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Las lidias de gallos atraen a miles que invierten millones de dólares en Tailandia

Las apuestas durante una única pelea pueden ascender hasta los 326.000 dólares

En la arena dos gallos se enfrentan a picotazos y empujones, mientras desde la grada los espectadores animan con pasión y gesticulan para apostar al ganador durante largas peleas, una tradición legal que en Tailandia mueve cantidades millonarias.

“Queremos potenciar la economía a través de las peleas de gallos, para que se beneficien desde los agricultores y granjeros hasta los espectadores”, explica a Efe el presidente de la Asociación para la Conservación de los Gallos de Pelea en Tailandia, Lerdchai Horbunluekit.

No hay datos oficiales sobre el dinero que genera esta práctica regulada en el país asiático y que se remonta al reinado de Naresuan (1590-1605) pero algunos de los gallos pueden llegar a costar unos 5 millones de euros (unos 163.000 dólares o 148.000 euros) y las apuestas durante una única pelea pueden ascender hasta los 10 millones de bat (326.000 dólares o 296.000 euros).

En la provincia de Samut Prakan, pegado al límite que demarca el inicio de la Región Metropolitana de Bangkok, se levanta el estadio Terdthai, considerado el templo de este deporte en Tailandia, y que acoge pelas de gallos cada primer y tercer domingo de mes.

Entre estrictas medidas de seguridad, el coliseo cuenta con alrededor de una veintena de pequeños ruedos donde aficionados a estas riñas muestras la destreza de sus animales.

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Infografía

La arena

En el centro del recinto, con capacidad para unas 500 personas, la arena principal es reservada para las peleas más importantes y que destacan en el circuito nacional.

La mayor bolsa de combate registrada en este estadio y que, hasta la fecha, es el récord nacional alcanzó los 33,7 millones de Bat (1,1 millón de dólares o 996.000 euros), en febrero de 2018.

Durante 22 minutos por ronda, cuyo número acuerdan previamente los entrenadores con un máximo de 8 asaltos, las aves corren, aletean y lanzan sus ataques sin descanso hasta que uno de los gallos rehuye vencido en la brega o es tumbado en tres ocasiones.

A la par, el ruido de la tribuna es ensordecedor por las voces del público.

Con la mirada y a gritos, los asistentes buscan otro asistente con quien apostar varios miles de bat mientras se comunican con un singular lenguaje de gestos.

Aunque en Tailandia las apuestas son ilegales, la Ley de Juego de 1935 cuenta con una provisión por la cual el Ministerio de Interior concede licencias especiales -que hay que renovar por cada evento- para las peleas de gallos con un máximo de tres eventos al mes.

Un deporte reconocido como “tradicional” por la Ley contra el Maltrato Animal, de 2014, con la condición de que los animales no sean torturados o mueran durante la contienda.

“Trabajamos (junto al ministerio de Interior) en varias leyes para ampliar la protección de los gallos”, asegura Lerdchai.

Algo que no evita que a lo largo de las provincias del país o en una barriada popular del centro de Bangkok, las peleas de gallos continúen celebrándose casi a diario con protecciones menos estrictas para los animales y con bolsas de dinero más modestas.

“He invertido mucho dinero en los gallos, no quiero que les pase nada ni mueran. Si pierden sirve para criar. Para mi son mascotas”, asegura a Efe Thotsaphol Aphiwatanasiri, cuyo gallo Petchnikom se ha impuesto en su combate y le ha brindado a su propietario una recompensa de 440.000 bat (14.500 dólares o 13.000 euros).

El criador tailandés afirma que, entre él y sus socios, tienen invertidos más de medio millón de dólares en su averío de gallos de pelea.

Petchnikom, por ejemplo, fue adquirido hace unos meses por 330.000 bat (10.750 dólares o 9.750 euros), aunque dista del mayor pago registrado por un gallo, que superó los 5 millones de bat (163.000 dólares o 148.000 euros).

“El comercio de gallos actualmente es muy bueno gracias a las redes sociales, que facilita el dialogo entre compradores y vendedores”, apunta Lerdchai.

Thotsaphol zanja con orgullo junto a su nuevo campeón, quien se ha ganado unas merecidas vacaciones por tres semanas antes de volver a la arena, que las peleas de gallos y todo el mundo que le rodea son “un negocio muy prolífico”.

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