Aunque debían saberlo

Se supone que sabían por lo que estaban votando. A diferencia de otras contiendas electorales, en las que como en la nuestra los contrastes entre las propuestas electorales son más de personas que de esencia, en los últimos comicios presidenciales en la Argentina se debatió un cambio radical en la estrategia económica del gobierno. El candidato opositor dijo claramente que si ganaba procedería a liberalizar los controles cambiarios, suprimir subsidios, despedir empleados superfluos, reducir el déficit fiscal, reorientar las inversiones públicas, quitar trabas a las exportaciones, limitar la ingerencia del Estado en la economía y regular el poder de los sindicatos. Obama ha llegado ahora de visita, pero en poco tiempo de gobierno la popularidad del presidente Macri ha comenzado a declinar y las divisiones políticas en el país se han agudizado.

Esa evolución pone de manifiesto un hecho que se repite en muchos escenarios electorales latinoamericanos. A la hora de votar se pone más atención en tratar de escapar de situaciones presentes que en comprender las consecuencias de las alternativas. El objetivo del votante es cambiar las cosas que considera inconvenientes, las cuales percibe intensamente porque las está viviendo y padeciendo. Pero aunque las alternativas le sean descritas con precisión, intuir efectos aún hipotéticos es más difícil.

En parte esa diferencia obedece a que por lo regular las medidas propuestas involucran un abanico de posibles resultados, lo que da pie para creer que su impacto será más suave o distinto.

El alza de las tarifas de la electricidad y otros servicios públicos, la devaluación monetaria sucedida en diciembre y la eliminación de los controles han llevado la tasa anual de inflación a más del 30%, creando graves trastornos a las familias argentinas y una enorme presión por aumentos salariales, por encima del 25% fijado por el gobierno como meta para este año.

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