Optimismo desbordante

No han valido los conflictos de Ucrania, Gaza, Irak, Siria y Libia, los roces entre China y los Estados Unidos, la renovada recesión en Italia, el declive del PIB japonés, el virus de Ébola, ni los tifones del Pacífico. Los precios de las acciones siguen subiendo, en apariencia inmunes a cualquier evento.

Ayer, uno de los índices más utilizados para medir el desempeño de las acciones, el S&P 500, rompió por primera vez la barrera de los 2000, demostrando el optimismo de los inversionistas. Aunque el alza fue liderada por las acciones de compañías financieras y de biotecnología, todos los diez sectores primarios que componen el índice tuvieron ganancias. El récord fue roto durante la primera hora de transacciones, mostrando luego algunos movimientos correctivos.

Igual que en alzas anteriores, el entusiasmo de los inversionistas obedeció a la percepción de que los estímulos monetarios continuarán. En esta ocasión confían que los estímulos en Europa y Japón sustituirán los declinantes estímulos en los Estados Unidos.

Los índices deben responder a la visión de los inversionistas en cuanto a las perspectivas de ganancias de las empresas. Y esa visión, a su vez, debería estar fundamentada en los estimados de dividendos futuros, determinados por espacios de mercado, avances técnicos, eficiencia operativa, disponibilidad de recursos, litigios, contratos, patentes y demás consideraciones que afectan los ingresos, costos y volúmenes de ventas.

Pero si la demanda de acciones depende de los estímulos monetarios, la importancia de los fundamentos es opacada por la incidencia de dichos estímulos sobre la liquidez del mercado, el costo del dinero y las expectativas de corto plazo.

En ese sentido, los estímulos monetarios, por su cuantía y duración, han lesionado la función de los índices como señales del vigor real de las economías, confiriendo un toque más especulativo a las decisiones de los inversionistas.