Contrastes navideños
Las navidades discurren entre contrastes.
Luces y colores en centros comerciales y algunas dependencias oficiales. Sombras y tonos grises en muchos hogares. El arbolito sigue estando presente, pero lo demás no tanto. Menos canastas, adornos, regalos y otros acompañantes de las festividades. Y, lamentablemente, menos religiosidad también.
Se promueven y venden electrodomésticos, pero la electricidad sigue caótica y se teme a una tarifa más alta.
Más artículos en las casas y vehículos en las calles, y más delincuencia para apoderarse de ellos. Los atracos se han multiplicado y se han hecho más audaces y visibles. Zonas antes tranquilas hoy son afectadas. No hay seguridad, ni de noche ni de día. Hay que pensarlo dos veces antes de salir, y tres veces antes de decidir dónde estacionar el automóvil.
Existe una mezcla entre el habitual entusiasmo navideño, y el desaliento por la incertidumbre que se cierne sobre el año próximo. Los mayores impuestos y su secuela de posibles consecuencias han dado pie a la sensación de que a partir de enero las cosas van a empeorar.
También hay un gran contraste entre los que tienen y los que no tienen. Los más pudientes se trasladan al exterior, a un resort o destino turístico, o para tomar algún crucero. Muchos de ellos van a uno de los enclaves protegidos del este y norte del país, donde cada día pasan más y más de su tiempo, y donde desarrollan sus actividades como si estuviesen en otro país.
Los menos favorecidos tienen que permanecer aquí, o a lo sumo trasladarse a su campo o lugar de origen, sin poder escapar de los apagones, los taponamientos de tránsito y los asaltos.
Los contrastes navideños siempre han existido, y seguirán existiendo. Es solo que ahora se han agudizado, por los delitos, la ostentación, el desorden, la inmigración y el acceso a la riqueza fácil por parte de traficantes y de beneficiarios de la gestión gubernativa.