Operación Gibara II

Salimos de La Habana, decidí hacerme amigo de todos al instante, me esperaba un largo viaje y no había otra manera de pasarlo sin intimar con los demás

Aún no me puedo borrar la sonrisa que este festival ha dejado en mi corazón. (Ramón L. Sandoval)

Caí en la cama agotado dispuesto a regresar a Santo Domingo. El solo pensar que me esperaban doce o trece horas en una guagua cubana no me entusiasmaba. Me desperté temprano ya recuperado. Una llamada de Perugorría me estaba esperando.

–No acepto que no vengas –casi me gritó al teléfono–, a las doce te recoge un minibus refrigerado y vendrás relajado. Tengo cinco años invitándote y no es verdad que ya tan cerca te me vas a rajar.

Obedecí sin pensar mucho la propuesta de mi amigo. A las doce en punto una van muy cómoda de Benicio del Toro llegaba a la puerta de la casa de mis amigos. Dentro estaban distinguidos cubanos: Eliades Ochoa y Griselda, su esposa; Libia Batista, directora de casting y su esposo José, al que acababan de operar de un riñón y me mostró la herida desde que pudo; y Toni, el arquitecto chofer. El viaje prometía ser muy divertido.

Salimos de La Habana, decidí hacerme amigo de todos al instante, me esperaba un largo viaje y no había otra manera de pasarlo sin intimar con los demás.

–¿Habrá parada para orinar?
–Todos me miraron.
–Claro, asere –me dijo Libia–, aquí no hay fakires, esta máquina se detiene cuando el cuerpo así lo necesite (esto dicho en puro cubano).

Eliades, famoso cantante y músico de Buena Vista Social Club, economiza sus palabras, su esposa hace de traductora y comentarista. Toni, el más sabroso, pone adjetivos. Pido a mis íntimos amigos, acabados de conocer, que no me gusta el humo; sospecho que habrá más paradas de la cuenta pues dos fuman y el tiempo es muy largo para la abstención, y así sucedió. Comenzamos a atravesar la isla, risas, algunos duermen, yo me como el paisaje con los ojos, uno tras uno se van sucediendo los pueblos, Matanzas, Villa Clara, Sancti Spiritus, Ciego de Ávila, Camagüey, Las tunas, Holguín, la carretera en muy buen estado, escasos carros en ella, uno que otro autobús turístico. Nos detenemos en un parador a almorzar; parece muy popular pues está lleno de turistas. Por 6 CUC, el peso dolarizado cubano, nos dan un plato completo, puerco, carne o pescado, y luego arroz, tostones y algo de ensalada. No tengo hambre, pero pido pescado y estaba delicioso.

–Una cerveza por favor.
–¿Cuál?
–La más fría.

Hay un cocodrilo en algún lugar y también una serpiente inmensa. No estoy interesado, pero por curiosidad me acerco. La serpiente duerme, el cocodrilo no aparece, no insisto.

El viaje continúa y, sin darnos cuenta, nos cae la noche. Las ciudades se van sucediendo, me impresiona la limpieza en ellas, en algunas más movimiento que en otras, me sorprende el silencio y la tranquilidad que observo. Y pensar que muchos de estos cubanos jamás han ido a La Habana...

–La capital es el paraíso –me diría luego un joven de Guantánamo.

Pasada la medianoche llegamos a Gibara. Este pueblo está a la orilla del mar, es como uno de los nuestros pero más gastado por el tiempo. El hotel donde estoy alojado es Iberostar. Por ser anciano me dan una habitación suite en primera planta. Una compañera cubana me advierte que la fiesta ya comenzó y me están esperando. Dejo mi maleta y caminando me sumo a una multitud encendida que baila al compás de una orquesta. La fiesta comenzó esa noche y no terminó hasta el día que, agotado de tanto celebrar, tomé el avión de regreso.

Durante el día sobredosis de cine, encuentros de amigos, exposiciones, danza y, a partir de las once de la noche hasta el amanecer, una constelación de artistas cubanos desfilan llenando la noche de música y compitiendo con las estrellas. Pichi y Elsita Perugorría son los mejores anfitriones.

Aún no me puedo borrar la sonrisa que este festival ha dejado en mi corazón.

Freddy Ginebra Giudicelli es un contador de anécdotas cuyo mayor deseo es contagiar su alegría y llenar de esperanza a todos aquellos que leen sus entrañables historias.