Sanciones inefectivas

Dada la impopularidad y el costo político de las campañas militares, los EE.UU. y Europa prefieren traspasar a la economía la tarea de doblegar regímenes antagónicos. Les aplican sanciones económicas y esperan que éstas hagan el trabajo que la diplomacia o la fuerza de las armas no pudieron, o no quisieron, hacer. Y persisten en sus intentos, a pesar de que ese método ha demostrado ser muy poco eficaz.

Las sanciones aplicadas a Cuba durante décadas fueron un ejemplo evidente. Pero también lo han sido las aplicadas a Corea del Norte y varias naciones africanas. Aún las impuestas a Irán sólo llevaron a un acuerdo que varios gobiernos occidentales consideran deficiente. No funcionaron tampoco en Siria, Myanmar o Libia.

De hecho, para lo que la economía es eficiente es para crear enlaces que ayuden a prevenir conflictos, como sucedió en Europa entre Francia y Alemania. Pero para ese propósito se requiere vincular las estructuras productivas nacionales, haciéndolas interdependientes, lo opuesto a lo que las sanciones persiguen.

Las actuales sanciones a Rusia están corriendo igual suerte que las demás, pero parece existir la posibilidad de cambios al respecto. Sin mencionar a ese país por su nombre durante su discurso ante el Congreso, el presidente de los EE.UU. mencionó brevemente su disposición para buscar nuevas alianzas, y completó esa expresión recordando que algunos de los países hoy más cercanos al suyo fueron en algún momento del pasado sus más enconados adversarios. Aunque no se refirió a ningún caso en particular, esa descripción se aplica a Japón, país al que a un presidente demócrata tocó declarar la guerra, y al que a otro presidente demócrata tocó forzar su rendición con el bombardeo nuclear de dos de sus ciudades. Fue el desarrollo económico de Japón, gracias al esfuerzo de los japoneses y a la ayuda estadounidense, la fuerza que transformó su actitud y sus instituciones.