Emergencia de cabello tropical

Es parte de nuestra cultura y así se asume. Si un dominicano sale de cualquier lugar de este país a visitar a otro dominicano en cualquier lugar del mundo, debe llevar una maleta exclusivamente para encargos. En esa lista deben aparecer, en orden de importancia, dos o tres productos para el cabello, ron, dulces criollos, queso de bola, casabe y otros antojos particulares, sin importar que la persona resida en un país donde aparezca de todo y la industria de la belleza capilar esté mucho más desarrollada que aquí.

Para mí todo eso era anecdótico, hasta que me tocó enviar una maleta llena de oraciones y potes de champús y tratamiento hacia Cancún, en un esfuerzo desesperado por aplacar los cabellos de mi hija Salomé, pasando trabajo sin un salón dominicano conocido. No respiré tranquila hasta que la preciada carga pasó los controles migratorios para llegar a su destino.

“Pero, mi hija, y esos cabellos? –pregunté en varias ocasiones al borde de la histeria, viendo por videollamada que la situación se estaba saliendo de control. La pobre muchacha argumentaba que en México las mujeres de “pelo bueno” se lavan los cabellos diariamente, van al salón para ocasiones especiales y se secan con plancha. ¡No hay forma de que un cabello tropical sobreviva a ese maltrato!

Convoqué una reunión familiar porque el caso lo ameritaba. Mi hermana Carmen Tulia regresó de una conocida tienda por departamentos con una línea capilar completa a base de productos naturales “Made in Dominican Republic” y otros que le fueron recomendando. Los empacamos todos, junto con un gorrito negro y una redecilla discreta. Mi hermana Miguelina se ofreció a enseñarla a secarse a “blower” para situaciones de emergencia.

El “cabello tropical” es algo que las dominicanas conocemos muy bien, herencia de esta mezcla de razas que nos ha regalado un pelo que demanda inversión, cariño y mucho tiempo, que reacciona de forma adversa a la humedad y que aparenta tener vida propia. Solo se amansa con tratamientos profundos, calor directo, muchos tubis y, por supuesto, la mano experta de otra dominicana versada en el tema.

En el salón, donde dejo buena parte de mi salario, inicié las indagaciones acerca de los productos que las mujeres dominicanas con cabello tropical demandan y utilizan en casos de emergencia (entiéndase, que pierda brillo, fuerza, se le quiebren las puntas o haya abusado de químicos de dudosa procedencia) y estas fueron las respuestas. Si le parece que estos productos parecen una lista de compra de supermercado, llevará razón, pero desde el tiempo de nuestras abuelas funcionan:

Aguacate para dar brillo e hidratación; sábila para fortalecer; café para el crecimiento; jengibre, canela y romero es una combinación poderosa para prevenir la caída y acelerar el crecimiento; aceite de coco para nutrir la hebra, cebolla contra la caspa; clara de huevo para aportar la necesaria proteína y algo de yogur natural para hidratación y brillo. Y la lista continúa.

Para las dominicanas, el cabello es casi un objeto de culto. Rizo o lacio, poco o abundante, lo cuidamos con esmero y le dedicamos incontables horas. Cuando llegan las temidas canas, el tiempo se duplica, pero qué se le va a hacer. Somos felices cuando salimos del salón y nos sentimos dueñas del mundo.

No veo que llegue diciembre. Salomé va directa del aeropuerto a un salón para recibir un merecido tratamiento profundo nivel emergencia, no importa lo que cueste. Le llevaremos el antojo de concón con habichuelas al secador. ¡Prioridad es prioridad!