Conflicto de estabilidades

Cuando mencionan la estabilidad, los economistas suelen tener en mente aquella que es de tipo macroeconómico. Piensan en asuntos tales como que la inflación se mantenga baja, que el valor de la moneda no fluctúe mucho y que la deuda pública sea manejable. La semana pasada, sin embargo, un grupo de economistas, médicos y analistas sociales dio a conocer los resultados de otro tipo de evaluación de la estabilidad.

En un informe difundido en Londres, esos investigadores revelaron que habían encontrado, luego de un estudio que abarcó un período de diez años, una vinculación significativa entre las medidas de austeridad y la salud física y psicológica de la población. Encontraron entre ambas una relación inversa, indicativa de que mientras más intensos son los procesos de recortes de gastos y aumentos de impuestos, peores son los niveles de salud.

Detectaron que la austeridad trae consigo un incremento en los suicidios, el uso de drogas, el alcoholismo, la depresión y las enfermedades infecciosas. El deterioro en los programas de salud pública es en parte responsable por ese resultado, pero otra parte obedece a la reducción de ingresos debido al desempleo, los recortes de pensiones, las pérdidas de propiedades, los desalojos y, en general, a una merma en la seguridad económica, disminución de la riqueza acumulada y expectativas negativas.

Parecería que existe un conflicto de estabilidades, pues las medidas que se deben tomar para poder mantener la estabilidad macroeconómica provocan inestabilidad emocional y daños a la salud.

En realidad no es así. Según el estudio, lo que afecta la salud y la estabilidad emocional es la austeridad, la cual no es consecuencia de la estabilidad macroeconómica sino un correctivo de anteriores déficit y derroches públicos y privados. Si se evitan esos dispendios, ambas estabilidades no sólo son compatibles, sino que se refuerzan mutuamente.