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Los asaltos a The Royal Bank, cumplen 64 años

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Los asaltos a The Royal Bank, cumplen 64 años

Los Asaltos al Royal Bank

Artículo publicado en Diario Libre el 17 de julio de 2015

En el año 1954, durante plena dictadura de Trujillo, un grupo de individuos de Santiago desafió al régimen, efectuando algo increíble para la época: el asalto al The Royal Bank of Canada.

El asalto fue planificado y dirigido por los hermanos Maldonado. Este hecho consternó a la familia dominicana, no acostumbrada a ver este tipo de actividad delictiva.

Los asaltantes se presentaron un sábado en la mañana a la oficina del Banco en la calle Del Sol, en pleno día, vestidos de militares, y encañonaron a los empleados, obligándoles a abrir la bóveda principal.

En el operativo perdió la vida un empleado de dicha institución, que fue ahorcado, otros fueron salvajemente golpeados y varios dejados encerrados en la bóveda, salvando milagrosamente la vida por la acción de algunos técnicos que lograron abrirla “volando” las cerraduras.

Los asaltantes utilizaron en su operativo un carro Ford negro, modelo 1951, y se dirigieron hacia la capital por la vía de Puñal, estableciendo un récord de velocidad para llegar a la ciudad, según las crónicas de la época. Fueron hechos prisioneros y fusilados por orden del dictador, alegando “intento de fuga”.

Según versiones, los hermanos Maldonado eran personas vinculadas y creyentes en asuntos de “brujería”.

El otro asalto a la misma institución ocurrió en el año 1970, a la sucursal del Ensanche Naco, también en horas del día, exactamente a las 12:03 p.m., siendo quien escribe funcionario de esa institución y laborando el día del atraco.

A la oficina de Naco se presentaron unos individuos vestidos de militares de varias instituciones castrenses, recuerdo uno vestido de policía y otro de marino. A la hora de cerrar la oficina (12 meridiano) se presentaron los “militares” golpearon al guardián de seguridad, escapándose un disparo en dicha circunstancia.

Los asaltantes entraron a la oficina corriendo y vociferando: “Esto es un asalto, todos al suelo”. En la oficina aún quedaban unos 10 o 12 clientes, cinco cajeras y dos o tres empleados, entre ellos quien escribe, que era el funcionario de mayor rango en ese momento, ya que el gerente y el contador no se encontraban en la oficina al efectuarse el atraco.

Yo estaba en mi escritorio de frente al salón principal y me quedé anonadado al ver y oír a los asaltantes. No sabía realmente qué era lo que pasaba, hasta que un individuo vestido de policía, con una ametralladora del tipo “Cristóbal” me ordenó: “De pie, a la pared con las manos arriba”. Y me empujó por la espalda. Me quedé “frío” y obedecí.

Se dirigieron a todas las cajeras e introdujeron en varias bolsas de tela todo el dinero de las cajas. Al ver que la suma no era de consideración, llamaron para pasar a la bóveda principal. La bóveda estaba bajo la custodia de la cajera principal “Lolita” y el contador, un joven inglés llamado Allan Mole. “Lolita” se dirigió a la bóveda y abrió su combinación y, de una manera increíble, con un dedo, corrió la otra combinación del Sr. Mole y se les dijo que estaba fuera, lo cual era cierto.

De esa forma los asaltantes no pudieron abrir la bóveda principal.

En esos momentos de tensión y temor, todos permanecíamos tirados con las caras al suelo y los brazos abiertos. Los asaltantes se movían también nerviosos y nos decían: “Quien levante la cabeza le volamos los sesos”. En un momento pensé: “Estas gentes nos van a ametrallar antes de irse y yo no voy a morir así pendejamente”. Levanté ligeramente la cabeza, pensando “marcharle” al vestido de marino, dizque para quitarle el revólver que tenía y así “hacer algo”. Cosas de juventud.

El “marino” al verme con la cabeza levantada se dirigió a mí y bruscamente me empujó con al cañón del revólver niquelado que portaba y me increpó: “te voy a volar los sesos”. Me quedé como un témpano de hielo esperando el “fuetazo” y veía mis sesos “volar como mariposas”. En ese instante, que fue un siglo, solamente lamentaba que me iba a morir sin haberme casado con mi bella novia. Al lado mío en el suelo, sollozaba mi compañera de trabajo Rocío Morel (E.P.D.) que decía: “¡Ay Frank te van a matar!”. El marino me empujó con el cañón en la nuca y me dolió, pero me dejó vivo.

Posteriormente pude constatar por documentos incautados por la Policía que los asaltantes eran del grupo “Los Palmeros” y vi una carta escrita de puño y letra en lápiz del comandante “Román”. La carta recuerdo, estaba escrita en papel amarillo de una libreta corriente. Los asaltantes fueron ultimados en las Américas en el famoso enfrentamiento.

Lo sorprendente de este relato es que de las personas que fueron encerradas en la bóveda del asalto del Royal en Santiago estaba el señor Alfredo Victoria, y cuando el atraco era gerente del Banco en Naco, aunque no estuvo en el momento.

Varios años después fue asaltado el Scotiabank en Arroyo Hondo y el gerente del banco era el hijo del señor Victoria. Creo que esto es digno de registrar en los récords Guinness. Dos bancos canadienses atracados, y padre e hijo de gerentes de ambos en el momento del robo.

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Infografía

Sobrevivientes a asalto a The Royal Bank of Canada: “No tenían intención de matarnos”, Mariela Mejía

SANTO DOMINGO. Son dos señores de 81 y 89 años de edad. Uno comenta que cuando suele visitar una sucursal bancaria le viene a la mente que la pueden asaltar. El otro está más tranquilo; asegura que al haber sido apresado en la dictadura trujillista, y entrenado para ir a la guerra en Corea, está preparado para todo, incluido un atraco.

