tipo de vivienda vertical que prevalece en la ciudad. También por el desempleo, que entre los boricuas en Nueva York alcanza una tasa de 10%, según datos de 2016 del Centro de Estudios Puertorriqueños.
Milagros Cancel Ruiz, natural de Mayagüez, vive en un apartamento de un cuarto en El Bronx con sus tres hijos con autismo. Ella ocupa la habitación y sus hijos duermen en una litera y un sofá-cama en la sala. Allí también se hospedan dos pájaros que, además de mascotas, ayudan a mantener a los hijos en calma, cuenta Cancel Ruiz.
Permanecer en su casa, como han pedido las autoridades, ha representado un gasto mayor por la adquisición de artículos de protección y limpieza y la compra de alimentos, lo que es un reto para esta madre puertorriqueña que desde noviembre de 2019 está desempleada.
“Si tú no haces ese gasto extra, ¿cómo te vas a proteger? Porque ahora mismo ningún Gobierno viene aquí a la comunidad a decir: ‘toma esta mascarilla, toma este alcohol o toma esto que necesitas’. Eso sale del bolsillo de uno”, dijo Cancel Ruiz, quien sólo cuenta con “las ayudas que recibe cualquier persona desempleada”.
“Es un poquito difícil, más ahora para la renta, porque tú has tenido que usar de ese dinero para poderte abastecer con las cosas que más necesitabas. Ahora tienes que gastar más dinero en la compra porque no puedes estar saliendo todos los días. Todo sube. Si antes hacer una compra te salía en $100, ahora te sale $150 o $200”, ejemplificó.
Cancel Ruiz también mencionó que ha sido un reto cuidar la salud emocional de sus hijos ante el cambio radical de tener que tomar sus clases y terapias en un entorno diferente.
“Tienes que evitar que caigan en depresión. Siempre tienes que estar haciendo cosas, continuamente envolviéndote en cosas positivas y mantenerte todo el tiempo en alerta, que no es fácil. Estar saludable, cuidarse uno primero para cuidar a los hijos. El COVID-19 no ha sido fácil en la vida de cada ser humano, especialmente en mi vida, porque en la rutina que ellos tienen, todo cambió. Ahora todo es la casa. Ahora son las terapias en la casa. Ahora todo es virtual”, contó.
Contagios y muertes se concentran de manera diferente en Florida
Jimmy Santiago, de 55 años, trabajaba a tiempo parcial en Managed Labor Solutions, que ofrece servicios de transportación a las compañías de alquiler de carros en el aeropuerto de Orlando, en Florida. Las tareas incluían mover los vehículos de alquiler a los lugares donde los limpian y llevar a los empleados de estas compañías hasta los lotes donde se ubican las flotas con carros.
“Él se tomaba su trabajo muy en serio. Le gustaba mucho porque le entretenía”, contó su viuda Marisol Romero, quien estuvo casada con Santiago durante once años.
Ese compromiso con la faena lo mantuvo acudiendo a su trabajo a pesar de las primeras noticias que iban alertando sobre el incremento del COVID-19 en la zona.
“Yo estaba muy preocupada por él, porque tenía una condición del corazón. En la empresa fueron sumamente irresponsables. Al salir la noticia de la pandemia, él no tenía ningún tipo de protección”, dijo Romero, natural de Guayanilla.
Cuando comenzó a sentirse mal, Santiago, natural de Peñuelas, acudió al hospital, donde salió negativo a la prueba de influenza. No le hicieron la prueba del COVID-19.
“Luego de eso, él comenzó a sentirse mejor. Al segundo día se fue a trabajar. Pero, cuando volvió, se sentía peor. Fue al médico de nuevo y le cambiaron el medicamento. Yo lo veía débil, no estaba casi comiendo”, recordó Romero, todavía impactada con la pérdida. En la casa vivían junto a dos hijos y un nieto.
A las 2:00 a.m. de un jueves de finales de marzo, Santiago le pidió a su esposa que lo llevara al hospital, pues se sentía muy mal. Su hija fue quien lo llevó al Osceola Regional Medical Center, pues Romero es sobreviviente de cáncer y su familia no quería que se expusiera al virus.
“Le hicieron la prueba del COVID, pero a los cinco días a mí no me habían dado el resultado. La enfermera no sabe cómo se le perdió y se la tuvieron que volver a hacer. Pero ya él estaba en un estado bien grave. Él me llamaba y me decía que ya no podía respirar”, narró Romero.
