Una casa con alma en la cima de San Cristóbal

En este espacio campestre, los colores y ornamentos brindan la calidez que da vivir en el trópico

Este puente de madera se construyó a base de antiguos postes del tendido eléctrico y de tuberías de desagüe.

Ochenta y cuatro peldaños, nCuando el diseñador de interiores llegó a esta zona de Majagual, en Cambita, San Cristóbal, este terreno era totalmente silvestre. “Nos tomó un año construir la escalera. Dejaba mi vehículo en la superficie y me internaba varios metros al fondo hacia una propiedad empinada donde no había nada; solo maleza... Poco a poco, fuimos sembrando frutales y erigiendo la residencia actual, dándole un toque hogareño, que para mí es lo más importante”, recuerda con nostalgia Fernando Leo.

Curiosamente, y a diferencia del resto de las casas que colindan con la del diseñador, esta sí tiene nombre y número. Bautizarla como “Doña Mery”, en honor a la madre del propietario, es entendible, pero designarla con el número 45, siendo la única residencia numerada varios kilómetros a la redonda, solo puede justificarse bajo el hecho de que ése fue el número de la primera casa capitaleña que ocuparon Fernando y su madre cuando emigraron de La Vega. Esta costumbre de designar con ese número a todas sus casas se ha convertido en más que una cábala para Fernando: en una tradición.

Al principio, cuando Fernando empezó a construir la que hoy es su residencia campestre, se limitó a erigir una cabaña, que ahora es contigua e independiente del edificio de tres pisos construido después, y en el que Fernando se hospeda actualmente. En la pequeña cabaña todavía se aprecia la rusticidad de sus materiales de construcción y, levantada en madera de palma, continúa prodigándole paz y tranquilidad al artista que, a veces, quisiera volver a refugiarse en ella.

Por otra parte, es innegable que adentrarse en el tercer nivel del inmueble a través de un puente de madera ubicado en la superficie de la colina y construido con postes del tendido eléctrico y tuberías de plástico, es el indicador más fidedigno del sorpresivo recorrido que le aguarda al visitante a lo interno de esta obra arquitectónica.

Acostumbrado a rodearse de diversos elementos dotados, casi en su totalidad, de un gran valor sentimental y familiar, se considera un amante del color. “Creo que vivimos en una isla, y como tal, nuestras casas deben estar cargadas de color y de frescura”, expresa.

En una primera instancia identificados, y posteriormente importados y coleccionados, los elementos (de manufactura mexicana, europea, hindú y, por supuesto, criolla) “invaden” todos los rincones del hogar de Leo. Las esferas talladas en piedra, las caras solares mexicanas, los muebles de mimbre, las antigüedades… Todo, absolutamente todo, contribuye con la funcionalidad y la estética de cada estancia.

Para él, el uso adecuado de la paleta cromática junto a la acertada mezcla de texturas, ornamentos y objetos mobiliarios son las piezas claves a la hora de armar el rompecabezas de decorar una casa. De hecho, bajo la aplicación de estos preceptos ambientó esta residencia que con el tiempo ha ido adquiriendo más carácter.

Aun bajando por las escaleras que conducen de la terraza al segundo nivel de la casa se siguen apreciando los detalles y se vislumbra al fondo un espectacular cuadro indígena (de México) y una serie de elementos como lámparas de El Artístico, candelabros y columnas mexicanas.

Él siempre quiso que su cocina fuese abierta, que luciese y se sintiese cómoda. Dos fregaderos de color rojo, un práctico bebedero que trajo consigo desde Estados Unidos (y que le acompaña donde quiera que va), una antigua tetera para preparar tisanas, y curiosos utensilios de cocina (de procedencia chilena y mexicana, en su mayoría) son algunos de los artilugios de los que se ha rodeado para dotar de mayor comodidad a su “departamento de humo y grasa”.

Y ni qué decir de los arreglos florales y frutales, a cargo del propio diseñador y provenientes de su jardín y conuco, respectivamente. Estos son más que omnipresentes en todos los rincones de su hogar, y le dan un inusitado toque de calidez y vivacidad a los espacios.

Junto a la sala, el comedor cuenta con una pieza mobiliaria de seis sillas, proveniente de México, que es realzada por un espejo de ese país azteca. Las lámparas y una reliquia en forma de reloj antiguo vinieron en el equipaje del diseñador de interiores en uno de sus viajes a Argentina.

Sin embargo, la residencia de Fernando Leo no finaliza en este Como se puede apreciar, todas las áreas de esta casa campestre son totalmente independientes entre sí, pero están unidas, a su vez, a través de un cordón umbilical de estilo y de buen gusto con su dueño y diseñador, Fernando Leo.