María Castillo, una vida dedicada al teatro

Conversamos con ella por 45 minutos en el patio de la Quinta Dominica

“El teatro es mi vida” concluye la actriz al final de esta entrevista. Conversamos con ella por 45 minutos en el patio de la Quinta Dominica. A sus 45 años de carrera, y exigirse no menos que la perfección, nos encontramos a una María Castillo con los ojos cargados de experiencias y nostalgias. Es precisamente su mirada, después de su potente y bien articulada voz, la que descubre la mujer brillante y muy curiosa; también su sentido del humor, su carácter imponente, su melancólica dulzura, la sabiduría fruto de la experiencia, y la hondura de sus sentimientos. A la María que solo quiere paz para hacer lo que ama: el arte.

Cuando se tiene una carrera tan exitosa y se ha hecho casi todo lo que pudiera desear una persona en su profesión, como actriz y dramaturga, ¿cuál es la sensación que tiene al mirar atrás?
Lo que cuento no es cuando empecé, sino cuando hice la obra que catapultó mi carrera, aunque solamente tuviera 14 años. Cuando hice “Los clavos”, una obra de Carlos Acevedo Gautier –que se estrenaba– debuté en grande con Olguita Félix y Danilo Taveras. Mario Emilio Pérez, que fue a ver la obra y era el crítico de arte de El Caribe, escribió: “Ha nacido un monstruo sagrado en la escena dominicana”. Ya te imaginarás la presión frente a mis compañeros y a los actores profesionales.

Yo tuve muy temprano la presión de que todo el mundo esperaba mucho de mí. Nunca me he podido zafar de esa presión. La expectativa que crea, por ejemplo, que esté haciendo ahora “La Casa de Bernarda Alba” con todos estos hombres me obliga a retarme a mí misma aceptando trabajos arriesgados. Así que cuando Patricio León me llamó para este papel, supe que eso era lo que tenía que hacer. Y le digo a la gente siempre: “déjenme fallar, déjenme equivocarme, porque si no, no crezco. La presión no me deja innovar”.

Ciertamente, la gente le profesa una merecida admiración. Lo divulgan las entrevistas, las críticas... todas las miradas están sobre usted para admirarla casi con devoción. ¿Cómo se siente...?
¿Esa presión? ¡Terrible! Y en Moscú sentía esa misma presión. Entré a una facultad de hombres. Muchas personas se preocuparon; pensaron que no iba a aguantar (se fue a estudiar teatro a Moscú los 17 años). Me gradué Summa Cum Laude desde la preparatoria, porque no quería defraudar a la gente. A veces me decía: “¡Ay! Me voy para Santo Domingo...”. Llegué a soportar temperaturas de hasta menos 45 grados..., pero yo no podía devolverme porque todo el mundo estaba esperando... tenía que soportar. Y soporté de tal manera que hasta me pasé. Siempre sentí la presión de ser mejor de lo que podía ser. Que tenía que ir más allá para poder satisfacer la expectativa de la gente. Pero ahora necesito el respiro de poder hacer otras cosas como, por ejemplo, comedia. Me voy a arriesgar y el resultado me dice que me siga arriesgando.

Al parecer, le ha salido todo bien. O, ¿realmente le ha salido todo bien?
Sale bien, solamente hay ocasiones en las que el público puede estar satisfecho pero yo no lo estoy. Eso pasó con un musical, que considero el peor de todos mis musicales y fue traumático. A partir de ahí hasta dejé de hacerlos por un tiempo. Y otra obra, donde estábamos nada más Carlota y yo, y buscamos otra persona para la producción. Fue un error. No era lo que queríamos. Aunque el público lo aceptó quedé muy inconforme. Sufrí mucho y pasé muchas noches sin dormir.

Por alguna razón, el teatro y el cine se han visto como competidores entre sí. ¿Se extrapola esa competencia entre los actores también?
No, en realidad ya hay una mezcla muy grande. Lo que pasa es que, en todas las partes del mundo, los de teatro se consideran la realeza de la actuación, porque casi todos los grandes actores han pasado y conocen las técnicas del teatro. El actor lo que tiene que saber es cuál es el nivel en los diferentes escenarios: si es una sala pequeña o grande, o si es en una película. Es un trabajo de la energía. Para el que no es actor, no es tan difícil hacer cine cuando se tiene un director que oriente. Porque a veces buscan a la persona por el tipo y se actúan a sí mismos. También hay muchos actores naturales. Lo difícil es que una persona, sin formación, pueda hacer el crossover al escenario, porque hay otras técnicas que hay que manejar, desde la expresión corporal, la proyección de la voz... Entonces, en ocasiones, suben al escenario pero siguen haciendo cine, ni siquiera pueden gesticular fuertemente. Y es natural en todas partes que exista la realeza y los bastardos (risas). Aquí todos se han mezclado y está bien. Yo he dirigido gente que ha pasado solo por un taller y tiene talento.

¿Es más fácil, a nivel técnico, para un actor de teatro, hacer la transición a cine?
Claro que sí. Fíjate que todas las películas que ganan premios están encabezadas por “gente” de teatro. Fue al principio que hubo esa discusión porque querían apartarnos y quedarse con todo su pastel.

Al final se dieron cuenta de que necesitaban de su expertise.
¡Pero claro! Yo por ejemplo no tengo ningún prejuicio. Acabo de hacer “Pobres Millonarios” con Robertico, e hice lo mismo que hago en el teatro. Y el público calificó muy bien los resultados. Igual pasa cuando llega alguien a un musical o a una obra, no tengo ningún problema en dirigirlos o mezclarme con ellos. Las cosas han cambiado mucho, pero siempre es bueno situar, porque la gente tiene que tener conciencia de que para subirse a un escenario hay que aprender y mejorar.

