Historia y “espíritus” en un paseo nocturno por antiguo Cementerio Municipal

El pasado miércoles 29 de agosto el camposanto, declarado Monumento Histórico por su riqueza arquitectónica e histórica, cumplió 194 años de fundado

SANTO DOMINGO. Unas treinta personas se organizaban en fila, frente a una pequeña mesa en la que se les daba instrucciones y unas etiquetas que debían pegar en su ropa. Sobre ellos, un cielo nocturno con pocas estrellas, luego de una tarde de lluvia. Luminarias colocadas en algunos puntos reflejan figuras y formas. Una cruz alta y blanca, la escultura de un joven (o ángel) con un ramo de flores, una estatua del Sagrado Corazón de Jesús. El rumor de las conversaciones rompía con el ambiente habitual que se supone reina en ese lugar, el Antiguo Cementerio Municipal de Santo Domingo.

Las caras visibles entre focos y la poca luz de las velas en el piso no reflejaba miedo, sino curiosidad de descubrir la historia que permanece entre las lápidas de este camposanto, en una visita guiada denominada “Legados bajo la Luna”, convocada por la Alcaldía del Distrito Nacional para conmemorar esa noche, el pasado 29 de agosto, el 194 aniversario del primer camposanto de la ciudad de Santo Domingo.

Y bajo la luna, y la pocas estrellas, un primer grupo comenzó el recorrido pocos minutos después de las 8:00 de la noche guiados por la socióloga Eulalia Flores, quien con una amena conversación, que más de una vez provocó risas, develó datos relevantes y curiosos sobre el cementerio, en donde también algunos “espíritus” se presentaron de manera corpórea para hablar sobre la muerte, el amor, el deber, el compromiso y la esperanza.

Abigaíl, “La Cósmica” y la baronesa

A la izquierda de la puerta principal, ubicada en la avenida Independencia, está el primer cuadrante del cementerio. Allí está un panteón neogótico – el único del cementerio- en el que se encuentra sepultada la escritora, fotógrafa y líder feminista Abigaíl Mejía, quien se hizo presente, para sorpresa de los visitantes, en la piel de una actriz.

Tras el silencio de Juana, la baronesa, la guía nos lleva al panteón dedicado al acorazado Menphis, un buque militar norteamericano que zozobró en las costas de Santo Domingo el 29 de agosto de 1916, a tres meses de la primera intervención de Estados Unidos a territorio dominicano.

“La gente habla de que esa tumba es lo del Menphis. ¡Mentira, mentira! Esta tumba era de la Embajada Americana y cuando ustedes vengan de día y vean aquí hay muertos enterrados de 1904 y la invasión no había llegado”, asegura la socióloga Eulalia Flores. Afirma que solo cuatro de los allí sepultados fallecieron en el naufragio.

“¡Ay, mamá! El mar Caribe lo cogió con un mar de leva que lo tenía como un barquito de papel. Fuin fuan pa’ llá, fuin fuan pa’ cá. Lo único que lamento que se perdieron muchas vidas”, apunta al tiempo de detallar que cuatro bolas de metal colocadas los pilares de las esquinas del panteón son bolas de cañón del barco siniestrado.

Nos dirigimos más al sur. Allí nos espera un tercer “espíritu”, el de Emeterio Sánchez, un humilde pescador que rescató a cinco marinos norteamericanos del Menphis. Al pie de una tumba al ras del piso, Emeterio nos habla de la compasión y la solidaridad. Este valiente dominicano murió seis años después, en 1922.

Al retomar la vía principal del cementerio, la socióloga Flores nos enseña lo que considera elementos arquitectónicos invaluables. La escultura de un niño que duerme, sobre la tumba de Alfonso Mastruzzi, hijo de italianos; una corona de flores hecha de cerámica, colocada en el panteón de la familia Licairac.

La guía vuelve sobre sus pasos. Había olvidado a alguien. Nos presenta a un cuarto “espíritu”, el del expresidente de la República Francisco Gregorio Billini.

“Creo que doy un buen ejemplo dando mis dimisiones espontáneamente y desapareciendo entre las sombras de mi casa, sin mezquinas aspiraciones para el futuro”, dice Billini luego de hablar sobre el compromiso por la patria y de las dificultadas que enfrentó en su mandato (1884-1885), al que renunció luego de ocho meses en el poder. En 1892 publicó su novela Baní o Engracia y Antoñita.

El cuerpo de Billini no se encuentra ya en este cementerio. En 1998 fue exhumado y llevado al Panteón Nacional, donde también reposan los restos de otros que estuvieron sepultados en este cementerio, como Eugenio María de Hostos, Emilio Prud’Homme y Concepción Bona. “Ella fue quien bordó la bandera”, dice Flores momentos después cuando estábamos cerca del lugar donde estuvo enterrada.

El cementerio judío protestante

Antes de pasar por el lugar en el que descansó hasta 1987 Concepción Bona, la socióloga Flores mostró la zona conocida como el cementerio judío-protestante, de cuya división del resto del camposanto solo queda una línea en el piso. “Lo de cementerio judío es una falacia, porque a quien se le concedió el terreno que le dieron 40 varas de frente con 58 de fondos fue a los protestantes”.

De acuerdo con el libro “El cementerio de la avenida Independencia”, de Amparo Chantada, esa concesión fue dada a sir Herman Schomburg, cónsul británico en Santo Domingo, en 1853 para dar sepultura a los súbditos ingleses, de religión protestante. No obstante, señala ese texto, ese lado oeste se reservó un área para judíos, donde se encuentra el primer judío enterrado que data de 1826 y se llamaba Jacobo Pardo Matif, había nacido en Amsterdam y murió a los 64 años de edad.

Es en este espacio en que se encuentra una de las tumbas más llamativas, la de la familia López-Pehna.

“Esa tumba tiene un sincretismo”, dice Flores y continúa. “Le pusieron un Corazón de Jesús, los judíos no esperan a Cristo (risas) y por atrás tiene una pendejá masónica. Es el monumento religioso más rico de aquí”.

Y al final...

Sin más “espíritus” reencarnados, el grupo se dirige a la salida. La guía, Eulalia Flores, quien dice tiene años investigando para un libro sobre el Antiguo Cementerio Municipal de Santo Domingo, explica detalles del camposanto. “Donde vean cruces truncadas es porque murió joven. Una muerte a destiempo”, apunta.

Ya en el cuarto cuadrante del cementerio, Flores dirige su dedo índice derecho a una sombra en la oscuridad. Es la tumba de educadora Luisa Ozema Pellerano. Sin poder contemplar la belleza de la tumba de esta destacada maestra normalista, ofrece algunos detalles. “Sus alumnas hicieron veladas y actos para hacer esta tumba”.

Casi en la entrada, luego de pasar de aclararnos, al tocar un mausoleo alto pintado de blanco, que “aquí está el homólogo de José Núñez de Cáceres (gesto de la llamada independencia efímera), que no es él, es su tío”, la guía se detiene frente a una monumental tumba, la de las hermanas Canela y Genoveva Mota, cuyos rostros tallados son flanqueados por una escultura de un joven (o ángel) con un ramo de flores.

“Yo tengo el dato de porque murieron con ochos meses de diferencia, es un dato familiar, pero sintiéndolo mucho lo guardaré para mi libro”, expresa Flores antes de quitarse el auricular con el micrófono.