Funerarias y supermercados

En mi inventario de visitas semanales he caído en la cuenta de que la funeraria está compitiendo con el supermercado.

Los súper, ya a mi edad, son lugares de distracción, que si una lechuga, un quesito para la cena, el pan recién hecho, búscame la salsa inglesa o ¡abuelo hay unos hamburgers buenísimos! y con esas excusas, y muchas veces en chancletas y pantalones cortos, y sin peinar [hay poco que peinar] visito esos lugares donde sin querer y buscando un solo producto me llevo varios.

Mi situación con la funeraria es diferente, allí se supone sea un lugar de lágrimas, de intensos recuerdos, de encuentro con amigos vivos y algunos que están esperando turno; no compro mayonesa, ni el café que se acabó de repente, pero sí emociones.

–Mira qué bien lo han puesto, parece que está vivo –me dijo una amiga frente a su esposo fallecido.

–Vivió como quiso –me comentó un día otra viuda–, ese sí que supo lo que era la vida.

En la funeraria me lleno de abrazos, “¿te acuerdas cuando íbamos al Elite en la tanda del vermouth?; su novia de entonces era Margarita; no, te equivocas, esa era novia de Miguel...”, y frente al cadáver se nos escapan las risas rememorando todas las travesuras del querido amigo que había enamorado a media isla y algunas importadas hijas de cónsules y embajadores.

Morir es ley de vida, desde que nacemos tenemos la muerte en nuestros pasaportes. Algunos viven como si fueran inmortales y otros pensando en cielos e infiernos esperando que les toque el primero, y otros sin importarle un comino lo que les depare la eternidad.

He decidido celebrar la muerte, no temerle, tampoco buscarla, aceptarla con alegría, como respuesta, con esperanza donde encontraré al fin las contestaciones a todas mis preguntas, y también como reencuentro con tantos seres queridos que ya se han ido.

Digo que compiten funerarias y supermercados porque en mi cotidianidad los visito casi con la misma frecuencia. En el primero encuentro lo que le da sentido a mi vida, saber que soy finito, desechable, temporal y que debo aprovechar el tiempo al máximo logrando hacer todo lo que me he propuesto y entender que cada día debe significar una celebración, una oportunidad para hacernos mejores seres humanos y amar con toda la intensidad posible.

El supermercado, a mi edad, es un pasatiempo, verifico precios, aprovecho especiales, me encuentro con gente, casi siempre la misma, y hablamos de lo difícil que está la vida, de los asaltos constantes...

–Freddy, la impunidad de aquellos corruptos es inconcebible, algunos ocupan esos cargos no para servir a su pueblo sino para llevarse todo lo que puedan. ¡El Señor lo tomará en cuenta! ¿Supiste que murió Adalberto y que la viuda se casó al mes? Yo te digo que no hay respeto por los muertos...

En otras ocasiones intercambiamos opiniones sobre política [yo escucho, ya no pierdo el tiempo en eso] y regreso feliz a mi casa liberado de tensiones y angustias y habiendo gastado más de lo previsto.

La vida es una aventura maravillosa que debemos aprender a disfrutar con lo que tengamos, por el momento prefiero un súper a una funeraria. A los súper voy caminando, el día definitivo a la funeraria me llevarán de lo más arregladito, pueden reírse frente a mí sí me visitan, desde donde esté les devolveré la risa.