El volcán que sepultó la vida en Guatemala

En esta foto del 12 de diciembre de 2018 se muestra una vista del Volcán de Fuego desde el puente Las Lajas, Guatemala.

Hace sólo seis meses que el Volcán de Fuego de Guatemala despertó su furia y sepultó todo a su paso, incluso la vida de una pequeña comunidad que ahora sigue en ruinas.

El 3 de junio pasado, la vida de los habitantes de San Miguel Los Lotes, una comunidad ubicada en las faldas del volcán, cambió para siempre. Los retumbos, temblores, gases y ceniza del coloso con los que cotidianamente convivían no los alertó de la tragedia que horas después vivirían: la violenta erupción del monstruo.

Según cifras de la Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres (CONRED), 194 personas murieron y otras 234 aún permanecen desaparecidas. Además, 1.7 millones de personas de más de 50 comunidades de los departamentos Escuintla, Sacatepéquez y Chimaltenango, en la zona centro-sur del país, fueron afectadas en alguna medida. Unas mil personas perdieron su hogar.

El Instituto Nacional de Ciencias Forenses (INACIF) aún analiza más de 300 restos para determinar sus identidades. Exámenes de ADN fueron la mejor herramienta que encontraron los médicos forenses para identificar los cadáveres que se carbonizaron, cocieron o petrificaron debido al intenso calor de la erupción.

La comunidad ha tenido que vivir desde entonces en luto, pues muchos de sus familiares, amigos y vecinos aún están sepultados debajo de miles de toneladas de tierra, lodo, palos y otros elementos que ese día descendieron en forma de lahares desde las entrañas del volcán. Los expertos creen que aún todo este tiempo después, bajo tierra, todavía podría estar caliente.

La organización batalló durante varios días contra la decisión del gobierno de que una semana después de la tragedia no se realizarían más búsquedas de personas desaparecidas debido al peligro en el área. Finalmente la organización logró ampliar el tiempo de búsqueda y así encontraron decenas de cuerpos más, aunque sin el apoyo de rescatistas y sólo con el respaldo de los mismos familiares de las víctimas.

Barrillas teme que la tragedia se vuelva a repetir, pues muchas de las personas que habitaban las comunidades entonces y que evacuaron poco a poco han regresado a aldeas. Algunas no cuentan con carreteras de acceso para evacuar en un momento de emergencia.

“Unas 17.000 personas siguen viviendo en las faldas del volcán”, asegura Barrillas y explica que son comunidades muy pobres. “Comunidades campesinas que viven de la zafra y de la siembra de café”.

El 19 de noviembre los comunitarios volvieron a sentir el terror del volcán que de nuevo hizo erupción, aunque menos violenta, y casi 4.000 personas de varias comunidades volvieron a ser evacuadas.

Dora Caal, madre soltera de 26 años y una de las afectadas, dijo entonces que vive con el terror de una nueva explosión. Con su mamá enferma y una hija pequeña, no sabe cuál será su suerte si de nuevo hay una erupción, pero asegura que como no tiene dónde vivir, debe regresar a la comunidad.

El vocero de CONRED explica que varias comunidades han cambiado sus métodos de prevención e incluso sus planes de respuesta. “Ante una emergencia se han mejorado”, dijo.

El día de la tragedia, mucha gente culpó a la CONRED por la falta de planificación para evacuar el área ante una emergencia. Tras las críticas la fiscalía inició una investigación por una posible negligencia por parte de autoridades de CONRED, que aún está vigente, pero el Ministerio Público ha dicho que podría cerrar el caso ante falta de evidencia.

El día de la tragedia, el volcán comenzó a tener actividad alrededor de las seis de la mañana, pero no fue sino hasta poco después del mediodía que la erupción ocurrió. Esa ventana de tiempo hubiera sido suficiente para matizar la magnitud de lo ocurrido, pero los pobladores cercanos no fueron notificados ni recibieron apoyo pertinente de las autoridades.