El cuadro de Santiago se complicó y tuvieron que intubarlo. Su certificado de defunción indica que su muerte estuvo asociada con complicaciones por el COVID-19 y un fallo respiratorio.
Luego de la muerte de su esposo, Romero se comunicó con Managed Labor Solutions para alertar sobre la situación. Aunque habló con dos empleados, dijo que los gerentes de la compañía nunca se comunicaron con ella ni tomaron acciones correctivas para proteger a sus empleados.
“Llamé a la compañía como persona responsable, porque yo sé que después de que un paciente es diagnosticado con COVID, todas las personas alrededor de él tienen que estar en cuarentena. Yo sé que él trabajaba en grupo. Ellos lo que habían hecho era sacarlo de la lista, porque si un empleado no va en par de días lo sacan”, contó.
El CPI se comunicó en cinco ocasiones con Managed Labor Solutions, pero no estuvieron disponibles para una reacción.
Por su parte, la Autoridad de Aviación del Gran Orlando, que opera el aeropuerto, señaló que no podían expresarse a nombre de un contratista externo, dijo la gerente de asuntos públicos, Caitlin Dineen.
El primer caso en Florida fue reportado el 1ro de marzo. Hasta el 31 de mayo, este estado acumuló 56,077 casos positivos y 2,451 muertes. Para esa misma fecha, el 36% de los casos positivos y 22% de las muertes fueron hispanos.
A pesar de que Florida es el estado con más población puertorriqueña (1.1 millón de personas, según el Censo), al analizar todos sus condados no se encontró una relación entre la proporción de boricuas y las tasas de infección y muerte, como sí ocurre en Nueva York.
El 18 de mayo, Florida entró a la primera fase de reapertura de ciertas empresas y negocios, que fue anunciado por el gobernador Ron DeSantis. Luego de esa fecha, las autoridades de este estado han reportado un repunte en los contagios de COVID-19. El lunes, 22 de junio Florida sobrepasó la cifra de 100,000 contagios. El CPI analizó los datos hasta el 21 de junio, pero — al igual que la observación previa — no se encontró una relación entre las tasas de contagio y la proporción de puertorriqueños en ese estado.
Según Avilés, esto se debe a que el método de contagio en Florida responde a conglomeraciones que ocurren, por ejemplo, en playas e iglesias, y no a zonas donde viven más puertorriqueños.
“Hay que mirar si esos sitios están ubicados donde habitan los puertorriqueños o si acuden los puertorriqueños. [Al 21 de junio], los condados con más [tasas de] contagios — Martin, Miami-Dade, Collier y Palm Beach — están en las costas con acceso a playas. Entonces, no hay relación, porque este aumento se da típicamente en lugares donde no hay tantos puertorriqueños”, analizó el bioestadístico.
Por su parte, el sociólogo Cordero Guzmán dijo que Florida tiene una estructura urbana distinta a la de Nueva York.
“Hay que mirar la concentración y el esparcimiento de estas poblaciones en ambos estados. En Nueva York, hablamos de una mayor concentración geográfica que vive en edificios con familias de varias generaciones. En algunas comunidades de El Bronx, los puertorriqueños viven en casas, pero más para el sur de ese condado, la tendencia es que vivan en edificios. En el caso de Florida, los puertorriqueños están más esparcidos y el contacto social podría ser menos”, dijo el profesor en CUNY.
Por su parte, la epidemióloga Cruz María Nazario enfatizó que el problema con el repunte que se observa en Florida es que al final el virus seguirá afectando a las minorías de este estado.
“La hipótesis es que, dada la situación de descontrol que se ha dado en Florida, es muy probable que las tasas de infección y de muerte en aquellas poblaciones que son más vulnerables — los latinos —, puedan aumentar. Esa hipótesis se sustenta en el hecho de que, a diferencia de los grupos que están en mejores posiciones socioeconómicas, los grupos minoritarios no pueden quedarse en su casa, trabajar a distancia y, sobre todo, no tienen seguro de salud adecuado, sus patronos no le pagan días por enfermedad y los obligan a ir a trabajar aunque estén enfermos”, explicó la experta. El turismo y la salud están entre las primeras cinco industrias donde trabajan los hispanos en Florida, según datos del Departamento del Trabajo de Estados Unidos para 2018.
