Para las mulas colombianas, viajar a China puede ser letal

En esta imagen, tomada el 1 de marzo de 2017, Alba Díaz camina de la mano con su nieta Nikol Hilarión por su barrio en Bogotá, Colombia. El hijo de Díaz, y padre de Hilarión, Oscar Hilarión, es una de las muchas mulas colombianas encarceladas en China. (Foto: AP)

BOGOTA. En un pequeño apartamento de ladrillo, encima de un establecimiento de loterías, Martha Antivar espera señales de vida de su esposo, quien languidece en un penal chino a un océano de distancia.

Hace cinco años, Oscar Hilarión, un taxista de 45 años, le dijo a su esposa y a su familia en Colombia que iba a China a un viaje de negocios con un amigo. Semanas más tarde, Antivar recibió la llamada de un funcionario colombiano en el país asiático informándola de la cruda realidad: Hilarión había sido detenido por tráfico de drogas, un acto desesperado con el que cree que intentaba impedir que el banco se quedara con su casa.

El tráfico de drogas puede ser castigado hasta con la pena de muerte en China, y la familia de Hilarión -como la de otros 145 colombianos que se estima están en la misma situación- espera casi sin información el destino que correrá su ser querido. Los funcionarios de la embajada de Colombia que visitan a Hilarión cada pocos meses les pasan algunos datos esporádicos. Pero se saben pocos detalles de los cargos en su contra, incluso después de que se dicte sentencia.

La mayoría de los familiares de acusados de ejercer de mulas para llevar droga de Colombia a China son demasiado pobres para realizar un viaje de 17,000 kilómetros (10,500 millas) para verlos o enviarles dineros. Muchos no recibieron llamadas telefónicas.

En su lugar, esperan las cartas escritas sobre un simple papel blanco del penal chino.

“Mi gran amor”, empiezan siempre las cartas que Hilarión envía a su esposa.

El padre de Diana Pérez tenía una pequeña granja en la que plantaba moras y fruta de la pasión, pero una plaga terminó con sus cultivos y se arruinó. Ella cree que tomó un préstamo y se vio forzado a “hacer un viaje” cuando no pudo devolver el dinero.

Luis Pérez, de 57 años, se subió a un avión a Shangai en 2013. Era la primera vez que salía de Colombia. Cuando aterrizó en China fue detenido y acusado de tráfico de cocaína. Fue condenado a muerte, pero más tarde su condena se redujo a cadena perpetua.

Cuando visitó a su padre el año pasado, Diana Pérez lo encontró en un estado delicado. Estaba encerrado con una docena de presos extranjeros más. Ninguno hablaba español por lo que se comunicaban haciendo señas con las manos. Su padre se quejó especialmente de la comida.

“Mucho picante, mucho arroz. Verduras que nosotros no conocemos como verduras sino plantas”, recordó.

Antivar, por su parte, espera a que su esposo sea sentenciado.

Su hija de 11 años, Nikol, lleva una pulsera roja, amarilla y azul que él le hizo. Madre e hija viajaron a China el año pasado para visitarlo, pero Nikol Hilarión dijo que no lo reconoció.

En sus cartas, Hilarión habla de las malas condiciones en la prisión, como que cada mes le entregan un rollo de papel higiénico para compartir con otro reo.

Escribe con tinta negra, con letras vacilantes que forman textos en español salpicados con las frases que ha aprendido en inglés.

“TE QUERRÉ POR SIEMPRE”, escribió. “POR FAVOR NO ME OLVIDES”.