Juan Santiago, el pueblo del olvido

Tras colar un "chin" de café en su fogón de tres piedras, Elupina Soler Vicente se ha sentado en una silla de guano raído frente a su casa, mirando, cuesta abajo, el lodo del camino con expresión resignada a vivir con hambre. Tiene 85 años, la piel negra, arrugas marcadas y un promedio diario de 40 pesos dominicanos -menos de un dólar- para mantenerse ella y los dos nietos que ha criado. 

Al entrar a su casa -dos pequeños cuartos de madera y hojalata en Juan Santiago, el municipio más pobre del país, ubicado al oeste de la República Dominicana, en la provincia Elías Piña-, Elupina no se quita los calipsos enlodados que lleva puestos porque su piso no se ensucia. Su piso es amarillo y polvoriento. Su piso es de tierra. En la única habitación de la casucha está la cama, el "camastro viejo", que Elupina comparte cada noche con Claudio Montero Ramírez -de 18 años- y Miguel -de 16-, los hijos de su hijo Caonabo.

Hoy Claudio se ha levantado temprano y se ha ido al monte en ayunas a buscar leña. A las 10:12 de la mañana baja una pendiente con dos palos sobre su hombro izquierdo y un tercero en la mano derecha, con la esperanza de que la abuela pueda preparar guineos hervidos al mediodía para no dejarse morir de hambre.

-Guineo, algo así, porque no nos vamo' a dejar morí-.

 

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A las 6:45 de una mañana de mayo Luis Manuel D' Oleo -30 años, tres hijos, analfabeto- va rumbo a la loma con sus cuatro perros, donde tiene una parcela sembrada de habichuelas y café, sin desayunar y con el anhelo de que su mujer le guarde aunque sea "guineo vacío" para la comida.

Tras unos seis meses de sequía, fatales para los cultivos, a finales de abril empezaron las lluvias, cuentan los lugareños.

-Eso no ?tá dando ná?. Lo café se secaron cuando ?tuvo la seca (...) La habichuelita ?tán media bonita pero que ahorita se le mete la seca y no dan ná?-, dice Luis Manuel.

Vistiendo un pantalón estilo guardia con el ruedo sobre sus botas de goma enlodadas, camiseta roja, gorra morada con estrella y letras amarillas que dicen "Leonel. El camino seguro. Síguelo" y con varios sacos al hombro, como un mulo de carga, recuerda que su padre sólo le enseñó a trabajar en la agricultura y nunca estudió. Ahora piensa que si supiera leer y escribir estuviera de otra forma, porque se encuentra "afanando to? lo? día? y ná?, siempre mal".

Aunque en Juan Santiago funcionan brigadas del programa de alfabetización "Quisqueya aprende contigo", D' Oleo no se ha animado. Para un hombre de 30 años, con una mujer y tres hijos de entre 3 y 11 años a su cargo y la incertidumbre de si podrá llevarse un bocado de algo que le quite el hambre cada día, debe ser difícil encontrar entusiasmo para aprender algo que hacen los niños de 3 y 5 años.

-Cuando no dejo ná? en la casa de comer no voy a hallar ná? (...) si no tengo dinero pa? dejar-, confiesa este joven que, aún en sus carencias, ofrece a estos forasteros "par de libras de habichuela" cuando se dé su cosecha.

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Del canal de los agricultores, donde pasan y beben los animales, se conectan las tuberías -casi tapadas por el sedimento- que bajan a presión para abastecer a nueve comunidades del municipio de agua, sólo tratadas con cloro porque la planta de tratamiento la estaban construyendo con "materiales malos", por allá por el 1984, el agua se filtraba y nunca se terminó, narra Roberto Montero Casanova, el encargado Instituto Nacional de Agua Potable y Alcantarillado (INAPA) en la localidad.

Roberto devenga un salario de unos tres mil pesos mensuales en INAPA, también es agricultor y, como todos los juansantiaguenses, solicita el acercamiento del presidente Danilo Medina para que los socorra ante la carencia de servicios que padecen. "Somos huérfanos de autoridad", se lamenta.

 


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Las denuncias más frecuentes en Juan Santiago son por daños noxales -causados por animales en propiedades ajenas a su dueño-, y las demandas de pensión alimenticia, en una Fiscalía -y un Juzgado de Paz- con competencia para conocer casos de simple policía, expresa Gerónimo de los Santos, secretario del fiscal de Juan Santiago. Las denuncias que no sean de su competencia deben referirlas a otros tribunales, como también deben hacer los juansantiaguenses para declarar a los niños -en Hondo Valle o en El Cercado-porque la Junta Electoral sólo está facultada para organizar las elecciones.

El cuartel policial de Juan Santiago es una casa de madera con pintura verde desconchada. En el espacio para recibir personas apenas hay una mesa, un puñado de hojas colgando de un clavo, una roseta sin bombillo porque hace tres días se quemó y un papel clavado en la pared con números de teléfono y un mensaje escrito con faltas de ortografía que pide puntualidad en el trabajo. La única silla ahora está en la acera. No hay teléfono local; sólo una flota de celulares.

El calabozo es un cuarto vacío de tablas de palma que se vendría abajo con un golpe no demasiado fuerte. Al otro lado está la habitación para los policías de servicio. Al fondo del cuarto, junto a la puerta trasera, hay dos literas de hierro con colchones viejos y, al frente, dos blocks y una piedra manchados de hollín... porque ahí, en el dormitorio, los policías cocinan, a pocos centímetros de la madera. Y lo hacen en el fogón, porque hace dos semanas se acabó el gas, cuenta el raso Ramón Paniagua, de 20 años, quien apenas cumplió la mayoría de edad se enganchó a policía para huirle al desempleo.