De twitter y otros demonios

Ilustración: Ramón L. Sandoval

Por la naturaleza de mi trabajo, tengo que estar muy pendiente de las redes sociales. Monitoreando, creando contenidos, o simplemente para mantenerme al tanto de lo que está pasando en el patio y en el mundo. Esto de trabajar comunicación requiere más tiempo tras bambalinas de lo que la gente supone.

En mi vida personal soy más de redes “tradicionales”: de Facebook encuentro de mucha utilidad que recuerda cumpleaños y fechas importantes, de Instagram disfruto las fotos y los chismes, y en YouTube accedo a música y videos de todas las épocas. Mis hijas me dicen que hay otras redes para “ligar” y para sacarse fotos que se borran en 24 horas. Para esas últimas, honestamente, no tengo tiempo y mi vida no es tan interesante como para compartir en línea el resultado de mi más reciente estornudo.

De lo que la gente está dispuesta a compartir de su intimidad sin ningún tipo de reparos y de forma voluntaria, no voy a comentar. Hay personas que necesitan altas dosis de prigilio y de sentido común, pero de eso no venden, lamentablemente.

Mi red preferida es Twitter. Sé que muchos levantarán las cejas y girarán los ojos, pero Twitter es ideal para mí y mi estilo de vida. Información y noticias de mi interés en pocos caracteres, con la posibilidad de abundar si accedo al link. Confieso que hay cuentas que sigo solo para reírme y botar el golpe. Hay otras que sigo para confirmar qué tan bajo puede caer la política y los políticos de cualquier país del mundo cuando prima el interés personal por encima del bienestar colectivo. También me confirma, en dosis más altas de la recomendada, que la estupidez y la bondad humanas no conocen límites.

He recibido grandes sorpresas y enormes decepciones en solo 280 caracteres. En ese mismo hilo lógico, amo las cuentas parodia, sigo casi todos los diarios nacionales y cronistas deportivos, creo que a ningún influencer y disfruto los chismes y la tiradera en línea como algunos disfrutan las novelas mexicanas.

Pero también sigo cuentas que llenan mi alma de paz y mi cerebro de conocimientos. Ellas fueron las que me engancharon a Twitter. Puedo acceder a una comunidad casi infinita de personas con gustos, afines o no, en cultura general, historia, arte, ciencia, literatura, pudiendo interactuar, o no, con ellos. Leerlos, beber de su conocimiento sin opinar, es un placer.

Twitter me salva todos los días cuando, hastiada del mundanal ruido y los tapones sin fin, me permito una dosis diaria de poesía y buena literatura, enterarme de la última invasión ovni o el último descubrimiento científico y de las publicaciones interesadas de Russian Times en español, de la BBC, de El País (cada vez más rosa), CNN o del New York Times, que me muestran su visión del mundo y los acontecimientos actuales. Yo decido qué creer.

Y en ese navegar por el universo virtual, descubro para mi sorpresa que hay gente muy interesante que me sigue. Lo bueno es que siempre tengo la opción de elegir qué compartir y de quién recibo contenido, integrándome a voluntad en un microcosmos que se expande con un click.

Hay quienes usan las redes para enseñar y otros para mostrarlo todo sin aportar nada. Hay quienes las usan para insultar, mientras otros aprovechan para llevar mensajes que alimentan la mente y el espíritu. Quisiera creer que la mayoría las usamos para aprender y disfrutar de un espacio casi infinito de conocimientos.

Quien se “conecta” nunca está solo, aunque se trate de una interacción diferente, pero siempre humana. Mientras escribo estas palabras, @literland me sacude con esta frase de Max Aub: “¿Cómo pueden vivir los que creen que todo está escrito?”.

Comunicación corporativa y relaciones internacionales. Amo la vida, mi familia y contar historias.