Podría mencionar algunas de las mejores transiciones del teatro al cine...
Todos los grandes actores, desde Glenn Close, Tom Hanks, Robert De Niro, Al Pacino, Je-ssica Lange... Todos han tenido una formación teatral. De hecho, Glenn Close hasta cantaba lírico. Cate Blanchett...

¿Cómo cree que ha cambiado el panorama teatral en cuanto a valoración y oportunidades?
Mucho. Antes todo era mucho más selectivo; eran círculos mucho más cerrados. Ahora, por ejemplo, está la aparición de las salas en los centros comerciales, la proliferación de salas pequeñitas, antes éramos solo unos cuantos locos que hacíamos eso como los de Nuevo Teatro, que abríamos salas por aquí y por allí. El microteatro ha hecho que mucha gente más joven pueda comenzar en otro nivel de práctica para luego pasar a cosas más complicadas. Ahora mismo se acaban de presentar 63 obras el año pasado, según los cálculos de José Rafael Sosa. Los Festivales de Teatro, que son un fenómeno de los últimos 20 años. La cantidad de compañías, la tecnología que permite ver obras en directo, como el caso de Fine Arts. Eso es maravilloso. O sea, el mundo es un pañuelo y es abierto. Muchos de nuestros alumnos se van a Nueva York, Los Ángeles... a todas partes, buscando conocimiento, y logran descollar allá y con los conocimientos que se llevan de aquí hacen grandes audiciones, así que todo ha cambiado. Y para bien. Me alegro de que me haya tocado también ser parte de todo esto.

¿Qué hace falta?
Más apoyo. La ley de teatro, mecenazgo, para que se pueda hacer más teatro de otra índole. No es por el género. Yo puedo hacer una comedia de Plauto o de Terencio y es un clásico. El problema no está en el género. Los géneros no se desdeñan. Yo valoro tanto la comedia como la tragedia. Molière con su comedia no está por debajo de los dramas de Shakespeare. El problema es que podamos hacer clásico, contemporáneo, de peso, comedias ligeras... que haya más variedad y la gente se pueda arriesgar más para llevar más estudiantes, para transmitir más conocimientos a través del teatro, que es un arma poderosa. Por algo los Trinitarios la usaron para lograr la Independencia del país.

¿Cuál ha sido su obra más desafiante?
El monólogo de Emily Dickinson. Fue una prueba bastante compleja. Estuve una hora y 45 minutos sola en el escenario, haciendo un personaje como este, que en el país se conoce poco, salvo por los entendidos en literatura. ¡Pero fue tan apasionante y tan complejo! Lo hice aquí, en España, en Centroamérica, en Puerto Rico. Es un personaje que se convirtió en alguien muy cercano, muy familiar para mí y mi carrera. Mi carrera de actriz con Emily se renovó en cuanto a la proyección de mi talento y mis capacidades.

¿Un papel del que le haya sido difícil desprenderse?
El papel de Clara en “Las Criadas”, con Ramón Pareja, donde comencé por arrancarme los cabellos. Fue voluntario no porque él me mandó. Necesitaba sentir la marginalidad en esa frontera donde el ser humano puede llegar hasta el crimen, demandó mucho.

¿Hay algo de lo que se arrepienta en estos 45 años de carrera?
No. Todo ha llegado en su momento. Lo que estoy haciendo ahora fue porque era el momento. Ahora me gusta burlarme un poco más de mí con esas comedias, como en “Colorín Colorado”, pero antes no. El rigor soviético no me lo permitía (ríe a carcajadas, con ganas).

¿Es así de exigente con sus alumnos?
Mucho, pero la edad me ha llevado a ser más tolerante y flexible. Pero el rigor nunca lo puedo abandonar. No hay una carrera en el teatro que pueda funcionar sin rigor. Es fundamental. El teatro es una profesión de-mu-cho-ri-gor (lo dice separando las palabras en sílabas).


María, detrás del escenario

¿Con cuál María nos encontramos cuando se termina la función?
Si estoy actuando, con una muy cansada, no me puedo ir nunca fácil del teatro. Todo el mundo se va y yo desmonto el personaje.

En la vida diaria, es más de Netflix o libros...
Hago de todo. Salgo poco, cada vez menos. Me gusta estar con mi nieta y mi hija. Pero he creado un universo muy peculiar y, para mí, muy envolvente, que es mi propia casa.

¿Lo primero que hace cuando se levanta?
Me acuesto a las 9 de la noche y me levanto a las 4 de la mañana a desayunar. Sueño con mi café. Mis horas más productivas son de 4 a 7 de la mañana.

Último libro que leyó.
“Cartas a Consuelo”, las cartas de Julia de Burgos a su hermana.

Una cultura que le fascine.
La rusa. Los rusos tienen un alma muy melancólica... me gustan los días grises, soy muy nostálgica.

Una comida que disfrute.
La dominicana: arroz, habichuelas, fritos maduros, arepitas, arroz con pollo... Es un gustazo.

Un aroma que le recuerde su infancia.
Sueño con el café, porque ese es el aroma de mi madre y de mis primeros versos.

Fotos: Bayoan Freites —Estilismo: Joselo Franjul —Maquillaje: Ken Rodríguez —Peluquería: Camelia Almonte —Elementos y piezas en metal: La Pieza —Flores: Jardín Constanza —Locación: Quinta Dominica