Pulcritud ecológica

El caso de Volkswagen y su software encubridor de emisiones sirve para resaltar el abismo que nos separa de las naciones desarrolladas. En esos países el escándalo cayó como una bomba e hizo perder a la compañía una tercera parte de su valor de mercado. Han caído reputaciones y ejecutivos, y aún falta saber a cuánto ascenderán las multas y reclamaciones legales. Pero alarmarse aquí por algo así sería ridículo, pues tenemos otras cosas de qué preocuparnos.

Camiones, guaguas, carros, patanas, mezcladoras de cemento y otros tipos de vehículos circulan por nuestras calles y carreteras dejando a su paso nubes negras de contaminación. Contamos en nuestro haber con el vertedero de Duquesa, cuyos gases y residuos envenenan poco a poco a quienes habitan en su amplio entorno. Con las aguas subterráneas severamente contaminadas, la apertura de pozos expone a la población a toda suerte de gérmenes y bacterias. El aroma de las plantas eléctricas de emergencia invade hogares y sitios de trabajo. Talleres de mecánica y pintura hacen suyos patios y aceras. La falta de agua potable obliga a utilizar el agua acumulada en zanjas y cañadas para bañarse, lavar y demás necesidades. Colmadones, discotecas y ruidos de toda especie compiten para impedir el descanso. Seguimos usando envases plásticos desechables prohibidos desde hace tiempo en otros países. Enjambres de moscas hacen compañía a los ratones en los mercados de alimentos. Mosquitos proliferan en gomas, envases y otros objetos. Y con nuestra inclinación por tirar desechos en cualquier lugar, vivimos rodeados de basura.

Volkswagen anunció ayer que modificará los vehículos objeto del escándalo, a un costo estimado en US$6,500 millones. Si alguno de ellos circula aquí, bien podría ahorrarse el gasto de modificarlos, pues al lado de la contaminación con la que convivimos, esos vehículos con todo y su software oculto son un modelo de pulcritud ecológica.

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