Otra vez Catalina

No sé porqué cuando Catalina se pone seria y quiere hablar conmigo me pongo nervioso. Los niños nunca dejan de sorprenderme y esta nieta más

Catalina nunca deja de asombrarme. (Ilustración: Luiggy Morales)

Ya tiene diez años la nieta. Y todavía no salgo de mi asombro. Un día salimos de compras y le dije que teníamos un presupuesto pequeño para gastos. Entramos a ver los juguetes y ella seleccionó uno que sobrepasaba lo hablado. Luego de una acalorada discusión, en la cual yo insistía que el acuerdo de salir juntos era que ella respetará lo acordado, me hizo una seña con el dedo y me llamó a un lado.

-Abuelito -así me llama cuando se quiere salir con la suya- te tengo una solución para este juguete.

-A ver, ¿cuál? -pregunto con cara difícil de convencer.

-Pagas la mitad con tu dinero y luego la otra mitad con la tarjetita mágica.

-¿Y cuál es esa?

-Esa con la que tú vas al supermercado.

-Catalina, ya te he dicho que esa tarjeta mágica hay que pagarla a fin de mes al banco.

-Abueloooooo, pero eso es a fin de messssss, te da tiempo a juntarlo.

Compré el juguete, no pude con sus argumentos.

Esa Navidad a Catalina le llegaron todos sus regalos. El día de Navidad amaneció en claro esperando ver a Santa, más que a Santa, los regalos de Santa. Ella cuando está contenta aplaude y salta, parece un canguro.

-Abuelo todosssssss -me gritaba eufórica.

El único problema es que la casa de muñecas la armó en mi estudio, en el mismo centro, y allí juega el día entero sin parar. Yo tengo que hacer maniobras para moverme y cuando le sugerí que lo moviera me contestó que no tenía espacio en su habitación y que este era el elegido. Una respuesta sin derecho a réplica.

La casa de juguetes tiene dos pisos y cantidad de enseres en ella, hasta un cuarto de baño con inodoro. Luego unos ositos diminutos son los que la habitan. La mamá, el papá, los hermanitos ositos y hasta unos primos y tíos osos de lo más curiosos.

La abuela y ella hacen todas las voces. Las escucho haciendo mandados, cocinando, saliendo a visitar al médico, comprando por teléfono, y hasta caminando hasta el doctor cuando el papá oso se enferma. De más está decir que de momento yo me convierto en oso y me sumo al juego. Una tarde Catalina me esperó muy seria.

-Abuelo, te quiero hablar.

No sé porqué cuando ella se pone seria y quiere hablar conmigo me pongo nervioso. Los niños nunca dejan de sorprenderme y esta nieta más.

-Abuelo, ¿hay niños malos?

Se me congela la tráquea. Respiro, cuidado con lo que le respondo, no sé a dónde vamos a llegar.

-Abuelo, te pregunté, ¿no me has oído?

Resoplo.

-Malos, malos no hay -hago pausa-. Hay niños más traviesos que otros -creo que he salido bien del momento.

-¿Y mentirosos?

-De esos sí que hay muchos, pero sabes que la mentira no es buena para nada -agrego.

-¿Sabes lo que me dijo una amiguita en la escuela?

Respiro más hondo.

-¿Qué?

-Que los Reyes ni Santa existen. Tú que eres ya un viejito, ¿qué te parece esta maldad? ¿Verdad que sí que existen, abuelo? -casi una súplica su pregunta.

Se me torció la boca un poco y me comenzó a temblar la nariz.

-Mira mi nieta querida, sabes que te amo.

-No me has contestado abuelo -me interrumpe.

-Existen mientras tú creas en ellos -contesto cerrando los ojos.

Su sonrisa se ilumina. Me toma la mano, me da un beso en la frente y me dice:

-Voy a llamar a mi amiguita y le voy a contar.

Catalina se va saltando como un canguro y aplaudiendo a la vez. No sé cómo lo hace.

Freddy Ginebra Giudicelli es un contador de anécdotas cuyo mayor deseo es contagiar su alegría y llenar de esperanza a todos aquellos que leen sus entrañables historias.