¿SUCURSAL DEL CIELO?

El turismo del todo incluido no califica como ícono nacional porque no es únicos del país.
Debemos tener un ícono, una leyenda, una singularidad. Esa es la prescripción obligatoria que, para mantener la competitividad turística, varios expertos extranjeros nos han ofrecido recientemente. En un mundo donde sobran los destinos de sol y playa y las ofertas del "todo incluido", es necesario diferenciarnos para poder vendernos mejor. Y por eso conviene comenzar a discutir el tema y a identificar las opciones.

La idea es encontrar aquel rasgo o característica nacional que nos pueda servir de "marca país", una identidad competitiva del destino. Si a París se le asocia con la Torre Eiffel, a Barcelona con la Catedral de la Sagrada Familia, Nueva York con su Estatua de la Libertad y a Suiza con sus chalets, es porque son activos irrepetibles que solo en sus países pueden encontrarse. Los viajeros potenciales del mundo reconocen esos símbolos y buscan esos destinos porque desean tener la experiencia de contemplarlos en vivo. En estos casos, ver es creer y poseer.

¿Qué puede calificar aquí como rasgo único, aquello que solo la República Dominicana posee? Obviamente, el sol y las playas -y el consiguiente clima-- no califican porque el mundo está lleno de eso. Y también esta lleno de gente amigable cuya hospitalidad es con frecuencia espoleada por el afán de lucro. Aunque las encuestas del Banco Central dicen que esos rasgos siguen siendo los dos principales atractivos que citan los visitantes extranjeros para explicar su visita al país, ellos no otorgan una "ventaja competitiva" en el mercado turístico internacional. A la mente vendrán muchos otros aspectos de nuestra vida nacional que nos caracterizan. El juego de dominó, por ejemplo, es un pasatiempo nacional que embrida el ocio de los dominicanos (aunque la participación sea siempre masculina). Pero ese juego se practica en muchos otros países y no tenemos su monopolio. Tampoco lo tenemos sobre las peleas de gallos, el ron o la cerveza, los carnavales o las comidas. Nuestras fiestas patronales y la Basílica de Higüey tampoco calificarían.

Para encontrar lo que necesitamos tenemos primero que establecer los criterios de selección. En principio, tiene que ser algo que nos caracterice y represente pero que, a la vez, pueda ser motivo de atracción turística. De nada sirve proyectar nuestros monumentos y nuestra flora y fauna si estos son poco impresionantes o si abundan en otras latitudes. Tenemos que encontrar algo que hechice al imaginario del extranjero y este quiera conocerlo. Ese rasgo deberá hacer la visita del turista verdaderamente memorable porque marque su reservorio emocional.

A guisa de ejemplo y como recurso para atizar la discusión, hay tres cosas que están en la médula de la dominicanidad y que podríamos usar como símbolos. La primera tiene que ver con el hecho de que fuimos el "punto de encuentro" entre la cultura europea y la indígena americana. Somos la "Cuna de América". Nadie nos puede disputar esa distinción, aunque algunos aborrezcan de ella. La limitante que presenta es que apelaría más al mercado emisor europeo que al norteamericano.

Un segundo activo nacional, que es nuestro y de nadie más es el merengue. Este nunca ha alcanzado la difusión de otros ritmos latinos como el tango, la rumba, la conga, el mambo, la samba o el cha-cha-chá. (El tango es un buen ejemplo de una singularidad que se asocia de inmediato con Argentina.) Pero el mismo desarrollo de la industria turística ha motivado su difusión y el ritmo gusta mucho a los extranjeros. Montar toda una campaña promocional sobre el merengue tendría más sentido que hacerlo sobre la bachata, en vista de que la paternidad de esta última es controversial.

Una tercera opción sería el béisbol. Es no solo el deporte rey nacional sino que además incita sanamente las pasiones nacionales mejor que cualquier otro recurso. La RD tiene el mayor número de jugadores extranjeros en las Grandes Ligas de los EE.UU. y eso nos da una carta credencial para avalar la pretensión de convertir a ese deporte en ícono nacional (y más ahora que tenemos el Salón de la Fama del Béisbol Latino en La Romana.) Pero algunos consideraran la opción controversial en vista del dominio de ese deporte en EE.UU., lo que hace que no sea un rasgo único de nuestro país.

Cada una de estas opciones tiene bemoles y exigencias. Proyectarnos como la "Cuna del Nuevo Mundo" se presta para disparar la imaginación de los extranjeros, pero tendríamos que asegurarnos de que conozcan la historia relevante y, a la vez, tengan motivos para pensar que podemos aquí crear un futuro nuevo. La opción del merengue requeriría de mucho tiempo para hacer esa música fácilmente reconocible en todas las latitudes del mundo. Y lo del béisbol tiene el vicio de la falta de originalidad que no podemos ignorar.

Una reciente cita del presidente Fernández ofrece otra opción. Al proclamarnos "la sucursal del cielo" en un arranque de patriotismo, él ha identificado un destino al cual todos, nacionales y extranjeros, aspiramos sin remilgos. El concepto "cielo" concita simpatía universal porque nos asocia con la divinidad, aun entre aquellos que no lo comparten en sus respectivos sindicatos religiosos. Cielo es el manso refugio donde nos arrulla la infinita armonía de la paz, los efluvios de la concordia y el éxtasis de un nirvana eterno. Su imagen de edén imperturbable debe mover a la curiosidad y hacer que el visitante potencial quiera investigar si este creativo reclamo es cierto

Pero ese dramatismo histriónico del Presidente, al no evocar ni sexo, ni picardía ni torrentes de pasión, no presenta encantos convincentes y no tendría mayor impacto en los mercados internacionales. Nos podrían acusar de narcisistas empedernidos y de ignorar algunas feas realidades que abundan en nuestro lar nativo. También habría la queja de que la otra connotación de la palabra cielo, aquel espacio sideral donde se mueven los astros, no incita otra cosa que el mero deseo de contemplarlos. Y finalmente, si para acceder al cielo religioso hay que morir primero, en vez de atraer, repeleríamos.

La tarea de encontrar nuestro ícono, sin embargo, hay que abordarla de manera sistemática. Conviene que eso lo haga una firma especializada de clase mundial. Mientras tanto, las escuelas de hotelería y turismo y los ministerios de Cultura y Turismo podrían promover concursos sobre el tema y seleccionar algunas opciones para ir perfilando un elenco básico del cual hacer tan crucial selección.

Tenemos que encontrar algo que hechice al imaginario del extranjero y que éste quiera conocerlo.