En algún lugar del Atlántico

En algún lugar sobre el Atlántico...Viajaba con “Juanita”. Esa misma, la que llegó con una maleta repleta de detalles, ropas y tenis para toda la familia, la que no dejó dormir a nadie en un aburrido vuelo de más de ocho horas contando anécdotas y recuerdos a todos los que pasábamos por su asiento camino al baño.

“Yo soy de La Vega y me están esperando con un sancocho y un puerco asao”, la escuché repetir quince veces, sazonando el caldo con los nombres de los que esperaba en el convivio. El barrio entero estaba invitado, “no se me queda nadie”, comentaba a viva voz mientras se acomodaba una redecilla en la cabeza para proteger su nuevo pelo lacio con el que iba a sorprender a todos cuando la vieran.

Sobrevolando el Atlántico solo faltaba algo de música –bachata preferiblemente– para que se armara la fiesta. Con cada hora que pasaba, la bulla en la cabina incrementaba. De nada valían los anuncios de los auxiliares de vuelo llamando a la calma y al asiento. Hubo una que, pensando por mi silencio que yo no era “del sitio”, me dijo que le encantaba volar con dominicanos, aunque éramos, por mucho, los pasajeros más indisciplinados. Y llevaba razón.

No bien la aeronave tocó tierra, el aplauso arrancó sin pausa. Algunos se pusieron a llorar anticipando el abrazo de la vieja o el beso de los hijos que tuvieron que dejar atrás. La euforia era indescriptible. Para los que no hemos tenido razón para emigrar, quizás nos sea difícil entender las emociones que se viven en un avión lleno de dominicanos que regresan a casa. Muchos de ellos esperaron años, con miedo a la deportación y pasando múltiples trabajos, a que su estatus migratorio se regularizara y poder volar de vuelta a casa, aunque sea por algunos días.

Por años ahorraron el dinero para regresar, sacrificando hasta la comida, para traer algún cariñito y presentarse de la mejor manera posible frente a sus familiares. Algunos no se atreverán a decir lo que tuvieron que hacer para mantenerse y sobrevivir.

El folklore se vive al máximo en la cinta donde se recogen las maletas. Ahí uno se da cuenta de que esos aviones están muy bien hechos para aguantar semejante peso. Conté 12 maletas debidamente envueltas en plástico para una familia de cinco miembros, incluido un bebé de brazos. Bultos, cajas, maletas repletas. No se puede quedar nada.

Pero lo más bonito, aquello que te forma un nudo en la garganta y te humedece los ojos es el momento del reencuentro a la salida del aeropuerto. Algunos se saltan la valla, otros no aguantan el llanto. Amores con flores, niños con pancartas y todos los ojos fijos esperando verla salir. ¡Volvió Juanita! Su sola presencia es todo lo que necesitaba esa familia para celebrar una Navidad especial.

Ahora que finaliza el 2017, que esa alegría que nos sobrecoge en Navidad permanezca en nosotros y podamos compartirla con gozo y agradecimiento. Hagamos una promesa: no dejemos que nadie nos robe la esperanza, mientras luchamos todos juntos por el país que queremos para nuestros hijos.

¡Feliz y bendecido año 2018, dominicanos!

Ilustración: Ramón L. Sandoval