De tal padre, tal hijo

Cómo el deporte une de manera divertida a la familia

La excepción a la regla sobre el dicho, “en casa de herrero cuchillo de palo”, se cumple con los padres que elegimos para esta edición. Sus hijos han crecido viendo la profesión o el pasatiempo de sus progenitores y, sin proponérselo, han tomado la decisión de seguir sus pasos, haciendo de ésta una pasión compartida. Nos ha parecido la mejor manera de celebrar por adelantado la mejor profesión de todas: ser padres.

David y Dylan

Para Dylan, el hijo de David Fernández y Techy Fatule, practicar fútbol tiene una ventaja adicional: puede estar cerca de su padre. David, profesor de esta disciplina desde hace cuatro años, es quizás una de los instructores dominicanos más preparados hasta la fecha. Este ingeniero industrial posee un posgrado y una maestría en ingeniería de proyectos. Además, trabajó por un tiempo en una importante oficina hasta que decidió dejarlo y dedicarse a lo que verdaderamente le apasiona: el fútbol.

“Fueron momentos difíciles. Mis padres y mis hermanos me decían que estaba loco. Duré seis meses pensando en renunciar. En ese tiempo hasta lloraba solo, pero eso era lo que quería. Sabía cómo iba a sostener a mi familia y contaba con todo el apoyo y el aliento de mi esposa, quien me decía que lo peor que podía pasar era que me equivocara”.

Además de querer cumplir su sueño, otra razón que motivó a David a darle ese giro radical a su vida fue su hijo. “Llegaba muy tarde a la casa y duraba poco tiempo con él. Eso me rompía el corazón. Más tarde me di cuenta de que tenerlo más presente en mi día a día era algo que me hacía falta”.

Durante el primer año, luego de dejar el trabajo, David enseñaba fútbol en el Mirador. Mas adelante, la escuela City C.F. lo invitó a dar clases a niños de tres a cinco años, su público favorito. Tiempo después, la misma empresa donde trabajaba lo contrató como consultor, lo que le permite un mayor rejuego con su tiempo. “Fue la mejor decisión que tomé en mi vida. Dylan ahora sabe que tiene un papá que está presente y me encanta compartir con él. Sé que todos los padres no pueden darse el lujo de cambiar de trabajo, pero igual saquen tiempo para sus hijos. No es solamente darle un besito y buenas noches, es también compartir y jugar”.

En ese momento, Dylan se acerca con una paleta de helado y la boca totalmente embarrada. “¿Quieres papá?”, le pregunta. David sonríe, le da una pequeña mordida y le dice gracias. “Moriría porque él fuera futbolista”, susurra mientras lo ve alejarse, “pero a los niños no se les puede obligar a nada. Mientras tanto, me puede tener cerca y podemos jugar juntos.”

Por: Karla Hernández / Foto: Bayoan Freites / Dirección de Arte: Norca Amézquita / Estilismo: Joselo Franjul / Vestuario: Sportline / Locación y agradecimientos: City F. C.

Rodrigo, Julio y Laura

Para la Familia Camejo Bairán la natación no sólo significa deporte. Es una pasión que les ha unido e, incluso, les ha salvado la vida. Padre e hija han atravesado situaciones cruciales de salud y en gran medida, gracias a esta disciplina, la mejoría ha sido evidente. Cuentan la historia con agradecimiento y mucha emoción. Así es como todo empezó: Julio Camejo inicia nadando a los seis años en Los Caimanes del Caribe, uno de los primeros equipos organizados de natación deportiva. Antes de ir a la universidad a estudiar Derecho, se retira de la natación. Retorna por un tema de salud en el 2008. No lo pensó dos veces. Era la oportunidad perfecta para volver y, en sus palabras, enfrentar nuevos desafíos.

El actual presidente de la Liga de Natación Máster, inyectó el amor al agua a sus dos hijos. Nicole, la mayor, empieza bajo la clásica excusa de “si se tira en una piscina que no se ahogue”. Al igual que su padre, inicia formalmente a los seis años y a sus 15 registra tiempos mejores que él, que es uno de los líderes en su categoría. Su hijo Rodrigo sigue sus mismas brazadas y, aunque también juega al fútbol, dice que le gusta más la natación. Verlos en el agua, y a su madre apoyarles desde fuera, demuestra que la verdadera y más importante motivación, no son las competencias, sino la complicidad que experimentan como familia. Son un equipo.

Por: Nazaret Espinal / Foto: Romel Cuevas / Locación: Club Deportivo Naco

Pamela, Elías y Misael

Su primera bicicleta fue un regalo de su padre cuando tenía cinco años. En lo adelante, tuvo varias: una chopper clásica, otra de carrera (las denominadas “de ruta”) una Peugeot aro 24; varias BMX. Pero las obligaciones que se sumaron a su vida cuando le llegó la adultez, le impidieron continuar montando, hasta un día: “uno se olvida de la bicicleta como si fuera un juguete y vuelve y se reencuentra con ella y despierta el niño que uno lleva dentro”.

Volvió a montar en el 2004, cuando cumplía 34 años. Lo hizo por cuestiones de salud. Estaba corriendo y empezó a tener molestias en una de sus rodillas. En ese momento compró su primera ‘bici’ de ruta. Lo que sucedió fue automático: “esa fiebre que uno desarrolla de niño por la bicicleta, inmediatamente despertó”. En principio, lo suyo era la ciudad, decía que el mountanbike era de gente loca. Hasta un día: “me sentía aburrido de hacer lo mismo, tomé una bici prestada y me fui al monte. Eso fue hace seis años y dos meses”. Desde entonces, todos los fines de semana, la familia sale a montar. Sus hijos, Adrián y Diego, aprendieron casi por sí solos, son parte de La Tribu que sale “a conquistar el mundo” subidos a una bicicleta.

Por: Nazaret Espinal / Foto: Romel Cuevas / Locación: Parque Mirador Sur