“Me hace falta amor. Me hace falta tener miedos”
Tiene un aire intimidante. Su mirada también lo es. Vestido de negro le confiere aún mucho más poder a esa imagen. Sin embargo, el transcurso de la conversación despeja esa idea. Es que Isra García simplemente vive. Y eso es lo que resulta chocante, hasta cierto punto. Porque su forma de hacerlo nos tira en la cara que, como decía Umberto Eco, respiramos y por eso creemos vivir. El hace que cada día sea una experiencia, algo nuevo, retador.
Una palabra para describirlo sería intensidad. Cuando terminó la entrevista sentí que había corrido en una maratón. Es que le “corre” literalmente la pasión por las venas y lo transmite en cada palabra que dice, en cada gesto que hace.También resulta un paradójico que, con tantas actividades diarias que hacer, no parezca cansarse, ni tener límites, ni miedos. Pareciera que los riesgos le funcionen como una medicina que le confiera, además, un poder extraordinario.
La verdad es que su historia no siempre fue así. Su vida cambió cuando tenía 24 años. Fue una sacudida de hechos sucesivos que le marcaron, como la muerte de su hermano y el rechazo de hacer una carrera en la Universidad de Manchester, en Inglaterra. Hasta que se dio cuenta de que podía cambiar el curso de una historia que parecía tener un final “más desconcertante, pero más estremecedor e increíble a la vez”.
Al descubrir que “el cambio es el único elemento constante” rompe con una vida monótona y rutinaria, que transcurre dentro de una fábrica textil: trabajaba doce horas al día, de lunes a sábado. Le quedaba poco margen de tiempo para hacer otras cosas, como viajar, por ejemplo. “Era excesivamente rutinario”, dice como si se reprochara. Y luego, lo explica: “No lo ves como tal cuando estás dentro de la rutina. Lo ves como algo normal, lógico”. Pasaron los años y, cuando mira atrás, se da cuenta de que ha estado en lugares “que ni en el más salvaje de mis sueños”, planeaba estar. Lo normal ahora no tiene nada que ver con lo normal de “aquellos tiempos” que dejó enterrado en el pasado. “Todo era diferente hasta que yo lo cambié”. Hace la confesión con un aire de satisfacción que deja caer entre las palabras. Está cansado. Son las cuatro de la tarde y ha tenido un día intenso, de encuentros y conferencias. Le pregunto. Me asegura que está muy bien y seguimos. No hay de qué sorprenderse, porque para Isra es todo o nada. No hay puntos medios.
Sin puntos medios
¿De qué manera había sucedido esa transición tan extrema en su estilo de vida? Sube una nota más al tono de su voz, descansa sus brazos sobre las piernas y se acerca, como para decir un secreto: “Soy un hombre de extremos: cero o cien. Si creo en algo, doy mi vida por ello. Y si no creo, no muevo ni un dedo. Si amo a una mujer, muevo el mundo. Si no siento absolutamente nada, no significa nada. Si trabajo en algo, lo hago hasta morir”. Se queda en silencio como tres segundos. Vuelve a recostarse en el sillón y continúa.“Encuentra algo por lo que morir y tu vida tendrá sentido. Y el mundo te seguirá y otros te seguirán”. Les puede parecer mucho, hasta que dice esta otra frase. La siguiente me deja inquieta: “La vida es vivida si se vive en exceso”. Toca el turno de la pregunta. Se rompe el libreto y sale la siguiente interrogante: “Popularmente suelen decir que todo en extremo hace daño...”, a lo que responde con una seguridad de acero: “Yo pienso que el exceso es bueno. William Blake decía que conduce al palacio de la sabiduría, te permite ver cosas que no ven la mayoría. Te da una manera diferente de ver las cosas . Estar en el cero te permite ver cómo es el cero pero te impide ver cómo es el 100, porque no has estado allí. El 50 es aburrido no hace falta que estés allí”. Esa es su verdad y la defiende.
Sin complejos Es disléxico. Se considera a sí mismo un ignorante que pregunta constantemente cosas, y un manipulador. Lo dice abiertamente. No tiene complejos ni le avergüenza mostrar sus debilidades. Por el contrario, dice que mostrarse tal cual es la mejor forma de combatir con el ego.
¿Podría ganar más?
Sí.
¿Viviría más feliz que ahora?
Imposible. Y eso es lo único que me llena. Me siento completo ahora mismo, porque mi vida antes era trabajar en una fábrica y ahora es lo que yo decido que sea. Y no es porque gane más o menos. Trato de invertir mi dinero en experiencias.
Próximos eventos. Lleva siete meses haciendo una cosa por primera vez cada día. Es parte de su vida de ‘ignorante’.
¿Cuáles serán sus próximos retos?
+ Aprender a bailar tango en un mes.
+ Aprender a cocinar cinco tipos de cocina diferentes en tres meses.
+ Aprender dos especialidades profesionales al año.
+ Aprender cinco habilidades que no sepa en tres meses.
+ Desarrollar doce negocios en 12 meses.
+ Viajar al espacio.
+ Dar la vuelta al mundo.
¿Isra García no necesita nada?
Me hace falta amor. Me hace falta tener miedos, que los tengo.
¿A qué le temes?
Temo a que la gente que amo sufra y a quedarme quieto.
¿Cómo no se deshumaniza quien trabaja tanto con la social media?
Yo no soy un tipo “nice”. [Así, entre comillas]. Elijo muy bien con quién paso mi tiempo,v porque si no, no podré dárselo a la gente que me necesita o a la que quiero darle mi tiempo. Deberíamos elegir con quién pasamos el tiempo, a qué se lo damos. No dejo que un Whatsapp me distraiga. Ya lo hacen bastante las redes sociales y cada día las uso menos. Cuando las uso, lo hago para contestar. Conectar con mi audiencia, para saber qué les preocupa; para trabajar en base a lo que necesitan de mí. Igual para mis clientes.
Creo que al final es una manera de entender y usar el entorno digital. Lo uso para permanecer humano. La gente lo usa para mostrar su ego, puesta de sol, amaneceres, selfies. Parece que todas las fiestas son fiestas con un millón de personas y manos arribas. ¿Y el día lluvioso y el día de mierda, y el que no te quieres parar de la cama... por qué no lo compartes? He visto personas pelear hasta llorar con su pareja y subir un selfie: “la vida sigue”. ¿Dónde está la poca coherencia que tenemos del mundo? Queremos mostrar que somos invulnerables cuando es todo lo contrario. Queremos gente que la pinches y bote sangre.
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