Cuarenta años de unión

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El matrimonio no funciona igual que las marionetas que bailan sin querer...es semejante al poeta que vive motivado por nuevas ilusiones que impulsen su lira y su creatividad.

Hace apenas 40 años que llenaste mi corazón de claridad. Aquella tarde plomiza pero brillante, te prometí que como los frascos antiguos, mi dedicación a ti no se fracturaría aunque un descuido pudiera amenazarle. ¿Que por qué te hice tan determinante promesa? Porque no vi en tus ojos huellas de agrio dolor ni en tu carita nerviosa asomaba la duda ni el pensamiento triste.

Aquel día iniciamos juntos, apurados ambos por la llegada a tiempo del reverendo que oficiaría nuestro enlace, ese largo y a menudo zigzagueante camino que todos llaman matrimonio pero que es preferible llamarle “dúo para construir el mejor proyecto de vida”. Los dos tomamos la decisión de pasar de un par de enamorados a un “par de recién casados permanentes”.

Desde el primer momento comprendimos que el matrimonio no funciona igual que las marionetas que bailan sin querer, ni como el caballo rezagado que solo trota aguijoneado por la espuela, sino que es semejante al poeta que vive motivado por nuevas ilusiones, que impulsen su lira y su creatividad. Pues la pareja unida por un amor frágil y donde las ilusiones y los proyectos brillen por su ausencia, le pasa lo mismo que a un borracho; comienza tambaleándose mientras habla frases incoherentes hasta que finalmente cae cual guanábana madura. La primera vez tal vez se incorpore por sí mismo, pero a la segunda caída es muy probable que no se levante jamás.

Hoy, al recordar las cuatro décadas que hemos caminado juntos y reburujados, y enfatizo aquí que el matrimonio para que sea “de largo metraje” es necesario que exista entre los miembros de la pareja un verdadero ‘reburujamiento’ afectivo, viene a mi memoria un texto del famoso escritor francés Víctor Hugo de su conocida obra “Libro del aniversario (1836)”, en una carta que escribe a la mujer que amaba, Julliete Douet, y le dice: “Repaso en este instante, en mi memoria, nuestros dulces comienzos. Hará pasado mañana 40 años que te miro y tú me miras pero con tanto deseo que quiero que amanezca ya de nuevo para seguir mirándote. Entonces, el año comienza para mí a partir del 11 de enero, no el día uno de enero, sino el mismo 11 de enero”.

Aunque muchos creen que el matrimonio largo consiste en una pasión permanente, donde los bríos de jóvenes que se aman febrilmente solo requiere de salud y una economía halagüeña para que el amor completo y verdadero le sonría, lo cierto es que se necesita un poco más que eso: ¿qué más? ¡Tolerancia! El matrimonio es semejante a un reloj de cuerda con volantas y piñones: todos los engranajes grandes y los diminutos se conectan de manera tal que cualquiera de ellos que se detenga o no funcione al unísono con los otros, el reloj no camina, y si lo hace, se retrasa o de adelanta, es decir, va mal.