Edgar Columba García es quien tiene 81 años. Al inicio de la conversación entrega a esta redactora un pequeño recorte de periódico, de color amarillento, publicado en 1985. El titular dice: “Royal Bank of Canada deja operaciones en Mao”. Era el banco en el que trabajaba, y en cuya sucursal del ensanche Naco se encontraba, junto a otros empleados y clientes, durante un asalto a esa oficina en 1970. En ese entonces era oficial de crédito y asistente del gerente; estaba casado y tenía una hija de un año de edad.

Víctor Tavárez Cabral, el de 89 años, estaba también el día del atraco. Era oficial del banco, casado y con cuatro niñas de crianza. Ambos aseguran que fueron encerrados en una bóveda de la sucursal junto a una decena de personas.

La entidad financiera ya había sido víctima de una acción delictiva similar el sábado 6 de noviembre de 1954, en su sucursal de Santiago, que dejó varios muertos y heridos. Según la historia, era la primera vez que se registraba un asalto a un banco en República Dominicana. El dictador Rafael Leonidas Trujillo enjuició a los acusados de sustraer más de RD$144 mil en el hecho. Posteriormente, se informó que 10 de los procesados intentaron sublevarse y fueron ultimados por sus vigilantes.

“Yo me di cuenta desde el principio” -recuerda Cabral- “porque en cada cajero había un joven, y yo dije: qué raro, un joven que no es cliente del banco. Y en la puerta había dos jóvenes vestidos de civil”.

Era mediodía y la sucursal de Naco, en Santo Domingo, estaba próxima a cerrar el horario de atención al público. “Me fui al baño y me tranqué -dice Cabral- pero me entró una duda de experiencias que tuve, porque supe que en el Royal Bank de Santiago mataron a los que se encontraban en el baño”. Salió y se reunió con los otros que estaban en la zona de la bóveda, como exigieron los ladrones. “Me mandaron a tirarme en el suelo igual que a los otros”, recuerda.

Los dos hombres se interrumpen el uno al otro para contar la experiencia vivida. Tienen sobre la mesa una página de la edición de Diario Libre del pasado 17 de julio, que contiene un artículo de la autoría de Frank Viñals, titulado: “Los dos asaltos al Royal Bank”. El escritor plasma sus recuerdos al encontrarse también en la sucursal de Naco durante el atraco. Columba tiene varios párrafos subrayados que, dice, son contrarios a lo que asegura ocurrió.

“En la oficina aún quedaban unos diez o doce clientes”, lee en el artículo, y dice: “Eso es cierto”. Sigue leyendo: “Cinco cajeras y dos o tres empleados”. Hace una pausa y sentencia: “Eso no es verdad, ahí estábamos todos, el gerente, yo, que era su asistente; el contador, todos”.

“Hubo un momento en que dispararon”, dice Cabral. “Cuando entraron a la oficina del gerente había un cliente que se llamaba Ares Maldonado, que fue militar, pero que ahí era civil, fueron a desarmarlo, pero parece que en ese forcejeo hubo un disparo”.

Columba comenta que un asaltante le apuntó con una pistola, le dijo que fuera hacia la parte de atrás de la sucursal, y que no volteara la cabeza. “Allá atrás había muchos acostados en el piso con las manos en la cabeza. Oí decir a alguien: el que se mueva le pego un tiro en la cabeza”, recuerda.

“Nos metieron en la bóveda del efectivo”, afirma Cabral. Al igual que Columba, destaca que los asaltantes no ejercieron violencia. “No tenían la intención de matarnos”. Los ladrones tomaron una cantidad indeterminada de dinero.

Cabral indica que pasado un tiempo salió de la bóveda -que no estaba completamente cerrada- y confirmó que los asaltantes no estaban. Avisó a los demás. Algunos estaban a punto de desmayarse o vomitando a causa de la falta de oxígeno por el encierro. No hubo muertos ni heridos. En el artículo de Viñals, éste indica que pudo constatar por documentos incautados por la Policía que los asaltantes eran del grupo llamado “Los Palmeros”, y fueron ultimados en la autopista Las Américas. Cabral y Columba dicen que no tienen elementos para confirmar esa versión.

“¿Cómo se sentían ustedes cuando terminó todo?”, les pregunta esta redactora. “Yo no estaba nervioso”, afirma Cabral. “Yo sí” -le interrumpe Columba- “pasé varios días muy preocupado, muy nervioso; sí asistí a la sucursal pero no estaba bien, en mis cabales”.

Cabral explica que no se asustó porque pasó por experiencias fuertes antes de ese hecho. “Este es mi primer asalto, pero yo estuve preso cuando Trujillo, en el año 1946, y fui reclutado en 1952 para ir a Corea, y tuve entrenamiento militar aquí. No llegué a ir porque la guerra terminó, pero estuve 34 días encerrado en el campamento 27 de Febrero con entrenamiento militar”.

Los dos hombres lamentan que hayan seguido los atracos a sucursales bancarias de distintas entidades, pero dudan que vuelvan a estar presentes en uno.

“Yo visito muy poco las sucursales”, dice Columba. Y Cabral concluye: “Ya a mí no me van a encontrar, pero si ahora mismo me pasara algo, porque yo tengo una cuentecita en el banco, le digo: mire compadre, aquí está todo; no hago ningún esfuerzo por hacer nada, y si me asaltan en la calle hago lo mismo”.

*The Royal Bank of Canada posteriormente fue comprado por Bancomercio.

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