Citas rápidas a la dominicana
No todos los días tu jefa te ordena a que vayas a una cita amorosa. Y mucho menos en República Dominicana. Vamos, que eso hasta parece sacado del guion de una película de Hollywood. Pero cuando eres periodista, soltera y a tu superior le llega la publicidad de un speed dating, la posibilidad de que te envíe a vivir la experiencia para escribir al respecto es del... cien por ciento. Así es como terminé en la Fábrica Contemporánea conversando por siete minutos con cada uno de los cuatro desconocidos a los que no les dio vergüenza ir.
Juan, el primero en sentarse a mi mesa, hizo una breve y formal presentación acerca de sí mismo: “26 años, arquitecto y cristiano”. Este último dato llamó mi atención, por lo que luego de seguir su protocolo de autopresentación nuestra conversación se orientó en ese sentido. Coincidimos en que asistimos a la misma iglesia, mencionamos nombres y profesiones para ver si nuestra red de amigos tenía alguna conexión, pero siete minutos no dan para tanto. La campana sonó. Juan se levantó, pero me pidió el número de whatsapp para continuar la búsqueda.
Segundos después Frank se acercó a mi mesa. Cuando le dije: “Hola”, rápidamente cambió el rumbo hacia la mesa contigua. La chica que allí le esperaba me miró extrañada.
El tercero fue Enmanuel, ingeniero en Sistemas, cuando tomó asiento no apartó la vista del televisor. Allí los Avengers les estaban dando una ‘salsa’ a los malos (como dicen los dominicanos), mientras destruían media ciudad con sus superpoderes (como en casi todas las películas de acción y ciencia ficción). Le pregunté si le gustaban los superhéroes y me dijo que sí. Como buena cinéfila que soy le pregunté si iría a ver a Batman contra Superman que se estrenaba a mediados de semana. Balbuceó una respuesta que apenas entendí. Lucía nervioso y hablaba en voz baja. Tomó el cuestionario que nos proporcionaron al principio y me preguntó a qué me dedicaba. Tan pronto escuchó “periodista” sus rasgados ojos se abrieron en señal de sorpresa. Volvió su vista al televisor. Capitán América sostenía su escudo.
–En mayo estrenan su próxima película –le interrumpí.
Volvió su rostro a mí, me miró curioso y preguntó si me gustaba el cine. Le dije que así era. Sonrió.
–Entonces te gustó Interstellar –afirmó casi susurrando.
–Para mí no es la mejor película de Nolan –intenté crear debate a ver si la televisión no me vencía.
–Me gustó la paradoja de que él (Matthew McConaughey) no pudiera comunicarse consigo mismo –su voz se escuchó más clara.
– Sí, pero lo que más llamó mi atención... –La campana sonó.
Él me miró dudoso, se levantó y preguntó cómo me encontraba en Instagram.
–@mitrijimenez –respondí.
No se despidió. Lo atrapó la pantalla de su celular.
Frank, el que ocho minutos antes había prácticamente huido, volvió a mi mesa y tomó asiento. Pidió disculpas por el extraño momento. Le dije que no pasaba nada. Entrelazó sus delgados y largos dedos sobre la mesa (como los doctores cuando tienen que darte una mala noticia...) y me miró sin pestañear.
–¿Dónde trabajas? –fue su primera pregunta.
–En un periódico –dije escuetamente.
–¿En el Hoy? –dijo con tono impaciente.
–No –respondí sonriendo.
–En el Nacional –se aventuró a afirmar.
–No, en Diario Libre –le corregí.
–Yo trabajo en un negocio familiar, pero estudié ingeniería... –no entendí a cuál de las ingenierías se refería; la música se elevó.
–Al menos estás trabajando en algo que será tuyo –le dije mientras me daba cuenta de que lucía ausente.
–Sí, pero quiero trabajar en mi área. Tengo 35 años y quiero hacer lo que realmente me gusta –su mirada pasó de ausente a nostálgica en segundos.
–¿Y qué te gusta hacer?
–Me gusta la aventura, he subido al Pico Duarte como cinco veces –sus ojos tomaron el brillo de quien habla de una pasión.
–Qué bien. A mí también me gusta la aventura. El año pasado intenté el parapente, pero todo conspiró para que no fuera posible, también he jugado paintball e hice canopy en Barahona.
–¿Ese es tirándose? –sonó sorprendido.
–Sí, te ponen un arnés y te esperan del otro lado –le confirmé.
–No me atrevería a hacer eso. Lo mío es más de conocer el país –Frank tornó su mirada al suelo y se quedó allí hasta que la campana sonó. Entonces se levantó, me extendió su mano y se despidió.
Le vi alejarse. Mi té helado de bienvenida había creado un pequeño lago en la mesa. Después de 21 minutos, no lo había tocado.
El cuarto desconocido llegó extremadamente tarde. Miriam Leticia, la organizadora del evento, lo llevó hasta mi mesa. Le proporcionó el cuestionario de posibles preguntas y le entregó un buzón como a todos.
–¿Para qué es esto? –preguntó extrañado.
–No tengo la menor idea –le confesé.
Hairo se presentó y procedió a revisar las preguntas en voz alta.
–¿Qué edad tienes? –dijo entonando las palabras y agregó convencido –eso nunca se le pregunta a una mujer; ustedes nunca la dicen–. Continuó leyendo y se detuvo en una que me dejó sin palabras por un par de segundos. –¿Qué piensas del amor?
–Creo que es cuando dos personas se aceptan tal y como son... y nadie trata de cambiar al otro –al final contesté, mientras miraba su piercing en la oreja.
Él se quedó mirándome fijamente y asintió con la cabeza.
Mientras me contaba la razón de su retraso y se disculpaba por eso, se acariciaba la espesa barba negra. Hablamos de nuestras profesiones. Él es fotógrafo y tiene como cuatro trabajos (en serio, no exagero).
–Tengo varias amigas periodistas. Me viven corrigiendo los acentos en whatsapp. Ustedes pueden llegar a ser intensas en ese sentido. –La campana sonó y solo me quedó reírme de aquel comentario. Él se quedó contrariado y miró a su alrededor.
–Si a uno le interesa alguien, ¿le puede pedir su número? –preguntó.
Le respondí que sí, y acto seguido preguntó por el mío. Se levantó de la mesa, se dirigió a mí y me plantó un beso en la mejilla. –Un placer conocerte –fue su despedida y continuó hacia otra mesa.
Miriam Leticia se acercó a mí para saber si me gustó la experiencia. Le invité a sentarse a mi lado y le confesé que estaba allí para escribir al respecto. Ella se emocionó y me contó que un par de semanas atrás se había quedado sin empleo. Se definió como una mercadóloga inquieta que anda buscando el moro perdido y cuyo ingenio le llevó a organizar este speed dating... el primero de muchos por venir.
Cuando llegué a casa me di cuenta de que había conocido a cuatro chicos y tres de ellos me habían pedido el contacto. Ahora que termino estas líneas me pregunto si el vestido rojo ayudó y si él llamará.
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