Desempleo y hambre: los efectos del COVID en los boricuas de Florida
Hasta el 31 de mayo, la tasa más alta de contagios en Florida ocurrió en Miami-Dade (663 contagios por cada 100,000 habitantes), donde la proporción de puertorriqueños es de 3.69%. El condado con más porcentaje de boricuas fue Osceola (32%), y su tasa de contagios fue de 207 contagios por cada 100,000 habitantes.
Al evaluar las tasas de infección y muertes por COVID-19 en Florida, se observa que ser minoría, el hacinamiento, la limitación del idioma inglés, no tener plan médico y no tener un diploma de cuarto año son los factores de vulnerabilidad social más presentes.
Además de estos factores, los puertorriqueños también son más vulnerables por la pobreza en comparación con el resto de la población. Osceola, por ejemplo, ocupa el tercer puesto de condados con la puntuación más alta de vulnerabilidad social. Según los CDC, este condado tiene 16% pobreza, 10% de su población no domina el inglés, 16% no cuenta con seguro médico y 67% es considerado grupo minoritario.
El factor de desempleo no presentó una relación con las muertes y contagios por COVID-19 en la población general, según el cálculo del coeficiente de Pearson. No obstante, sí se encontró una relación leve entre este factor y la proporción de puertorriqueños en Florida. Al mirar las estadísticas del Departamento del Trabajo de Florida, en mayo, este estado registró 850,400 empleos menos en comparación con el mismo mes en 2019. La industria de turismo (hospitalidad y ocio) fue la que más se vio afectada con la pérdida de 460,500 (-37%) plazas de trabajo. Los condados de Osceola y Orange — donde se agrupan más puertorriqueños — tuvieron las tasas de desempleo más altas, con 31% y 23%, respectivamente.
Denisse Centeno Lamas, puertorriqueña que vive en Florida, es un ejemplo de cómo la crisis por el virus afecta los empleos. Como directora ejecutiva del Hispanic Family Counseling — organización con presencia en varios condados de Florida que ofrece servicios de salud mental —, tuvo que despedir al 80% de sus empleados administrativos para evitar el cierre y poder seguir ofreciendo las terapias.
“Para mí fue una situación bien difícil y bien frustrante porque la realidad es que mis empleados son excelentes. A ellos les apasiona lo que hacen. Es bien difícil, bien triste, pero realmente, es que no les podía pagar. Peor es que los tuviera trabajando y después no les pagara”, dijo.
Deborah Oquendo, de 44 años y natural de Bayamón, fue cesanteada el 25 de marzo de su trabajo en el aeropuerto de Orlando. Oquendo fue una de miles de boricuas que emigraron a Estados Unidos en 2017 tras el paso del huracán María.
Vive con su esposo, su hija y su mamá de 76 años, en la ciudad de Orlando, en Orange. Desde que quedó desempleada, Oquendo se dedica a cuidar a una persona mayor que vive en Tampa, a casi dos horas de su residencia. Esa ruta la hace de martes a sábado. Para empatar la pelea, Oquendo consiguió un trabajo a tiempo parcial en una compañía de mantenimiento de piscinas que da servicios a complejos de apartamento en Orlando. Esa tarea la realiza entre 3:00 a.m. y 5:00 a.m., y luego se mueve a Tampa.
Oquendo es consciente de los riesgos de salir a la calle y le preocupa la salud de su mamá, de la señora que cuida y la de su hija de tres años. Pero necesita el ingreso para los gastos de su familia.
Otro de los retos que enfrentan los puertorriqueños en Florida en el contexto del COVID-19 ha sido el acceso a alimentos, dijeron varios entrevistados.
Esta realidad llevó al padre José Rodríguez, de la Iglesia Episcopal Jesús de Nazaret en Orlando, junto a otras personas de la comunidad, a crear un banco de alimentos que suministran vía servicarro. Hasta la fecha, han donado compras a más de 250 familias.
Linda Pérez Dávila, presidenta de la organización Boricuas de Corazón, coincidió en que el acceso a comida es uno de los retos para los boricuas en Florida durante la pandemia. En su caso, la entidad ha provisto asistencia a sobre 500 personas, gracias a la ayuda de otras organizaciones sin fines de lucro ubicadas en los condados de Osceola, Orange, Hillsborough y Pinellas.
