"Duele, pero también enseña": mi primera Navidad fuera de República Dominicana
Las tradiciones navideñas dominicanas contrastan con las celebraciones en Estados Unidos, donde la experiencia es más introspectiva y silenciosa

La Navidad siempre llega acompañada de nostalgia, pero para quienes migran, esa sensación se multiplica. Celebrar lejos de casa transforma las fiestas en un ejercicio de adaptación, ausencia y reaprendizaje.
Como muchos migrantes dominicanos que atraviesan procesos de transformación personal en un nuevo país, a estas vivencias se les suman tradiciones que, aunque son conocidas a nivel mundial, nunca se experimentan de la misma forma cuando se viven desde adentro, como residente y no como espectador.
La imagen idealizada de la Navidad en Estados Unidos —la nieve hermosa, la gente bien vestida, los intercambios de regalos como símbolo de gratitud, el chocolate caliente y la felicidad colectiva por el cierre de año— resulta obsoleta cuando se vive en carne propia.
Para quien migra, también significa desesperarse por el frío, extrañar el país en cada movimiento, levantarse más temprano para quitar la nieve del carro y manejar como si fuera una experiencia casi extrema: frenas y el vehículo se desliza.
Significa entender que el consumo se impone; que se compran regalos en exceso, muchas veces por cumplir.
También están las tarjetas. Aquí el correo funciona y, en Navidad, llegan cartas. Personas que te escriben para decirte: "fuiste importante en mi año" o "gracias por estar". Un gesto sencillo, pero profundamente simbólico, que contrasta con otras formas más ruidosas de demostrar afecto.
La adaptación a nuevas tradiciones
La Navidad en Estados Unidos es, para el migrante, un proceso de desaprender para darle paso a lo nuevo: a otras tradiciones, a otro sistema, a otra lógica. Es despertarte y salir a trabajar, aunque la nieve no te permita subirte al carro, porque si no vas, no te pagan.
Es entender que aquí no existen el doble sueldo ni las bonificaciones navideñas como las que conocíamos.
Y es inevitable comparar.
En República Dominicana, la Navidad se anuncia sola: en las decoraciones que aparecen desde septiembre, en la música que suena desde noviembre, en el calor humano, en las casas abiertas y en la comida que se comparte sin invitación formal.
- Aquí, en cambio, la Navidad es más silenciosa, más ordenada, más fría —en temperatura y en formas—. No es peor, pero sí distinta.
Este año no hubo aguinaldos improvisados, ni angelitos multiplicados en distintos grupos de amigos, ni vecinos tocando la puerta para compartir chocolate, galletas o un pastel en hoja. No hubo abrazos colectivos ni coros espontáneos.
Nuevas experiencias navideñas
Hubo, en cambio, rutinas nuevas: ir a un huerto a cortar mi propio árbol de Navidad; aprender que las luces se colocan después de Halloween y Thanksgiving, justo el primero de diciembre; entender que muchas celebraciones se viven puertas adentro, en círculos pequeños; que se envían tarjetas como muestra de cariño; que se compran regalos para todos, no solo para los niños; y que salir a las calles después de cenar sería casi una osadía.
Como migrante, uno aprende rápido que la nostalgia también celebra fiestas. Aparece sin avisar, se sienta a la mesa y recuerda todo lo que no está. Pero también se aprende que adaptarse no significa renunciar a lo que uno es, sino aprender a cargarlo consigo.
En mi primera Navidad como migrante no todos estaban en casa. Fue una celebración marcada por videollamadas largas, recetas nuevas y merengues de Johnny Ventura sonando en un espacio que aún no termina de sentirse propio.
Una Navidad menos ruidosa, pero más introspectiva; menos multitudinaria, pero profundamente consciente. Se extraña todo aquello que nos hace sentir en casa: la gente, la energía, las luces, la comida, la música, la libertad. Y, aun así, también se agradece lo que se va aprendiendo en el proceso.
Esta experiencia no es solo mía. Es la de miles de dominicanos que hoy viven fuera, que trabajan, que luchan, que envían remesas, que celebran lejos y aman a la distancia. Es la Navidad del migrante: una que duele un poco, pero que también enseña.
Porque al final, la Navidad no está solo en el lugar, sino en la intención. En la capacidad de agradecer lo que se tiene, de honrar lo que se dejó atrás y de creer que, incluso lejos, seguimos celebrando con lo que somos y siendo parte de algo más grande.









Jessica Leonor