Perder el tiempo

(Ilustración: Ramón L.Sandoval)

Hay personas que pasan velozmente por los parques de la ciudad y jamás se han sentado en algunos de sus bancos, otros transitan el malecón y no saben lo que es mirar al horizonte dejando perder la mirada hasta donde el cielo se besa con el mar o dejarse empapar por el salitre que salpica cuando las olas vienen a los arrecifes...

–No tengo tiempo –me dijo un amigo ejecutivo–, eso es para vagos. Miraré el mar cuando no tenga que estar tan pendiente de esta cotidianidad que me agobia.

Y no tuvo tiempo pues una tarde se lo llevó el corazón con apenas 50 años, se cansó de latir.

Otro amigo se compró una bicicleta para pasear con su hijo los sábados y, luego del primer sábado, la bicicleta se oxidó por falta de uso; tiene cantidad de excusas para no usarla.

Me miro al espejo y siento que la barba está más blanca que nunca, ¿me la tiño o no? Quizás ha llegado el momento de preguntarle a mi compadre el color de tinte que usa para vivir una juventud inventada con nuevos colores. Federico me recomendó que no me tiñera de repente pues se nota mucho, que lo hiciera gradualmente y así la gente no notaría mi regreso a la tercera juventud; es lo que él ha hecho, y su cabellera lacia y abundante es tan negra eterno como la noche más oscura.

Recuerdo en mi infancia que una vez fuimos a Boca Chica con un amigo de mi papá y me castigaron porque el amigo se sumergió en el agua con el pelo negrísisimo y, de repente, comenzó a caerle el color por la cara y al final, tragos habían habido, salió del Mar Caribe más tiznao que un emacarao en carnaval y yo no paré de reírme.

Según pasan los días, y se va acercando uno a edades que jamás soñó, la mirada al mundo y a la vida cambia, descubre uno que los mayores tesoros son el tiempo y la salud, y que todo lo demás son experiencias acumuladas que supuestamente nos llevan a una madurez.

Hoy he decidido perder el tiempo, me quitaré los zapatos, caminaré mi ciudad lentamente, observaré los nuevos edificios, apagaré el celular, visitaré a un amigo y, en algún momento, una vez más me inventaré la alegría en este Santo Domingo que se torna cada vez más arisco, más congestionado y menos amigable.

Hoy me sentaré en el banco de un parque, evitaré todos los pensamientos que atenten contra mi paz interior, me olvidaré de los años que tengo, sonreiré a todo el que pase a mi lado, me despojaré de todo prejuicio y le pediré a Dios que crezca mi amor hacia Él y que no me angustie su silencio.

Hoy me prometeré que la felicidad depende de mí y de nadie más, y me lo repetiré muchas veces para acabar de entender que yo soy el único responsable de ser feliz y de vivir en paz.

Y esta noche miraré las estrellas y la luna largo rato hasta que me duelan los ojos... ojalá te contagies.

Ilustración: Ramón L. Sandoval