“Muchos dicen: ‘¿por qué no tienen nada de comer si les dieron $1,200’ (refiriéndose a la ayuda federal individual por la pandemia). Pero es que no le han llegado a todo el mundo. [Además], llevan más de cinco semanas sin trabajar. Hay un 70% o un poco más [de personas] que no han recibido un cheque de su trabajo. Fueron muy pocos los patronos que recibieron el incentivo de small business para pagarles y retenerles como empleados. Lo primero que van a hacer es satisfacer su hambre y la de su familia. El poco dinero que tengan lo van a gastar en comida”, mencionó Pérez Dávila, quien fundó la organización en 2018 a raíz de los esfuerzos que gestionó desde Florida para asistir a Puerto Rico tras el paso del huracán María en 2017.
Más vulnerables a contagios y muerte los hispanos en Nueva Jersey
Desde que comenzó a despuntar el COVID-19 en Estados Unidos, Nueva Jersey ha estado en el segundo puesto con más contagios y muertes por este virus. El 4 de marzo, este estado reportó los primeros dos casos, y hasta el 31 de mayo acumuló 159,575 casos positivos y 11,696 muertes. Según el Departamento de Salud de este estado, hasta esa fecha, las personas que se contagiaron fueron 30% hispanos y 17% negros. Entre las minorías, los hispanos también ocupan el primer puesto en las muertes por COVID-19 en este estado (19.40%), según datos hasta junio.
En Nueva Jersey viven más de 488,000 puertorriqueños, según el Censo. El CPI encontró que los condados con más contagios por COVID-19 allí coinciden con las zonas con más población boricua, aunque es una tendencia leve. No obstante, no se encontró una correlación entre mayor población puertorriqueña y la tasa de muertes.
Mike Ruiz Rivera, de 42 años, es natural de Ponce. Actualmente vive en Newark, en el condado de Essex, donde se registra la tasa más alta de muertes por COVID-19. En este condado viven sobre 55,000 puertorriqueños. Es el segundo condado de Nueva Jersey con más vulnerabilidad, según el SVI. Allí, el 16% de su población vive en pobreza y 69% es minoría.
Vivir en pobreza, no dominar el inglés, hacinamiento, ser minoría, no tener seguro de salud y no tener un diploma de escuela superior son los factores de vulnerabilidad que más afectan a la población general de este estado. En el caso de los puertorriqueños, cuando se integran los factores del SVI, los boricuas también se ven impactados por el desempleo e incapacidad. El Censo considera seis tipos de incapacidad: la dificultad de audición, de visión, de autocuidado, de vivir independiente, cognitiva y ambulatoria.
Ruiz Rivera es plomero. Hoy puede contar que sobrevivió al COVID-19 después de pasar 20 días en el hospital y estar a punto de ser intubado para poder respirar. Padece de asma y, consciente de lo que estaba pasando con el COVID-19, se encerró en su cuarto. Días después acudió a una cita médica donde supo que su temperatura estaba en los 100 grados. Lo pusieron en cuarentena y el 30 de marzo, recuerda que estaba a punto de colapsar y la fiebre no cedía. Pidió a su mamá que llamara una ambulancia y así cayó en el hospital.
“Al llegar a emergencias, eso era como si estuvieras en una película de guerra. Veías a todos los enfermos alrededor y tú pasando por entremedio. Me pusieron en un cuarto solo. Duré un día ahí viendo la gente luchando por su vida, gritando, tosiendo bien fuerte”, contó.
Durante ocho días estuvo con fiebre entre 102 y 103 grados. No llegaron a intubarlo, y lentamente se fue recuperando hasta que el 19 de abril le dieron de alta.
“[El COVID-19] es lo peor que puede ver una persona. Cuando llegué al hospital me ‘traumé’. Por eso cuando me dicen que me van a intubar, yo ya había visto gente que intubaban y que a los dos días no razonaban. Yo tenía ese miedo y decía: ‘me van a intubar, voy a morir’. Yo tenía eso en mi mente y me traumé mucho más”, contó Ruiz Rivera.
_____
Esta investigación del Centro de Periodismo Investigativo de Puerto Rico es posible en parte con el apoyo del Pulitzer Center y el Facebook Journalism Project.