Devuélveme

Ser dominicano en la primera isla de las Antillas es todo un prestigio, los cubanos son muy agradecidos

Cuando había pasado el momento más difícil del covid sentí una hermosa alegría desde la vecina isla que me ayudó a vencer el bicho. (Ilustración: Luiggy Morales)

Ramón es un creyente que no sabe que es creyente. Lo sospeche la primera vez que lo vi cuando al lado de la condesa de la Habana hace ya más de 20 años nos sentamos a planificar una fiesta en su azotea. Ramón y Nancy tienen categoría de hermanos, son mis hermanos cubanos, bueno, tengo hijos cubanos, compadres cubanos, ahijados, amigos entrañables divididos entre el exilio y la patria.

Cada vez que voy a Cuba, la gran mayoría de las veces me quedo en su casa y hago un desorden que me inmortaliza, cosa que no viene al caso contar aquí hoy. En esa casa he conocido lo más auténtico y real de la sociedad cubana, poetas, pintores, bailarines, gente de teatro, directores de cine, críticos, escritores... En fin, imposible mencionarlos a todos.

Y en esa azotea, en pleno corazón de la ciudad, el Vedado, hemos visto salir el sol y rendir un homenaje a la amistad y la hermandad del pueblo a quien Máximo Gómez liberó en una ocasión. Ser dominicano en la primera isla de las Antillas es todo un prestigio, los cubanos son muy agradecidos.

Ramón, desde que supo estaba atrapado con mi covid me envió un wasap diciendo que comenzaría tanto él como su esposa la condesa a orar por mi. Dios sabe que las oraciones cubanas me gustan mucho porque no hay cubano que no sea devoto de su Virgen del Cobre, y esa virgen estaba yo seguro se ocuparía de mi (ya la de la Altagracia estaba en eso).

A cada rato me llegaban mensajes de Cuba, “estamos contigo”, “cómo te sientes”, “descansa”, “obedece a los médicos”, y cuando ya les dije que había pasado el momento más difícil sentí una hermosa alegría desde la vecina isla que me ayudó a vencer el bicho.

Hoy me llegó su wasap pero no para preguntar cómo me sentía y en cuál síntoma me encontraba, sino para comunicarme que su solidaridad era tan grande que había contraído el virus. No me aguanté y lo llamé de inmediato para ofrecerle todo lo que fuera necesario.

“¡¡¡Ramón, asere!!!”- grité alarmado, “no tenías que llegar a tanto, nuestra amistad no necesita de demostraciones de ese tipo”, y de inmediato procedí a contarle todo lo que habían hecho conmigo, darle detalles de tal o cual medicina, comentarle que el Dimero D todavía no estaba normalizado, (Dimero D es la palabra de moda entre los covianos).

Ramón estaba aislado según los protocolos cubanos en una unidad para los que tienen el virus y muy bien atendido. Mi amigo no pierde la calma, esposo de condesa, su estatura como conde se pone de manifiesto en momentos como este. Me calmó, agradeció mis palabras y de inmediato me consultó si podía pedirme algo.

“Ramón, hermano querido -casi llorando contesté- lo que quieras, pide y lo que necesites te doy”.

Con una voz pausada propia de la más rancia realeza valorando cada palabra pronunció lentamente lo siguiente:

“Ten la amabilidad de devolverme todas las oraciones que te envié cuando supe que estabas con el virus. Yo las necesito ahora. Devuélvemelas urgente”.

De inmediato me puse en eso. Dios si sabe -pensé -y mis oraciones dominicanas comenzaron a fluir, mi Virgen de la Altagracia entendiendo el pedido no me fallara. Todas fueron multiplicadas y devueltas. ¡¡¡Estos cubanos saben más de oraciones que yo!!!

Freddy Ginebra Giudicelli es un contador de anécdotas cuyo mayor deseo es contagiar su alegría y llenar de esperanza a todos aquellos que leen sus entrañables historias.