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Tazacorte no está para fiestas

José María Rodríguez

Tazacorte (La Palma), 29 sep (EFE).- Loli y Francis se sientan a la sombra de los árboles de la iglesia de San Miguel a la salida de misa, es el día del patrón de la localidad de Tazacorte, en la isla canaria de La Palma que desDe hace diez días sufre la erupción del volcán de la Cumbre Vieja.

A esta hora, las dos amigas, ya mayores, estarían vestidas bien elegantes, comentando los chismes de la noche previa, pero hoy el pueblo no está para fiestas: no hace ni 14 horas que lo ha cruzado una colada de lava.

Muy pocos feligreses salen del templo en el que debería ser el día grande de las fiestas de Tazacorte -además, San Miguel es patrón de toda la isla-, apenas unas 20 personas asisten al oficio. Se adivina a qué han venido la mayoría: a pedirle al Arcángel que detenga el volcán o que interceda por sus familias.

Porque la noche previa el río de roca fundida que hasta ahora había contenido ladera arriba la montaña de Todoque desbordó su último obstáculo y se precipitó a toda velocidad hacia Playa Nueva, al sur del pueblo, sepultando de nuevo fincas de cultivo y casas que llevaban días evacuadas en el barrio del El Pampillo.

No por esperada la desgracia ha sido menos. 'Fue muy duro verlo', reconoce Loli, que conoce a varios vecinos que, desde hace apenas unas horas, lo han perdido todo definitivamente. Ella y medio pueblo los conocen. Tazacorte es una villa pequeña, un microcosmos donde todos dependen de todos: el comercio de la pesca, la pesca de la hostelería, la hostelería del turismo... y todos ellos del plátano.

'Un día de San Miguel, como hoy, Tazacorte era una gozada', se lamenta Loli, pensado en esas cosas. 'Se juntaba aquí mucha gente, había baile, te vestías elegante, sacabas de casa el sombrero, comentabas cómo habían sido los Caballos Fufos...', explica

Tal noche como la de anoche, 28 de septiembre, todo Tazacorte estaría en la calle cantando 'Vuela, vuela palomita', para no perderse esa cabalgata de caballos de papel de seda multicolor que conecta las tradiciones del pueblo con las costumbres traídas de Venezuela o México de los padres y abuelos que emigraron en décadas pasadas, como tantas cosas en La Palma.

- Pero mira, este año, nada. Solo se oía a 'ese'. No para, da miedo, la verdad -dice Loli mientras señala con la cabeza hacia la montaña, hacia el lugar donde hace once días ruge un volcán.

- Miedo, no. Angustia de ver cómo venía la lava -apunta Francis.

Las dos vivieron de jóvenes la anterior erupción que sufrió La Palma, los 24 días de fuego y lava del Teneguía, en 1971.

- Pero el Teneguía no fue así. Fue diferente, nació cerca del mar -tercia rápidamente Loli-. Mucha gente fue a verlo, hasta nos hacíamos fotos. Lo recuerdo alegre. A veces pienso que quizás es porque yo era jovencita... Pero no es eso, es que no hizo este daño.

Ilenia, otra vecina, comparte los mismos pensamientos de las dos amigas, mientras camina por unas calles casi vacías, no tanto por miedo a la lava que hace hervir el mar a solo unos kilómetros al sur de allí, en Los Guirres, sino por un sentimiento de luto.

'Con esta tragedia, estamos tristes todos, la verdad. No pienso más que en todas esas familias que han tenido que abandonar sus casas, porque al final son parientes, amigos, conocidos...', dice.

Los corrillos ya se han despejado cuando Jorge Concepción, el párroco de San Miguel, sale de la sacristía con tres curas más que han venido expresamente a dar consuelo a sus feligreses en este trance. 'Anoche entró la lava, en la víspera del patrón', remarca, como pensando en alto en la imagen que está fija en la mente de todo palmero estos días. Y más en El Paso, Los Llanos o Tazacorte.

'Han venido pocos a misa hoy. La gente honra al patrón, pero no está para fiestas'. La frase de Loli se repite en boca del párroco.

Este cura lleva días ofreciendo su hombro y su fe a parroquianos que no encuentran consuelo, que han visto arder el patrimonio de una vida. Algunos, los primeros, de forma súbita. Otros, como los de Tazacorte o Todoque, a cámara lenta, en una agonía que marcaban como una cuenta atrás los metros diarios de avance de la colada, a veces cinco, a veces 300. A capricho del volcán.

'Ha sido excepcionalmente duro, consistía en llorar con el que llora, en sufrir con el que sufre...', explica el sacerdote mientras cae en la cuenta de que casi recita los principios de su fe. 'Yo no puedo ofrecerles una casa nueva...', añade, como en un intento de disculpar la impotencia que todos sienten estos días. EFE

jmr/acp/jls

(foto) (vídeo)

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